Territorio femenino, extraño feudo de mujeres en un distrito que siempre fue dominado por hombres de pelo en pecho, cepa ruda y hábitos violentos. Nunca en siglos, salvo contadas excepciones –Graciela Fernández Meijide e Hilda Duhalde por certificado de esposa–, hubo un matriarcado que reinara en la tierra bonaerense con la influencia que hoy ejercen María Eugenia Vidal, Elisa Carrió, Margarita Stolbizer y Verónica Magario, verdaderas self-made women para cualquier tipo de postulación futura, imprescindibles para conservar el poder o renovarlo. Nadie pensaba que fuera necesario tanto caudal para amamantar a la provincia de Buenos Aires, ni que ésta fuera Roma. Una gobierna: llegó Vidal con la bendición de Mauricio Macri y se instaló como heredera en la sucesión de la familia italiana; el código dice que a ninguno de los dos le irá bien sin la colaboración del otro. Expresan, además, el mismo mensaje: captar peronistas de cualquier pelaje, los radicales ya están adentro. La segunda, Carrió, una recién venida a la comarca, es la Aduana de Cambiemos, que examina a quienes pretenden ingresar y, sobre todo, propicia despedir “ilegales” de su franquicia: no encaja en la moral utilitaria del Pro. Hay una tercera que legisla y se fortalece por perseguir cada huella tormentosa del kirchnerismo, que se alimenta sin engordar de comida basura, báscula fiscal para decidir quién gana o pierde más en el continente bonaerense. No acumula la outsider Stolbizer, sin embargo, número para su propio espacio. Y la última, Magario, administra un municipio que es una provincia dentro de la provincia más importante del país, hija del encargado financiero de lo que fue Montoneros como empresa multinacional y, casi por cultura guerrillera, se afirma que tomó prestado el tesoro político de quien la ungió, el limitado Fernando Espinoza. En La Matanza como santuario aloja a refugiados del anterior oficialismo, no vaya a ser que alguno se vuelva carenciado dentro de los próximos cincuenta años. En este cuadro descriptivo sobre la constelación de cuatro estrellas femeninas se advertirá una omisión: falta Cristina de Kirchner, nacida y criada en el gravitante condado bonaerense, quien por edad, situación de retiro o complicación judicial se ha desentendido de la provincia al extremo de no visitarla siquiera como su “lugar en el mundo”. Tampoco participa de la vida bonaerense; son contadas sus presentaciones en algún municipio adicto y, como si no bastara, por egolatría le resulta ominoso ser comparada con el cuarteto de damas bonaerenses.
Las cuatro, como los hombres, ya empezaron su periplo electoral. Magario, técnica química, mantiene su promoción con un objetivo más largo: suceder a Vidal. Ofrece unir el peronismo disperso con albergue nominal en su intendencia y, en el último recuerdo de Evita, avanzó con ligeras críticas a Macri. Hasta allí llega. En su convocatoria de albergue junta a Daniel Scioli con José Luis Gioja –a quien el Gobierno, en su condición de amateur, relevó de cualquier responsabilidad en las medidas que favorecieron a las mineras–, y apuesta por un candidato que la represente el año próximo en el Senado. Difícil proposición aun con la mitad de los votos peronistas de la provincia: Florencio Randazzo quiere un per saltum para la Presidencia y Sergio Massa no se acomoda a esta alternativa de amontonamiento, por ahora. Son los dos únicos de un mismo origen que miden en las encuestas. Más urgida, Stolbizer se fijó un sueño cercano en su calendario: la competencia senatorial de 2017. Ahora se entretiene con Cristina en Tribunales, suma puntos, revisa expedientes contra la corrupción pasada y se permite licencias para ver a su hijo en la Olimpíada de Río, base de la selección de básquet (Laprovittola). No parece tensa por las inquietantes amenazas de la ex mandataria por haber revuelto los cofres rebosantes de su hija Florencia. No parece tensa, al revés de la gobernadora Vidal y Carrió, amorosas entre sí pero de nerviosa relación por divergencia de criterios. Una se favorece con la entente peronista; la otra arroja irrecuperables cargos contra ese sector, imputa a Scioli y adláteres de su gobierno pasado –riqueza y lavado ya advertidos por la prensa hace varios años– y a figuras de la actual administración venalidades y tráfico de drogas que marcan al propio jefe de Policía (Bressi), al ministro de Seguridad (Ritondo) y a intendentes propios (Jorge Macri, el primo del Presidente), y a ajenos como Granados y Posse, entre otros. Curioso: todavía no se lanzó contra Mario Ishii. La acusación generó lipotimias, Carrió puso plazos, y finalmente se reunió con Vidal hace horas para decir que están de acuerdo. Un montaje: todavía nadie sabe la cantidad de platos que rompieron. Ni los que van a romper. Lo de Scioli trepará en el termómetro judicial, y la reyerta con los otros afectados se endureció en lugar de enfriarse: los afectados crearon un cordón sanitario para defenderse de la diputada. Lo definió el propio Jorge Macri: “Aquí se trata de ganar elecciones, no de acusar”.
La pugna es incierta: a Bressi lo sostienen bajo la reverencia de que fue recomendado por “la embajada”, mientras a su alrededor giran su antecesor Matzkin, algún elemento indeseable de la ex SIDE y hasta el general Milani. Para la legisladora y sus asesores en situación de retiro, este grupo constituye un peligro y lo vinculan al memorable “cajón” de fin de mes que se atribuye a recaudaciones non sanctas de la Policía. Juran que Vidal instruyó suspender esos ingresos. Al núcleo policial cuestionado, la Carrió le agrega vínculos obvios con Alejandro Granados, caudillo de Ezeiza, antecesor de Ritondo en Seguridad, al que desprecia por su historial político: fue menemista ciego, condición que mantuvo con Kirchner, también con Cristina. Un crack del cambio. Sí reconoce permanencia con otro contacto perenne: Eduardo Eurnekian, empresario no sólo de hotelería y aeropuertos, y quien juguetea con Vidal, aporta votos como desea la moral de Macri y se integra a otro círculo que Carrió odia, encabezado por algunos jueces y el boquense Daniel Angelici. Si se le agrega al núcleo otro enemigo de Carrió, el mielero italiano Ricardo Lorenzetti, titular de la Corte Suprema, habrá que admitir que Vidal le selló milagrosamente los labios a la diputada, tarea imposible para hombres como Ernesto Sanz o el propio presidente Macri. Tal vez entre ellas se entiendan más que en sus propios matrimonios.