Bastante se ha hablado sobre la comparación de Argentina con Australia y Canadá que hizo la Presidenta. Muchos consideraron que fue una tomada de pelo porque, aunque los datos macroeconómicos que la Presidenta dio sean correctos, la diferencia en aspectos como pobreza, calidad de vida, corrupción e inflación es tan grande que cualquier intento de dejar bien parada a la Argentina roza el ridículo. No obstante, aunque muchos han criticado esa comparación, nadie explicó por qué la situación del pueblo australiano y canadiense es tan diferente a la nuestra. Sucede que Australia y Canadá, a diferencia de Argentina, son reconocidas como dos de las economías más libres del mundo.
Por ejemplo, cada año la fundación Heritage publica su famoso Indice de Libertad Económica: un detallado ranking que incluye casi todos los países, y que los ordena de acuerdo con cuánta libertad económica tiene cada uno, usando criterios como libertad de comercio, libertad monetaria, libertad laboral, seguridad jurídica y protección de derechos de propiedad, entre otros. En el Indice de 2013, Australia ocupa el puesto tres, Canadá el seis, y Argentina el 160, figurando debajo de Bolivia y Angola.
Al ver índices como éste, puede concluirse que hay una clara correlación entre mayor libertad de mercado, por un lado, y menores índices de pobreza y desnutrición por el otro. De hecho, Suecia, Suiza y otros países que suelen citarse como ejemplos de socialismos exitosos se encuentran en los primeros puestos. Si bien la carga impositiva es bastante alta, son en promedio mucho más libres que Argentina y Venezuela, que figuran entre los últimos.
En Argentina se atribuye el fracaso del liberalismo a Carlos Menem. Lo cierto es que los 90 estuvieron lejos de ser liberales. El liberalismo propone reducir el tamaño del Estado, y durante los 90 sucedió lo contrario: aumento de impuestos como el IVA, gran aumento del gasto público, endeudamiento (violando la propiedad de generaciones posteriores, que pagan una deuda contraída por un gobierno que no votaron), fijación por ley del precio de las divisas, una división de poderes bastardeada por una Corte Suprema obediente al presidente, y un largo etcétera. Muchos piensan que los 90 fueron liberales por las privatizaciones, pero el Estado “privatizando” empresas para luego controlarlas, subsidiarlas y protegerlas para que no se meta competencia es corporativismo. Las AFJP, por ejemplo, eran obligadas por el Estado a trabajar bajo las mismas condiciones, y la inmensa cantidad de regulaciones impedía la competencia. Lo contrario al monopolio público no son los monopolios privados generados por Menem. Lo contrario a ambos es la libre competencia, y para esto se requiere que el Estado deje de ahogar con tantas regulaciones e impuestos a los pequeños y medianos empresarios, y de subsidiar y proteger a empresarios amigos. Lejos de ser liberal, ésa es la más perversa intervención estatal. Es que los llamados monopolios privados (los que concentran el poder económico) no son producto del libre mercado, sino del Estado creándolos y alimentándolos. El pasado y actual corporativismo argentino es un claro ejemplo.
A diferencia de lo que se piensa, el mercado no son dos millonarios haciendo transacciones en Puerto Madero (quizá ellos sean más afines al Estado de lo que se cree). El mercado es cada uno de nosotros queriendo encarar proyectos propios y comerciar libremente. Al clausurar pequeños negocios por no acatar regulaciones absurdas o no cumplir con la enorme burocracia, el Estado está interviniendo en el mercado. Cuando se advierte ello, la correlación entre más libertad de mercado y menor pobreza cobra sentido.
*Profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella.