Las pateras navegan sin rumbo en el Mediterráneo sin horizontes ciertos, a bordo cientos de personas tienen un objetivo común: huir de la guerra, del hambre, la miseria, de las bombas y atentados que los acosan día y noche sin piedad. El miedo, la angustia los lleva a lanzarse al mar en un viaje riesgoso con destino incierto, la brújula señala el rumbo de la tragedia humana, el dolor y sufrimiento de horizontes inalcanzables.
Europa y potencias como EE.UU., Canadá y Australia no saben, no quieren, enfrentarse al drama que ellos mismos desataron. No reconocen que fueron los artífices de las guerras en el Oriente Medio, que son los responsables de armar grupos de combatientes insurgentes para utilizarlos en su propio interés económico, estratégico y político en la región.
Los grandes centros del poder, con el complejo industrial militar, buscan afirmar su hegemonía mundial y utilizan la violencia y todos los medios posibles, como las drogas, para financiar las guerras y manipular la vida de los pueblos.
Las invasiones contra Irak, Afganistan, Siria y Libia, la interminable colonización de Israel a Palestina, vienen provocando los mal llamados “daños colaterales”, mientras las potencias responsables ignoran y justifican lo injustificable.
Al iniciar la década los pueblos árabes se pusieron de pie, asumieron la resistencia, y reclamaron sus derechos a la democracia, autodeterminación y soberanía. Fueron momentos de esperanza para la humanidad.
Ese caminar fue frustrado por el intervencionismo militar de las grandes potencias, que buscaron apropiarse de los bienes y recursos de los pueblos, y derrumbaron sus esperanzas y esfuerzos convirtiendo la “primavera” en un “infierno árabe”, donde el horror no tiene límites y lleva a miles de personas a huir de sus tierras dejando sus pertenencias y afectos.
Más de diez mil personas desaparecieron en el mar Mediterráneo, sólo queda el olor a muerte y la desesperación de seres humanos, de rostros y miradas que no alcanzarán a ver horizontes de vida. Hay miles de voces silenciadas en las profundidades del mar, donde no se dejan huellas.
Mientras, los gobiernos responsables de las guerras buscan justificar para discriminar, expulsar, levantar muros y encerrar a los refugiados en islas como si fueran leprosos y seres indeseables. Cierran sus puertas y sus oídos a quienes piden misericordia.
Entre esas voces se siente la fuerza y testimonio del papa Francisco junto a los más pobres y necesitados. Como sus palabras van acompañadas de hechos, viajó a la isla de Lampedusa, Italia, y a Lesbos, Grecia, para acompañar a los refugiados. Así como también los recibió en El Vaticano y les dio cobijo.
Argentina está aceptando tres mil refugiados para colaborar en estas tareas solidarias necesarias. Pero si no hay voluntad política y decisión de las grandes potencias de encontrar alternativas para poner fin a las guerras en la región, las muertes y sufrimiento de los pueblos aumentarán generando una escalada de guerras con consecuencias imprevisibles. El mar Mediterráneo se está transformando en la fosa común de miles de refugiados y en el mar no se dejan huellas.
Es urgente que la comunidad internacional, la ONU, el Parlamento Europeo, y países como EE.UU., Rusia y China actúen con mirada humanitaria para detener la violencia en la región.
La paz no es pasividad ni ausencia del conflicto, es una dinámica permanente de relaciones entre las personas y los pueblos. Es urgente que la comunidad internacional deje de ser espectadora y se asuma como protagonista, que su voz se escuche y reclame terminar con las guerras e invasiones que afectan al Medio Oriente, para terminar con este drama que nos duele a todos y todas.
*Premio de la Paz.