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Desvelos empresariales, diplomacia de negocios

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El domingo 17 de julio, un artículo de José del Río en La Nación informaba crudamente sobre la preocupación empresarial en relación con la caída de ingresos y de actividad económica. “Los empresarios estamos monitoreando cuándo llega el segundo semestre; si no viene, claramente se licuará el poder político y la mirada se reenfocará en las próximas elecciones”. Mientras en el mercado interno el Gobierno avanza con ensayo y error, titubeos y contradicciones, notamos, por el contrario, hiperactivismo en temas de inserción internacional. Desde tiempos de campaña se anticipaba que la política exterior sería un pilar de la gestión. En ejercicio, el Presidente marcó la necesidad de “volver al mundo”, reconstruir viejas alianzas y conseguir nuevos apoyos.
Sin embargo, Cambiemos es una alianza y de hecho no representa un espacio homogéneo. Hay fricciones en el manejo de la política exterior en varios niveles. Por un lado, están las interpartidarias (entre el PRO y el radicalismo); intrapartidarias (dentro del PRO y del radicalismo); interinstitucionales (entre Cancillería, Hacienda, Energía, Producción y Asuntos Estratégicos); intrainstitucionales (en Cancillería, las internas son vox populi en la carrera ante la posible sucesión de Malcorra y el ministerio se encuentra virtualmente estancado en ciertas áreas administrativas). Por otro lado, hay diferencias entre moderados y fundamentalistas (Malcorra luce más conciliadora que el propio Macri, que asumió una postura agresiva, evidente en la relación con Venezuela), y entre los funcionarios con perfiles empresarios y políticos. En todos los casos se perfilan vencedores y vencidos: los sectores empresarios, el PRO, la Presidencia y Hacienda han logrado acaparar la gestión exterior y concertar un giro copernicano sin fisura.
Fue en la Alianza del Pacífico (AP) donde se expresó la fascinación del todo por venir. El giro estratégico se ve patentemente consagrado en esta nueva mirada hacia el Pacífico. Macri fue el único presidente de un país observador que asistió a la reciente cumbre de jefes de Estado de Puerto Varas en junio. En tanto dicho acercamiento era la bisagra para “volver a insertar al país en el mundo”, se concretó con premura. Argentina se sumó así a otros dos observadores del Mercosur (Uruguay y Paraguay) y a otros 46 países. La canciller lo planteó como parte de la desideologización cuando afirmó en la Cámara de Senadores: “No seamos principistas de uno versus el otro porque, de repente, en algunas circunstancias una plataforma puede ser más útil que la otra o, en otras circunstancias, sumar dos plataformas puede maximizar la posibilidad de resultados”. El secretario de Comercio anuncia este giro como el paso hacia negocios con el Acuerdo Transpacífico (TPP), donde ya están insertos tres de los cuatro miembros de la AP, Chile, Perú y México. Todos, a excepción de México, son miembros de la Unasur, instrumento que hace bioceánicos a los 12 países sudamericanos. Pero nadie parecería estar interesado en este detalle.
Es cierto que el status de observador no conlleva compromisos, pero el acercamiento pone de relieve el giro estratégico. Si bien Argentina mantiene relaciones comerciales de manera bilateral con cada uno de los miembros de la AP, el involucramiento institucional perfila un cambio más profundo en la orientación del proceso de inserción internacional, particularmente si se propusiera pasar de observador a Estado parte. La diplomacia presidencial cede ante la de los negocios.
La estrategia de inserción internacional cambia, la región está transformándose y el mundo se retrae hacia sí mismo. El regreso al mundo se inició con una gran escenificación para mostrar expeditivamente el abandono del sur como identidad, en tanto fuerza de movilización para promover cambios en el orden internacional vigente.

* Doctor en Ciencias Sociales, UBA.
**Investigadora superior, Conicet-Flacso.

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