En la semana que pasó, el Banco Central de los Estados Unidos (la FED, para los amigos) decidió postergar su anunciada reducción del esquema de compra de bonos, a través de la cual expande la liquidez del sistema bancario en dólares. Entiéndase bien, decidió “postergar”, no “modificar” su política monetaria. De manera que, si bien hubo un alivio para la presión sobre el valor de las monedas de la región, todas “devaluadas” este año, y una suba en el precio de acciones y bonos, sólo se trata de una cuestión transitoria, dado que más temprano que tarde se producirán en los EE.UU. los cambios que se esperaban para este mes, a menos que surja una crisis o un empeoramiento mayor en los indicadores de crecimiento y empleo.
Ahora bien, todo banco central funciona con un “modelo de transmisión” que vincula acciones con objetivos, del mismo modo que un médico receta al paciente cierto remedio, porque tiene detrás un “modelo de transmisión” de la droga sobre la enfermedad diagnosticada. En otras palabras, la FED tiene un modelo que vincula su política, sus acciones –el remedio–, con sus objetivos simultáneos de bajar la tasa de desempleo, mantener sano al sistema financiero y bajar la tasa de inflación. Lo que las autoridades monetarias de ese país están discutiendo es, básicamente, cómo y cuándo ajustan la dosis a las nuevas condiciones del paciente.
El Banco Central de la República Argentina también tiene objetivos simultáneos, similares a los de la FED: mantener sano al sistema financiero, lograr que el nivel de actividad y el empleo sean el máximo posible y que la tasa de inflación sea baja. Y, como todo banco central que se precie, tiene (o debería tener) su propio “modelo de transmisión” de su política a sus objetivos. Pero está claro que en la Argentina de hoy el “remedio” de la política monetaria del Banco Central está teniendo problemas para mantener baja la tasa de inflación.
Esto puede deberse a que la dosis del remedio no es la adecuada. O a que, en el “modelo” del Banco Central argentino, la tasa de inflación no depende de su política monetaria, si no de “otras cosas”. Entre esas “otras cosas”, las autoridades monetarias y otros economistas K incluyen, como primer argumento, la “inflación importada” a través de la suba de los precios de los alimentos (que la Argentina exporta) y que dependen, entre otras cosas, de la debilidad del dólar en el mundo, es decir, de la política monetaria de la FED. En ese sentido, si esto fuera cierto, que la FED mantenga su política monetaria implicaría dólar débil, precios de commodities elevados, menos devaluación y más actividad en Brasil, lo cual sería bueno para el sector externo argentino y las reservas del Banco Central. Pero, al mismo tiempo, es malo para la tasa de inflación de la Argentina, porque si suben los precios de los commodities agrícolas y minerales, ello implicaría, siempre según los economistas K, mayor inflación interna.
Si, por el contrario, la tasa de inflación no es producto de la variación del precio de los commodities (o no es sólo por ello) y la “dosis” de la política monetaria tiene algo que ver, entonces, si se necesita que la tasa de inflación baje en la Argentina, el Banco Central debería disminuir su tasa de emisión monetaria. Pero si gran parte de la emisión monetaria se destina a financiar el déficit fiscal, para bajar la “dosis” de moneda hay que bajar la “dosis” de déficit fiscal, lo que implica que los impuestos crezcan más que los gastos, lo cual, en la jerga, se llama “ajuste”.
Y en este punto estamos. La sociedad argentina demanda bajar la tasa de inflación. Dicho sea de paso, existe un “modelo de transmisión” entre tasa de inflación y resultado electoral.
Si como sostienen los economistas K, la tasa de inflación de la Argentina no depende de la política monetaria del BCRA sino de la política monetaria de la FED, la semana que pasó, más que alivio, trajo una mala noticia.
Si, en cambio, la tasa de inflación de la Argentina depende, también o prioritariamente, de la política monetaria del Banco Central de la Argentina, la semana que pasó, con la Presidenta y su jefe de Gabinete, insistiendo en que “la política económica no se negocia”, también más que un alivio, trajo una mala noticia.