“Si un árbol cae en un bosque pero nadie está allí para oírlo, ¿hizo algún ruido su caída? Si tenemos una economía en rápida expansión, pero gran parte del electorado se niega a reconocerlo, ¿está el país experimentando un boom?”. Hace dos años, cuando Estados Unidos empezaba a retomar la senda del crecimiento que había sido interrumpido por la pandemia, Paul Krugman analizó en el New York Times el impacto que podía tener en la economía los efectos de la posverdad.
Krugman sostenía que la imposibilidad de debatir en base a información cierta y con honestidad intelectual –un escenario que se había impuesto en la política estadounidense desde la irrupción de Donald Trump–, empezaba ahora a demostrar su devastador efecto en la economía. El Premio Nobel también advertía entonces que había momentos en los que no bastaba con los datos empíricos, sino que además era necesario tener en cuenta la lectura que el consumidor hacía del contexto económico, especialmente, cuando la inflación empezaba a recalentarse.
Eso fue lo que sucedió en la segunda mitad de 2021 en Estados Unidos, cuando las estadísticas señalaban la recuperación del país, pero la mayor parte del electorado no daba crédito a la información emitida desde la Casa Blanca. La información parecía falsa por una digresión ideológica: la pandemia había profundizado la polarización política y un sector de la población –especialmente el votante republicano que seguía pensando que le habían robado la elección a Trump–, desconfiaba de las cifras suministradas por el gobierno del demócrata de Joe Biden.
Lo cierto es que Estados Unidos tuvo un rebote luego del Covid y mostró un crecimiento del 5,9% en 2021, pero en 2022 la expansión fue de tan solo de 2,9% y la inflación, producida en gran medida por el descomunal déficit fiscal generado para impulsar la economía tras la pandemia, arrojó un récord de 6,5% anual: el mayor índice de aumentos de precios en cuatro décadas.
En resumen: la economía estadounidense, que se mostraba en crecimiento, también podría ser vista como una economía en desaceleración. La era de la posverdad política había dado paso a la era de la posverdad económica.
Krugman alertó sobre la polarización política que deviene en polarización económica.
Algo de eso sucedió esta semana en la Argentina, cuando el debate sobre la herencia que dejará el Frente de Todos en diciembre, se amplificó por un documento firmado por los economistas de Juntos por el Cambio, en el que criticaron la gestión de Alberto Fernández. Los referentes de la oposición cuestionaron las decisiones tomadas por el ministro de Economía, Sergio Massa, en relación al aumento del endeudamiento, a los canjes de deuda masivos y a la utilización de instrumentos financieros en pesos ajustados en dólares. La oposición sostiene que las tasas asumidas en pesos son “imposibles de pagar”, mientras que las que están ajustadas en dólares son “tasas usurarias”.
“El Gobierno Nacional no hace más que especular con dejar una bomba de tiempo al próximo gobierno –indicó el duro comunicado de Juntos por el Cambio–. La grave situación económica que el Gobierno Nacional le dejará al próximo gobierno no hace más que perjudicar a los argentinos, a los que condenan a este estancamiento permanente”, agregó el escrito. El informe aseveró que la situación que deberá afrontar el próximo presidente será “mucho peor de la recibida en el 2015”, cuando finalizó la administración de Mauricio Macri.
Es cierto que la visión apocalíptica tiene asidero. Sobre todo, porque a la preocupación de la deuda se suma la alarma inflacionaria: el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central arrojó una inflación mensual de 5,6% para enero de 2023, muy por encima de lo que esperaba el Gobierno. En tanto que la proyección anual es preocupante: según estableció el Centro de Investigación en Finanzas de la Universidad Di Tella, la inflación esperada para 2023 será superior al 70%. Este dato está diez puntos por encima de la estimación que había proyectado el Gobierno para este año.
A eso se suma el problema crónico de la generación de divisas: las exportaciones caerán por la sequía y la consultora EcoGo calcula que este año se perderán ingresos por 22.000 millones de dólares, en comparación con el año pasado. Contener al dólar sigue siendo una preocupación mayúscula para Massa: el Banco Central ya lleva vendidos 366 millones de dólares en lo que va de febrero y en 2023 ya vendió 559 millones de dólares, lo que representa un récord de salidas de reservas en el último lustro.
Juntos por el Cambio advirtió que el Gobierno está dejando una "bomba de tiempo".
Pero también es cierto que la visión optimista sobre la economía argentina también tiene fundamentos. Gabriel Rubistein, secretario de Programación Económica, fue el encargado de dar respuesta a la crítica opositora aduciendo que la deuda es hoy más manejable que durante el macrismo. “A diferencia del período 2016-2019, en el que se emitía mayoritariamente deuda en dólares, hoy el mercado de deuda en pesos constituye la principal fuente de financiamiento del Tesoro”, destacó el segundo de Massa en el Ministerio de Economía.
Rubinstein también subrayó la política de desendeudamiento, aduciendo que el Frente de Todos no emitió nueva deuda con el exterior, que reestructuró más de 100 mil millones de dólares en títulos de deuda en moneda extranjera y que renegoció el préstamo stand-by con el FMI por más de 44 mil millones de dólares. Un virtuoso proceso que se refleja en una caída del ratio deuda/PBI, que llegó al 89,8% con Cambiemos y que hoy cayó al 79,8%. Se trata de un fenómeno de “desdolarización” de la deuda, que pasó de una proporción de deuda en dólares del 70% con el gobierno anterior, al 53% actual.
La economía evidencia, a su vez, signos de recuperación pospandémica, con crecimiento del PBI y generación de empleo. De acuerdo con el último informe del Banco Mundial, Argentina se ubicó en el puesto 6 entre los países que más crecieron en 2022, con un alza del 16,1% del PBI con respecto a 2020. Y, en base a cifras publicadas por el Ministerio de Trabajo, en noviembre de 2022 existían en la Argentina casi 13 millones de asalariados registrados, lo que demuestra que el número de trabajadores registrados aumentó de forma ininterrumpida durante casi dos años.
Hay una curiosa coincidencia entre el PRO y La Cámpora en criticar la gestión económica.
El término posverdad se empleó por primera vez en 1992. Lo hizo el dramaturgo serbio estadounidense Steve Tesich, en un artículo publicado en la revista The Nation. “Lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad”, sostuvo Tesich en una reflexión que hacía referencia al escándalo Irán-Contra y a la guerra del Golfo Pérsico, dos intervenciones de Estados Unidos en el exterior que fueron fundadas en mentiras.
El concepto fue retomado más tarde por el filósofo, humanista y pensador británico, Anthony Grayling, quien aseguraba que la posverdad tuvo su mayor impacto tras la crisis económica del 2008, debido al resentimiento creado por la recesión que facilitó la exaltación de la polarización política sobre temas como la inmigración, la caída del empleo y el aumento inflacionario. Un paradigma que terminó sembrando dudas sobre la gestión de la política.
Pero fue el periodista David Roberts el primero en relacionar la política con la posverdad, en un artículo publicado en su blog y titulado “La política de la posverdad”. El texto cuestionaba a los políticos que se negaban a reconocer el cambio climático a pesar de la contundencia de las pruebas que demostraban los efectos que la industrialización sin control producía en el planeta. “Vivimos en una cultura política en la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación) se ha vuelto casi totalmente desconectada de la política pública (la sustancia de lo que se legisla)”, sostuvo Roberts.
La etapa de la digitalización, enmarcada en un contexto de discursos de odio a través de los cuales solo se comprueban sesgos previamente establecidos, potenció el problema. La reciente discusión sobre la economía argentina así lo demuestra.
El Gobierno atraviesa un estrecho sendero pautado por el FMI, que establece pautas ortodoxas en materia de déficit fiscal, gasto público y metas inflacionarios y de tipo de cambio, pero los halcones de la oposición critican las medidas y las califican de populistas. Mientras que el propio oficialismo tampoco se logra poner de acuerdo en materia económica y el kirchnerismo duro decidió dejar de acompañar la gestión de Alberto Fernández. Curioso escenario en el que coinciden el PRO y La Cámpora.
En resumen: la economía argentina, que se muestra en crecimiento, también puede ser vista como una economía en desaceleración. La era de la posverdad política ha dado paso a la era de la posverdad económica.