Juan Martín del Potro es crack. Mal día para recordarlo, justo cuando viene de perder uno de esos partidos que los cracks no suelen perder. En tanto convengamos que no necesariamente la acumulación de éxitos en un deporte en el que se disputan entre sesenta y ochenta partidos por año te adjudica rótulos, insistiré en que el tandilense es crack.
Como lo es Nalbandian (seguiré hablando en presente, en tanto no se haya retirado), como lo fue Coria; como lo fue Gaudio. A la hora del escepticismo y la descalificación, probablemente nos hayamos malacostumbrado a una década larga en la que lo peor que le pasaba al tenis argentino era tener un top ten, una final de Grand Slam o una semi de Copa Davis. Aún insuficiente para el criterio del que pretende del otro mucho más de lo que es capaz de lograr por cuenta propia, el poderío del tenis argentino en el Siglo XXI es sólo comparable con el de las Leonas o el seleccionado masculino de básquet. Incluyo en el concepto la convicción de que no hay demasiadas semejanzas entre los casos, más que el de acumular victorias impensadas para esos mismos deportes tiempo atrás. A fines de los ‘90, para el hóckey femenino era un logro fenomenal jugar una semifinal importante, ya no ser campeón mundial; para el básquet, llegar a un Juego Olímpico, ya no ganarlo; para el tenis, el objetivo era volver al Grupo Mundial de la Davis, ya no quedarse rara vez fuera de las semifinales.
Sin embargo, hoy, con la temporada 2013 de Grand Slams cerrada para nuestros tenistas, me gustaría ser capaz de descifrar la estrategia de Del Potro a la hora de planificar su temporada. Con perdón del atrevimiento, siento que, una vez más, Delpo imaginó y diseñó su 2013 casi como lo hace Nadal, Djokovic, Murray o Federer. Es decir esos megafenómenos que pueden circunscribir su esfuerzo a poco más de veinte torneos por año, algo que, es bueno recordarlo, no difiere demasiado de lo que hacen muchos de los 25 mejores del ranking. Sucede que, de esos 25, pocos son, como el tandilense, aspirantes a número uno según deseo propio y pronóstico de los más encumbrados colegas. Tampoco son demasiados los que explicaron que su ausencia en la Davis obedecía a que prefería concentrarse en objetivos específicos del circuito sobre los que pretendía la menor cantidad de interferencia.
Juan Martín es un tenista colosal al cual, a diferencia de ese monstruo de la vigencia y la salud que es Roger Federer, se le cruza alguna lesión compleja casi todas las temporadas. Esa ya es una advertencia: es difícil imaginar un año con setenta u ochenta partidos jugados no sólo cuando se te cruza el demonio de la salud en el camino sino cuando, además, esa afección te impide volver a jugar de inmediato. Este año fue bien transparente al respecto.
Del Potro prescindió de toda la temporada previa del abierto australiano –no así de una infinidad de exhibiciones, inclusive alguna en la Argentina antes de ir a Melbourne– y en Flinders Park perdió inesperadamente con Jeremy Chardy. Después recorrió las canchas cubiertas de Europa con un saldo positivo –salvo la derrota con Simon en Marsella– y embocó a Murray y a Djokovic antes de caer con Nadal en Indian Wells. Ese fue uno de esos torneos que explican por qué a Juan Martín el mundo del tenis le augura un espacio en el trono, tarde o temprano.
Sin embargo, ese jugador capaz de ganarle al mejor y que rara vez pierde con quien no debe, dejó espacio a uno llamativamente inestable. Kamke lo eliminó de entrada en Miami. Casi un mes sin jugar y fue Nieminen quien lo sacó en Montecarlo. Otro mes sin tenis, y Paire le ganó en Roma. Que el tandilense haya jugado apenas cinco partidos en tres meses clave de la temporada –no fue a Roland Garros y sólo volvió en Queens, donde perdió con Hewitt– tuvo que ver con la bendita y ya mencionada lesión. Una más de las varias que le han interrumpido aun los mejores momentos de su corta y exitosa carrera.
Un gran Wimbledon y otro título en Washington parecieron rescatar de los vaivenes al Delpo sereno, consciente de su poderío y sabio para resolver problemas ante rivales que no dan el nivel para ganarle. Raonic (en Canadá), Isner (en Cincinnati) y Hewitt (anteanoche) volvieron a poner un signo de interrogación respecto de sus perspectivas.
Ya no ser número uno, sino meterse definitivamente entre los cuatro mejores –si es que realmente a Federer se le ocurriese dejar un lugar allí arriba– necesitará de una estabilidad mayor. Y de una temporada en la que, tal vez, con la experiencia sufrida de tener que alterar calendarios por derrotas impensadas o problemas atléticos, el tandilense deba ocupar más semanas en el circuito.
Sirva un aporte en números para entender la idea de que, a tres meses del final de la temporada, el tandilense ha jugado poco y sumado poco allí donde los mejores hacen la diferencia. Veamos cómo le ha ido hasta ahora a sus rivales directos en el ranking entre Masters 1000 y Grand Slams.
Djokovic lleva veinte victorias y tres derrotas en Grand Slams y 18 y seis en Masters 1000. Nadal, 9-2 y 29-1. Murray, 15-2 y 15-6. Ferrer, 17-4 y 8-6. Federer, 12-3 y 10-4. Berdych, 10-3 y 18-7. Del Potro está 8-3 en Grand Slams y 11-6 en Masters 1000. No sólo sumó menos según la ecuación éxitos y derrotas que los demás citados, sino que, salvo con Federer, tiene una diferencia de casi diez partidos menos disputados en esa órbita que el resto; 19 menos que Djokovic, y 13 menos que Nadal. Eso representa muchos puntos y, sobre todo, mucha continuidad de rendimiento.
Muy por encima de esta elucubración –incompleta, a la cual hay que sumarle una importante cantidad de matices que sólo saben ordenar el tenista, su coach, su preparador físico y demás asistentes cercanos–, está la real voluntad de Juan Martín. Este año, su deseo de afianzar objetivos en el circuito se está convirtiendo en un mero enunciado. Con momentos inolvidables, con cortocircuitos físicos y con derrotas infrecuentes para su historia reciente. Sin embargo, por encima de todo eso está su real voluntad.
Queda en claro que si su intención fuese la de entreverar tenis y desintoxicación –tenis y “vivir”, se diría en bruto– en dosis similares, no sólo Juan Martín está en todo su derecho, sino que, francamente, nadie podría decir que no le esté yendo fenómeno.