Nadie en su sano juicio podría haber considerado que el candidato oficialista hubiera podido garantizar la gobernabilidad durante cuatro años más. Y sin embargo muchos lo hicieron, lo que habla de un alto grado de irracionalidad política. Toda fuerza necesita un sabático, y el kirchnerismo lo tendrá, al menos en lo que se refiere a la gestión de gobierno.
Como ha triunfado la derecha liberal (los titulares europeos suelen invertir la fórmula y dicen liberalismo de derecha, imaginando que pudiera haber uno de izquierda, pero nuestras opciones eran la derecha populista y la derecha liberal, dilema en el que me abstuve de intervenir, poniendo en juego relaciones personales y familiares), necesitaremos de las fuerzas kirchneristas en el Parlamento y en los organismos de control, en los medios y en las universidades: en todos esos lugares que, nos han dicho, estarán amenazados a partir del 10 de diciembre.
La democracia, lo hemos comprobado este año, es agotadora. Exhaustivamente agotadora. Nos obliga a una vigilancia extrema de los comportamientos propios y los ajenos hasta límites exasperantes. Son las reglas del juego, sobre todo si apostamos a la potencia de la sociedad civil, ese sujeto abstracto que uno de los candidatos supo interpelar mejor que otro.
El Sr. Macri ha sido obligado a declarar que no suspenderá los juicios por violaciones a los derechos humanos, que no cerrará Tecnópolis, que no, que no, que no. Son todos triunfos de la oposición naciente, a la que hay que felicitar por ello.