Macri es un líder magnífico. Michetti, la compañía perfecta. Duran Barba, el mejor estratega. El PRO, una fuerza moderna y distinta. La UCR, un partido renovado. Carrió, una lúcida luchadora republicana. Scioli, el peor candidato. Zannini, un salvavidas de plomo. Cristina, la peor electora. La Cámpora, unos inútiles imberbes. El peronismo, un aparato terminado.
Con el diario del lunes, esto es, con el resultado puesto, es más fácil dar rienda suelta a análisis triunfalistas o derrotistas. Ceder a semejante tentación es tan simplista como peligroso, porque puede llevar a conclusiones erradas.
Normalmente, PERFIL no sale los lunes y trata de no mirar con el prisma de los hechos consumados. La realidad es más dinámica, compleja y multicolor, no la quietud del blanco o negro.
El triunfo de Macri, que lo convierte en presidente electo, se explica desde varios costados. Acaso el principal pase porque consiguió generar algún nivel de expectativa en una parte de la población. Pero que haya conseguido un 50% más de los votos que consiguió hace apenas un mes, expresa la decisión de la mayoría del electorado de convertir al kirchnerismo en historia.
Hasta hoy, “cambiar” para Macri era eso: terminar con la era K, aún en la versión edulcorada y más amable que simbolizaba Scioli. Por más que incorporó políticas de esta década que antes había combatido (¿cuál realmente mantendrá una vez en el poder?), el eje fue que algo se terminaba. Scioli también tomó nota de ese mensaje iniciático del 25 de octubre, aunque le resultó infructuoso esconder a su vice ultra K y a la propia Presidenta, que lo eligió resignadamente como su candidato.
Sobre esta demanda de cambio surfeó la ola Macri, que hace apenas dos años parecía limitar a su partido a una expresión vecinalista porteña: no había logrado hacer pie más allá de la General Paz ni construido una fuerza competitiva, salvo en Santa Fe. Y encima surgía la figura de Massa, como otra opción de cambio pero más enancada en el peronismo.
La ola se convirtió en un tsunami al ampliar la base política del PRO con la UCR y Carrió, con quienes se juntó pero no empastó, tratando de evitar que se dispare el mal recuerdo de la Alianza (otra chicana que el sciolismo no logró imponer). Tras otra derrota del santafesino Del Sel que ensombreció las esperanzas amarillas, le salieron bien dos apuestas arriesgadas, Rodríguez Larreta y Vidal (Lousteau asustó al macrismo y Aníbal Fernández al votante bonaerense). Y hoy puede decirse que también le resultó no aliarse con Massa y llevar de vice a otra figura porteña propia.
Después que, tal como prometió, anoche Scioli volvió a ser Scioli y aceptó la derrota, Macri siguió con su discurso “sciolizado”: agradecimientos, llamados a la alegría y a la esperanza y el pedido de que no lo abandonen el 10 de diciembre. Ahí deberá empezar a gobernar y dejar de estar en campaña.