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El libro desenterrado

Mauro Libertella me entrevista por la aparición de mi novela. Yo solo sé que Mauro nació en el exilio y que es hijo de un escritor de culto, Héctor Libertella, del que tristemente no he leído nada.

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Mauro Libertella me entrevista por la aparición de mi novela. Yo solo sé que Mauro nació en el exilio y que es hijo de un escritor de culto, Héctor Libertella, del que tristemente no he leído nada.

Las preguntas de Mauro son diferentes de otras entrevistas. Me dejo llevar y le digo sin filtro casi todo. Había prometido no hacerlo porque, a diferencia de mi teatro, he decidido que a las novelas no les van las explicaciones. El parece haberme leído con enorme cuidado; lejos de resultar intimidante, parece realmente conectado con las cosas. Nos pega el sol y nos vamos corriendo de las mesas. Es indicio de que hemos pasado hablando un largo tiempo. Al terminar la entrevista me regala, con una humildad inadecuada, lo que él llama “su librito” y que, pese a haber sido un boom cuando salió en 2013, tampoco he leído nunca.

Lo devoro. Lo leo con culpa en las pausas que no tengo y que le robo a mi trabajo, lo leo por los rincones, culposo, cuando mi mujer y mis hijos se han dormido. Todo lo que se ha dicho, todo lo que se escribe de Mi libro enterrado en la solapa nueva de Random House, ese faro del mundo al que llegan los libros cuando son bien legibles en cualquier país, es precisamente cierto. Es fácil alabar esta delicadísima escultura hecha de palabras. Mauro me dice que escribió sobre la muerte de su padre, sobre el oficio de escribir, sobre una suave caída vertical, sobre una agonía hecha de últimos encuentros.

Absolutamente consciente de que la muerte del padre constituye un subgénero literario cuya trampa es la solemnidad, Mauro escribe sereno y exacto para no caer jamás en ella. Me es inevitable preguntarme cómo conoce tantos matices de la muerte de mi propio padre. Alberto Spregelburd no era escritor de culto, sino taxista, entre otras cosas, y no murió así y no tuvimos este largo zaguán de despedida, pero parecen detalles nimios. ¿Cómo es que todo aquello de lo que nunca osé escribir, aun sintiendo que debía, un perfecto desconocido lo resuelva de una vez y para siempre? Los libros mágicos tienden esa trampa.

Nos están dirigidos y nos interpelan en soledad, aunque seamos miles sus lectores. Mauro no propone un tema para debatir, ni una política a adherir, ni una lírica para acompañar solidariamente. Construye un mito. Y en él, como en todos los mitos, resuenan las preguntas sin respuestas, sin palabras, sin destino.

Siempre que un padre muere, en la vida o en la literatura, a los demás nos toca interpretar el rol del hijo.