La política es atractiva para tantos en parte porque es totalmente impredecible, casi como el azar o el amor. La semana pasada, los mejores consultores electorales regionales pronosticaban una posible fractura del Frente de Todos cuando se produjera la sentencia de la causa vialidad en diciembre o en febrero. De ser una condena, la furia de la vicepresidente iría a caer sobre el Presidente como responsable de no haber impedido que la causa llegara a un tribunal oral y, prisionera de sus emociones se llevaría sus votos a Unidad Ciudadana, el partido con el que fue electa senadora en 2017, prefiriendo una minoría intensa frente a la posibilidad de no poder volver a ganar las elecciones presidenciales del año próximo.
“El mayor invento de Perón fue el antiperonismo: mantuvo vivo al peronismo” (Alain Rouquié)
Pero las manifestaciones que se produjeron a partir del lunes a noche, cuando concluyeron los alegatos del fiscal y su pedido de 12 años de prisión para Cristina Kirchner, generaron el efecto opuesto uniendo a todo el peronismo detrás de la vicepresidenta. El presidente del PJ porteño, Mariano Recalde, dijo que los opositores que “impúdicamente” fueron a celebrar frente a la casa de Cristina el día del pedido de condena del fiscal, “le tocaron la cola a la leona” –figura que no podía ser más gráfica–, generando espontáneas manifestaciones de desagravio que dieron paso a manifestaciones más organizadas, numerosas y variadas. Por un lado, la dimensión emocional sobre el cuerpo de la líder, que para los más extremos y añosos era simbólicamente asociable a los ultrajes al cadáver de Evita. Por otro, el inteligente uso del peronismo como verdadero sujeto de enjuiciamiento que hizo la propia Cristina Kirchner durante la transmisión casi en cadena nacional de lo que hubiera sido su ampliación de indagatoria tras la negativa del tribunal a concederle la posibilidad de hacerlo dentro del juicio. Fue clara su intención de autotitularse significante del peronismo durante su exposición y, al terminar la transmisión, y ya desde el balcón de su despacho en el Senado, al pedir cantar la marcha peronista a sus seguidores.
El jueves, la vicepresidenta avanzó un paso más y se colocó una gorra que decía CFK 2023, que si bien también podría interpretarse como candidata a senadora bonaerense, todos lo asociaron a una candidatura presidencial. Hace un mes, la revista Noticias tituló su tapa sobre Diego Luciani anticipando lo que sucedería: “El fiscal que puede meter presa (y santificar) a Cristina”. Fue siempre la preocupación de Jaime Duran Barba cuando era el principal estratega del gobierno de Mauricio Macri, que no se produjera una condena a una mujer expresidenta porque la podría convertir en “santa”, como a Lula, y, salvando las gigantescas distancias del martirio sufrido, como a Mandela.
Todo el peronismo se amalgamó en solidaridad con Cristina Kirchner deponiendo las internas y observando una eventual oportunidad electoral. Se les escuchó decir: “El mejor peronismo es el peronismo perseguido”, por adversarios reales como las dictaduras que lo derrocaron en los años 50 y los 70, o ficticias como los poderes fácticos o concentrados del siglo XXI artífices, además, del lawfare.
El historiador francés experto en peronismo Alain Rouquié, autor de varios libros, entre ellos El siglo de Perón, sostuvo que el mayor invento de Perón fue el antiperonismo y que la explicación a por qué el peronismo se distingue de los otros partidos populares latinoamericanos del siglo XX, que todos se extinguieron, reside en el antiperonismo, que con su rechazo emocional y perenne lo mantiene vivo y longevo.
La ultracristinista y senadora en reemplazo de la propia vicepresidenta, Juliana Di Tullio, usó ayer en Radio Perfil una metáfora distinta de “la cola de la leona”, graficó la emergencia de manifestaciones de apoyo a la vicepresidenta diciendo “patearon el hormiguero” y por eso salieron peronistas de todo tipo como células dormidas de una corpus política más amplia. Al revés, en el mismo programa de radio, Roberto García desconfiaba de la perdurabilidad de este estado de emocionalidad peronista exacerbado, al que describía como explosivo y, al mismo tiempo, efímero.
¿Quedará algo en la memoria colectiva de la resistencia peronista del siglo XX a la que se refería Di Tullio en las actuales generaciones del siglo XXI, o el peronismo es una entelequia que ya no conmueve más que a una tribu entre otras? ¿Podrá Cristina Kirchner recrear la épica de persecución de Perón y del cadáver de Evita para unificar tras su figura de manera religiosa a todo el peronismo?
En sus peleas contra el campo primero y contra los “medios concentrados” después intentó revivir esa épica de David contra Goliat que predispone a la mayoría de las audiencias identificadas personalmente con el desfavorecido por la fortuna. Pero el estancamiento económico primero y luego la decadencia de la economía en su última presidencia impidieron que esas narrativas, sumado incluso el factor emocional electoral que tuvo la temprana muerte de Néstor Kirchner, permitieran ganar elecciones más allá de la de 2011.
Si Perón hubiera sido quien moría en 1952 y Evita quien continuara, ¿existiría hoy el peronismo?
En terreno contrafáctico, ¿qué habría sucedido con el peronismo si en 1952 quien hubiera muerto tempranamente hubiera sido Perón y quien hubiera quedado viva dándole continuidad al peronismo hubiera sido Evita? Quienes piensan que el cerebro del kirchnerismo –como del peronismo lo era Perón– fue Néstor Kirchner y Cristina encarnó la continuidad simbólica concluyen que aunque la vicepresidenta tenga un magnetismo emocional superior al de su marido –como sucedía con Evita respecto de Perón–, carece de la capacidad política de Néstor Kirchner, y sus opciones electorales, tanto en el triunfo con Boudou en 2011 y con Alberto Fernández en 2019 como en la derrota con Scioli en 2015 y con Unión Ciudadana en 2017, fueron siempre frustradas.
Un peronismo fortificado o un peronismo fracturado son ambas hipótesis plausibles que solo el tiempo develará cuál de las dos es la acertada. Es esa incerteza entre el cielo y el infierno la que hace sentir “mariposas en la panza” a los amantes de la política.