Francis Fukuyama es uno de los cientistas sociales más respetados de Occidente. Egresado de la Universidad de Harvard y profesor emérito de la Universidad John Hopkins, alcanzó fama mundial a fines del siglo pasado al publicar El fin de la Historia y el último hombre. Tras la caída del Muro de Berlín y el desenlace de la Guerra Fría, el célebre ensayo de este politólogo estadounidense se convirtió rápidamente en una biblia para el conservadurismo, al establecer una polémica tesis que proclamaba el final de la dicotomía izquierda-derecha, tras el desplome del modelo soviético y la autoproclamada victoria de la economía de mercado y la democracia liberal.
Tres décadas después, la realidad se ha transformado violentamente. En medio de una dramática pandemia, el discurso neoliberal, que rechazaba el papel del Estado en la construcción de sistemas políticos y económicos, empieza a ser puesto en duda. El mundo ha cambiado. Y Fukuyama cambió con el mundo.
El big government ha regresado. Biden anunció que la pandemia será derrotada en Estados Unidos a través del Plan de Familia y el Plan de Empleo, que se financiarán con impuestos para el 1% más pobre del país.
En La pandemia y el orden político, publicado en la prestigiosa revista académica Foreing Affairs a mediados del año pasado, Fukuyama aseguró que el Covid “arrojó luz sobre las instituciones existentes en todas partes y reveló sus insuficiencias y debilidades”, a la vez que advirtió que “la brecha entre los ricos y los pobres, tanto personas como países, se ha profundizado por la crisis y aumentará aún más durante un prolongado estancamiento económico”.
El anterior sepultador del socialismo ahora sostiene que el impacto del coronavirus “podría poner fin a las formas extremas de neoliberalismo, la ideología de libre mercado de la que fueron pioneros economistas de la Universidad de Chicago como Gary Becker, Milton Friedman y George Stigler”, y que “dada la importancia de una fuerte acción estatal para frenar la pandemia, será difícil argumentar, como hizo Reagan, que ‘el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema’”.
Una nueva era comienza: el big government ha regresado. Eso quedó demostrado, por caso, esta misma semana cuando Joe Biden celebró los primeros cien días de su gobierno anunciando que la pandemia será derrotada en los Estados Unidos a través de dos programas: el Plan de Familia y el Plan de Empleo, que serán financiados con impuestos al 1% más rico del país.
El Plan de Familia consiste en un paquete de asistencia social de 1,8 billones de dólares. Podría entenderse como una suerte de cóctel entre la Bolsa de Familia, que aplicó Lula en Brasil, y la Asignación Universal por Hijo, que implementó Cristina Kirchner en la Argentina. Pero, hay que decirlo, no hubo protesta contra “planeros” en la meca del capitalismo.
El Plan de Familia, de 1,8 billones de dólares, es una mezcla de la Bolsa de Familia de Lula y la Asignación Universal por Hijo de Cristina Kirchner. Pero no hubo crítica a los “planeros” en la meca del capitalismo.
Con este programa, Biden pretende ampliar el sistema de educación pública, mejorar la adjudicación de becas para estudiantes de bajos ingresos, proporcionar licencias familiares y médicas y ampliar el otorgamiento de créditos tributarios por hijos. Se prevé que el Plan de Familia ayudaría a más de 65 millones de niños y podría reducir la pobreza infantil en tan solo algunos meses.
Mientras que el Plan de Empleo se propone aumentar el desarrollo industrial y contener la importación fabricada en China, a través del fomento a la compra de productos “made in America”. El libre mercado puede esperar cada vez que en Washington no se cuestiona al proteccionismo.
Entre las distintas medidas propuestas por este impulso al mercado de trabajo que anunció el presidente de Estados Unidos se destaca el aumento del salario mínimo, sumado a una millonaria inversión en infraestructura para construir rutas y caminos y el impulso a la energía “verde”. Se prometió la creación de miles de millones de puestos de trabajo antes de fin de año.
Pero lo más “revolucionario” fue que Biden propuso que el costo lo paguen los más ricos. El presidente advirtió en el Capitolio que el 55% de las grandes corporaciones no pagó impuestos federales durante el último año de mandato de Donald Trump, a pesar de que lograron 40 mil millones de dólares en beneficios. “Ya es hora” de pagar, concluyó el mandatario.
Pero ahora soplan vientos de cambio en Washington. El impacto de la pospandemia podría impactaren todo el muno y llegar a la Argentina. No caben dudas: la Historia ha regresado. Buen título para un libro de Fukuyama.
Lo mismo dijo Biden al anunciar que quienes ganen más de 400 mil dólares al año pagarán un 39,6 % de impuestos, como solía ser antes de que George W. Bush redujera ese gravamen. Los multimillonarios deben “pagar su parte justa”, reclamó el jefe de Estado.
Cuando Fukuyama sentenció el fin de la Historia en los noventa, el impacto de este nuevo paradigma impregnó a todo el mundo. En el continente americano se inició el sueño liberal de crear el ALCA, un área de libre comercio hemisférica, y comenzó el impulso del Consenso de Washington, con presidentes latinoamericanos que implementaron un ambicioso plan de privatización y recorte del sector público, como fue el caso de Carlos Menem en la Argentina.
Ahora que los vientos de cambio vuelven a soplar en Washington, el impacto de la pospandemia también podría llegar a la región y a la Argentina. No caben dudas: la Historia ha regresado. Buen título para un libro de Fukuyama.