Se dice que Rosario es la ciudad que tiene mayor densidad de psicoanalistas por metro cuadrado que cualquier otra población. Vaya usted a saber si es algo que puede ser confirmado o invalidado. Pero es interesante, como teoría, digo. También digo que hay alrededor de psicoanalistas y psicoanálisis una multitud más interesante aun, la de los detractores, la de los adoradores, la de los deformadores, la de los reformadores, y así por el estilo. Y si no me cree le presento a mi amiga Uvelina (no se llama así pero ella es modesta y no quiere figurar en un medio al alcance del público), que tiene una magnífica teoría no diré que vecina pero sí moderada y secretamente contigua al psicoanálisis. Según ella, todos y cada uno de nosotros, desde la señora intendenta hasta el bebé que acaba de nacer, todos y todas tenemos un montonazo de vidas secretas que van tomando la delantera a lo largo de cada día, para determinar nuestras conductas, nuestros pareceres, nuestras decisiones, en fin, cada paso que vamos dando en este mundo. Le digo que es un disparate. Me dice que sí, que por supuesto, pero que no por disparate tiene que ser erradicado de nuestros pensamientos. Le pido que me explique y me dice que no hay nada que explicar, que solamente hay que obedecer a las vidas que nos habitan. Que nos habitan, dice, y eso vuelve al disparate cada vez más atractivo. Le digo además que Uvelina sostiene que en cuanto a disparates, no hay ninguno tan enorme, complicado e inútil como la interpretación de los sueños que erigió el señor Freud, no sé si lo única, uno al que le encantaban los divanes y los furcios. A veces nos internamos con ella en discusiones totalmente inútiles pero muy divertidas al final de las cuales nos preguntamos si no seremos más serias que los serios señores que pasan a la historia por su contribución a la sabiduría (?) humana. Según mi amiga, a cada paso que damos, paso de veras o paso virtual y a veces no pasos sino saltos, es una de nuestras vidas la que toma la delantera y según ella, las vidas, no Uvelina, actuamos, decidimos y nos comportamos. Después me dicen a mí que tengo una imaginación frondosa. Pero en fin, según mi amiga, suelo, solemos actuar, como, por ejemplo, una diva decimonónica, o una bruja del siglo catorce condenada a la hoguera o una niñita abandonada en una calle de Zagreb por su madre desnaturalizada que se fue con un actorzuelo que la conquistó. En fin, que tengo que confesar, estimado señor, que la imaginación de Uvelina suele darle lugar a la mía propia.