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el asco

Estado Play

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¿Nadie ha hecho nada con las ganas de vomitar que dan los afiches de esa cosa que se llama Play Station? Supongo que el objetivo de esta publicidad de choque (tan fea como fácilmente despellejable) es precisamente así: que yo hable indignado y riegue –sin querer– el almácigo que reza que “el medio es el mensaje” para fertilizar, cómplice, este producto que no sé qué es y que presumo peligrosísimo.

La falta de imaginación es sólo comparable a la malicia con la que sus creativos se estarán frotando las manazas, diciéndose incrédulos: “¿Cómo hicimos para venderles esta bosta?”. Los afiches muestran a niños y adolescentes con cara de salames, encerrados con un joystick en la absoluta soledad autista que requiere el entretenimiento, al tiempo que se leen textos desafortunados: “Cuando tu hijo juega no te pregunta cómo llegó al mundo”, o “Jugar te salva de llamar a tu ex”, o “El ruido de las explosiones te salva de escuchar la música de tu hermana”, palabras más, palabras menos, todo esto rematado con el eslogan: “Viví en estado Play”. ¿A quién va dirigida? ¿A todos, a nadie, al aire? ¿De verdad suponen que una madre en condiciones de elegirle un juguete a su ser más querido podrá decidirse acodada en la ventaja de mantener a la criatura ocupada algunas horas extra para que no piense algo tan incómodo como el indecible mecanismo que lo ha traído al mundo? ¿En serio un joven puede olvidar al amor perdido (o al sexo fácil de turno) agarrándose de un joystick como un simio? ¿En qué universo se supone que pasan esas cosas? Es obvio que en ninguno: la publicidad no pertenece al mundo y sólo busca el impacto y la memoria de una marca. Ni hace falta describir el objeto a vender; el comprador ya lo conoce. A veces hay invención, talento. En este caso basta con ofrecer con desnuda literalidad un juguete que te libra de ser parte del mundo, como una droga. Lo raro es que las drogas estén prohibidas y los juguetes que alisan el cerebro, no.

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