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escorzos

Eterno y efímero

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¡Qué bueno sería saber de pintura para saber decir por qué alguien llega a ser tan bueno en la disciplina que practica! Por suerte contamos siempre con el auxilio de enciclopedias, tratados y ensayos que nos permiten arrimarnos al hueco del misterio.

Andrés (Andrea) Mantegna concibió la composición pictórica como una arquitectura. Sobran los ejemplos de este arte como motivo plástico. Fragmentos de escultura, ruinas de arcos y de templos, bajos relieves truncados y corroídos, frisos y capiteles salvados con dificultad de las usuras del tiempo, en medio de los cuales las figuras vivas parecen extrañamente ajenas, en un proceso de osificación o momificación que parece aspirar a lo imposible, a lo incorruptible y lo eterno. Es el paraíso perdido de su fantasía, que inventa las realidades del pasado de acuerdo con los datos de una arqueología incipiente: no hay que leer esto, hay que ver las imágenes que lo producen.

Mantegna se complace en construir ese mundo como retorno que impone los signos de un estilo nuevo concebido como moda: los paños que se ciñen a los cuerpos dejan entrever la contextura anatómica. Armaduras, corazas, cascos con cimera, sandalias. Figuras engordadas a bulto por una idea de volumen que explota dentro del plano, dentro de su fría estilización. El pintor parece creer que el arte testimonia las costumbres de los muertos. A quienes lo critican por su “dureza” de estatuaria antigua les ofrece los episodios llamados San Cristóbal asaeteado y La translación de los restos de San Cristóbal, o su San Sebastián, que prueban la ductilidad de su pincel para transigir también con la agonía hierática de aquel que sabe que se le destina el cielo. Pero su asunto no es la pasión de los moribundos, sino el destino ulterior de todo cuerpo místico. Huelga mencionar que las fotografías internacionalmente difundidas de Ernesto Che Guevara muerto y exhibido en el poblado boliviano de La Higuera citan su cuadro más famoso, Cristo muerto, donde Mantegna, con su atrevidísimo escorzo que ofrece en primer plano los pies cerúleos y azulados del semidiós de los cristianos, parece querer decirnos que ya es hora de que perdamos nuestra fe en la resurrección y aceptemos la putrefacción de toda carne.

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