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Gloria y ocaso de la Presidenta

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Octubre de 2011. Cristina Kirchner es reelegida por el 54%. La ventaja sobre sus adversarios es sideral. Su imagen positiva araña los 60 puntos. Cristina está en su cenit. Quizás el triunfo sea doble, o múltiple. Porque la Presidenta ganó la elección del pueblo, pero también venció dudas y críticas que se venían acumulando desde 2007, cuyo epicentro fue la crisis del campo en 2008. Además, porque la Presidenta se sobrepuso con entereza al fallecimiento de Néstor Kirchner, su compañero de vida y socio político.
Septiembre de 2013. Una encuesta revela que la imagen positiva de Cristina se ha reducido a un magro 32,1%, con 49,4% de imagen negativa. Su gestión de gobierno es calificada con guarismos similares. Más de 40% de los ciudadanos opina que su imagen empeoró tras las declaraciones y acciones por ella realizadas luego de las PASO.  El aparente giro corrector que estaría dando el Gobierno al reconocer la existencia de inflación e inseguridad es percibido por una amplia mayoría como medidas electoralistas y no como auténticas convicciones para afrontar esos problemas. Cuando la Presidenta argumenta sobre la necesidad de profundizar el modelo o cuando denuncia la existencia de una cofradía antipatria y antipueblo que querría destituirla, en lugar de generar adhesión sólo parece provocar rechazo.
En sus momentos de gloria, la Presidenta parecía una especie de Rey Midas electoral: su sola bendición bastaba para asegurar el triunfo de sus amadrinados. Hoy, en cambio, mayoritariamente se considera que la cercanía presidencial más que favorecer termina perjudicando a los propios candidatos.
Ante tales evidencias, surge la pregunta inexorable: ¿Cómo fue posible que aquella líder exitosa, inteligente, estratega infalible, victoriosa, se transformara en menos de dos años en esta dirigente que parece no sólo haber perdido el rumbo político sino el calor de la ciudadanía? Probablemente haya que esperar a que la historia revele las razones de aquel enigma. O tal vez, como la vida misma, la política también sea una caja de sorpresas que nos devuelva alguna victoria inesperada. Nada es imposible. Por ahora, al menos, cabe ensayar alguna conjetura.
Quizás el gran éxito del kirchnerismo radique en haber insuflado una épica de sentido a una sociedad descreída y derrotada. Y los actos heroicos requieren líderes con coraje suficiente para oponerse a fuerzas retardatarias. A veces, el éxito político surge de una amalgama entre realidades tangibles y gestos simbólicos. Al kirchnerismo del período 2003-2006 le sobraron ambos. Al de 2011, también.
En cambio, luego de aquel 54% se asistió a una cascada de infortunios y desaciertos (escándalo Boudou, tragedia de Once, cepo, “vamos por todo”, ninguneo a marchas multitudinarias, pretensiones reeleccionistas, embestida contra la Justicia). Y ante esas señales contundentes, aquella líder investida de lo más excelso sólo atinó a continuar con el único libreto básico que conocía y le había dado resultado. Entre otros males, el éxito puede convertirnos en el personaje que fue necesario crear para haberlo forjado. El problema es que, en épocas de vacas flacas, se insiste erróneamente en realizar sólo aquello que juzgamos infalible. Entonces, los espectadores dejan de investir al personaje como un héroe mítico, para comenzar a verlo en su cruda realidad de impostación ineficiente.
A mi juicio, ese resulta el intersticio donde se asiste a la sustancia de los auténticos líderes. El tiempo dirá entonces si Cristina fue como el Ave Fénix, o apenas una de las tantas expresiones de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.

* Director de González y Valladares Consultores.