En la última película de Emmanuel Carrère, En un muelle de Normandía, Juliette Binoche interpreta a una escritora que se infiltra en el mundo de las empleadas de limpieza para experimentar, durante un tiempito, un estilo de vida que le es ajeno por completo. Cuando es descubierta por aquellas mujeres que la juzgaban como una compañera más, la mímesis se desvanece y afloran las diferencias sociales en todo su esplendor. La escena me recordó a un episodio registrado por las cámaras de los adláteres de Juan Grabois hace unos años en el que, enfundado en una campera de cuero brillosa, pasó unas horas detenido junto a manteros africanos en una comisaría de CABA. O quizás haya pensado en él por episodios más recientes, como la presencia mediática que cosechó gracias al debate con Javier Milei (acaso su némesis más lograda), moderado por Jorge Fontevecchia. O, tal vez, por la conmoción que me causó ver la reacción que tuvo durante una charla que dio junto a Gustavo Grobocopatel en la Universidad de Córdoba, donde no se privó de agredir verbalmente a un docente que se animó a cuestionar, con respeto y sapiencia, lo que, para todo el que entienda de ruralidad, es una alianza de intereses empresariales y rosca política disfrazada de debate y búsqueda de soluciones para la “economía popular”. O puede que hayan tenido peso los contrastes acumulados a lo largo de una trayectoria política en la que pudo ser católico de pañuelo verde, militar la toma de tierras sin dar cuenta del patrimonio real de su familia, elevar a la categoría de trabajo –facturable a través de sus empresas– el juntar basura para sobrevivir o mantener excelentes relaciones con Cambiemos pese a su filiación con el kirchnerismo.
No se privó de agredir verbalmente a un docente que se animó a cuestionarlo
Sin embargo, quizás, en rigor, lo que más me recordó a Grabois no fue haber visto la última de Carrère, sino volver a ver la primera de los hermanos Marx, en la que Groucho, chupeteando su cigarro (sustituible por una bombilla en el caso del dirigente), responde a un grupo de trabajadores que le reclaman: “¿Quieren mi dinero? ¿Por qué? Yo no quiero el de ustedes. Si nos quedamos juntos y trabajan duro, seremos felices y el dinero no será una preocupación porque no hablaremos más de él (...) ¿Ganancias? ¿Para qué? ¿Quieren ser esclavos del capitalismo?”.