Ahora que, al menos por un rato, el covid pasó en algunos países a la categoría de gripe común, Bill Gates, el millonario que advirtió sobre la pandemia mucho antes de que se verificara y que se hizo aún más millonario gracias a su participación en la vacunación a escala global, presenta un nuevo libro: ¿Cómo prevenir una próxima pandemia? Para quienes no somos ricos ni influyentes, profetizar es complicado. Más bien nos limitamos a padecer lo que ha quedado instalado: usos sociales, laborales y educativos precarizados, economías arrasadas, mecanismos de control anacrónicos en una época en la que tanto se insiste con la libertad y una supremacía inaudita de los fármacos. Pero hablar sobre lo que va a ocurrir de acá a equis cantidad de años es tan tentador para nosotros como para Bill, aunque nadie nos dé pelota y a él se lo tome como una suerte de pitonisa de la medicina.
Influenciados por los efectos narcóticos de haber visto noticias en torno a cosas como el “coronadengue”, el “fluorona” o la nueva hepatitis que ataca a los niños, el único segmento de la población que no fue blanco frecuente del covid, con unos amigos franceses decidimos calzar por un rato la túnica profética y hacer futurismo también. Sus preocupaciones demostraron ser, al igual que el universo aspiracional de su país, más universales que las mías. Hablaron de agenda global, gran reseteo, biopolítica, ingeniería social, transhumanismo, robótica, ecología... Me vi carente de especulaciones a la altura de las de ellos, pero, al mismo tiempo, obligada a decir algo relacionado con Argentina. Aposté, a falta de argumentos sólidamente justificados, al delirio paranoide de los que hablan al gas. Dije que así como el gobierno de Fernández se caracterizó en gran medida por la lucha contra un virus y la compra de vacunas, el que venga se caracterizará por batallar contra más virus (o bacterias o ambos) y la aplicación de nuevas tecnologías sanitarias, del estilo de los biochips. Nuevas enfermedades y nuevos tratamientos capaces de generar nuevas grietas (siempre oportunas a la hora de tapar problemas políticos, sociales y financieros) constituyeron mi extática profecía. No me importó la posibilidad de ser acusada de demente (lo han hecho con cada profeta) porque en lo que muchos llaman locura subyace, tal vez, el reverso de una normalidad mutante y enfermiza. Claro que, a diferencia de los verdaderos profetas, no quiero por nada del mundo que lo que dije se cumpla.