Creció con el siglo una nueva forma de terrorismo, la del terrorismo suicida, ejercida por quienes creen que al morir van al paraíso y entonces no luchan con armas iguales. Sólo serían iguales si creyeran –como creen quienes combaten– que la muerte es un fin sin otras esperanzas. Cuando el terrorista dispone su propia muerte, casi no hay respuesta posible y poco puede hacer el Estado para impedir la muerte de una cantidad de ciudadanos que, si se tratara de una guerra, sería un número ínfimo, pero pasa a ser un magnicidio de enorme significado simbólico en un contexto no militar. Es el terrorismo del espectáculo, tan acorde con los tiempos, que usa los medios de comunicación para consumar su mensaje, radicalizando la brutalidad de su espectáculo para hacerlo original, único y un verdadero acontecimiento.
Producir videos cortando cabezas de inocentes, hoy viralizables gracias a internet, y asesinar a mansalva a los espectadores de un teatro en una ciudad alejada de cualquier terreno bélico es la misma forma de exhibición. La capacidad desestabilizadora del terrorismo está en la propaganda que transforma en espectáculo mundial un hecho local.
Busca provocar al sistema haciendo que se suicide en una respuesta exorbitada, como fue la invasión a Irak y Afganistán. Busca una reacción violenta para justificar su propia violencia y reclutar nuevos adherentes entre las víctimas inocentes de la respuesta del sistema, convirtiendo en héroe al terrorista entre sus simpatizantes.
En su libro Piratas y emperadores, Noam Chomsky se refirió a las dos formas de calificar los actos de violencia masiva: una, como actos terroristas; otra, como de “legítima autodefensa” o “represalia”. Y recuerda el ejemplo de San Agustín sobre Alejandro Magno, cuando le preguntó a un pirata que capturó: “¿Cómo te atrevés a molestar al mar?”. Y el pirata contestó: “¿Y cómo vos te atrevés a molestar al mundo entero? Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman ladrón. Vos tenés toda una flota, por eso te llaman emperador”. Hace 500 años, Montaigne ya decía que “cada uno considera barbarie lo que no es de su uso”.
El Global Terrorism Index muestra el crecimiento de la cantidad de los ataques terroristas: 61% el último año computado, y dos terceras partes de los ataques terroristas las realizan sólo cuatro grupos: Estado Islámico, Boko Haram, Al Qaeda y los talibanes, y lo más importante: que la mayoría de los ataques se cometen contra los propios musulmanes por parte de otros musulmanes, porque el 82% de las muertes se concentra en cinco países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria. Las invasiones a Irak y Afganistán no han hecho más que incrementar los ataques terroristas. La tentación de entrar en guerra convencional contra los terroristas es lo que éstos pretenden. Por eso, como sostenía Ernst Jünger: “Antes de poder actuar sobre un proceso, es preciso haberlo comprendido”.
La Agencia de Prevención del Terrorismo de las Naciones Unidas tiene una clasificación clara sobre qué es terrorismo: “Es un método productor de ansiedad basado en la acción violenta repetida por parte de un individuo o grupo (semi) clandestino o por agentes del Estado, por motivos idiosincráticos, criminales o políticos, en los que –a diferencia del asesinato– los blancos directos de la violencia no son los blancos principales. Las víctimas humanas inmediatas de la violencia son generalmente elegidas al azar de una población-blanco, y son usadas como generadoras de un mensaje. Los procesos de comunicación basados en la amenaza –y en la violencia– entre el terrorista, las víctimas puestas en peligro y los blancos principales son usados para manipular a las audiencias, convirtiéndolas en blanco de terror, blanco de demandas o blanco de atención, según se busque primariamente su intimidación, su coerción o la propaganda”.
Es fundamental poder distinguir entre guerra, terrorismo y crimen masivo. Hay quienes sostienen que se atraviesa la Cuarta Guerra Mundial: la Primera dio por terminada la era colonial y la supremacía de Europa, la Segunda acabó con el nazismo, y la Tercera, aunque menos convencional que las dos anteriores, puso fin al comunismo. Las tres guerras mundiales fueron construyendo lo que hoy conocemos como globalización, y esta Cuarta Guerra Mundial sería la guerra contra la propia globalización (la democracia participativa), “pues el mundo mismo –pensó Jean Baudrillard poco antes de morir, en 2007– es quien se resiste a la mundialización: si el islam dominara el mundo, el terrorismo se levantaría con el islam”.
Una visión interesante sobre el fenómeno del terrorismo es la de Jürgen Habermas, quien lo percibe como “la consecuencia del shock producido por la modernización, que se propagó por el mundo a una velocidad fenomenal”.
Para Habermas, autor de la canónica Teoría de la acción comunicativa, la espiral de violencia se inicia en una espiral de la comunicación perturbada, que deriva en la ruptura de la comunicación. Habermas reflexiona sobre tantos casos de terroristas convertidos en gobernantes de sus países para concluir que la diferencia entre terrorismo y crimen masivo estaría en que el primero “debería perseguir con realismo objetivos políticos comprensibles y que, respecto de sus actos criminales, pueda extraer una cierta legitimación de la necesidad que tenía de salir de una situación de injusticia manifiesta”.
El último atentado en Francia ni siquiera sería un acto terrorista sino simplemente un crimen masivo. La palabra “terrorismo” procede del período del Terror, durante la Revolución Francesa. Triste paradoja.