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dilema

Hoy votan dos Argentinas

Hay un país minoritario, que fomenta la guerra de unos contra otros. Y otro, mayoritario, que demanda sensatez y acuerdos.

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Sepa el pueblo votar. | Pablo Temes

Condición necesaria, pero insuficiente de la democracia, significa, sin embargo, su acto más emblemático. Ejercer ese derecho en elecciones libres y transparentes es lo que le otorga sentido a este sistema. Votar encierra una ilusión y una efectividad. La ilusión es determinar el diseño de las políticas públicas, lo que generalmente se frustra por fallas en la representación. La efectividad del voto es, en cambio, contundente: ejerciéndolo las sociedades deciden la suerte de los gobiernos. Por eso, los comicios implican casi siempre un estremecimiento para las élites y en particular para la clase política. Cada uno de sus integrantes sabe que se juega el destino cuando se cuentan los votos.

La imagen popular de nuestra democracia exhibe claroscuros. El lado luminoso muestra que la preferencia por ella es aquí mucho mayor que en Brasil y México, los otros dos grandes países de América Latina. El 65% de los argentinos considera que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, mientras que en Brasil y México esa adhesión es inferior al 35%. En estos países alrededor del 40% afirma que le da lo mismo un sistema democrático que uno no democrático y alrededor del 15% cree que en algunos casos un régimen autoritario es mejor que uno democrático, según los datos del Latinobarómetro.

La cara oscura de la evaluación de la democracia argentina es la profundidad de los problemas que se le adjudican. Junto a la convicción de que es preferible a otras formas de gobierno, la mayoría percibe un rasgo inquietante: el 60% –la cifra más alta de la región– está de acuerdo con que ésta es “una democracia con grandes problemas”. La gente común desconoce la evolución de los indicadores económicos y sociales y, sin embargo, llega a las mismas conclusiones que los expertos. Antes que estadísticas posee la experiencia, que en casi cuatro décadas han compartido ya tres generaciones: el sistema es insuficiente para responder a las expectativas de bienestar económico y derechos ciudadanos, lo que había constituido su promesa original. Con la democracia argentina no se comió ni se educó en estos años.

Yendo a los datos, se corrobora el sentimiento social generalizado. En primer lugar, el PBI permanece estancado desde hace más de una década y el ciclo económico, con sus subas y bajas, ha dejado lugar a una férrea estanflación. Las consecuencias son el aplanamiento de la creación de trabajo privado formal –en torno a seis millones desde 2010–, el aumento del piso de la inflación del 20 al 50% en el mismo lapso, la caída del valor de los salarios en dólares en los últimos cinco años y el crecimiento explosivo de la deuda pública y la pobreza. Existe evidencia de que veinte años después de la hecatombe de principio de siglo el paradigma del Estado interventor –cuyo papel fue clave para la recuperación– ha entrado en crisis.

Los argentinos empiezan a comprobar que las políticas públicas implementadas en la primera década del siglo ya no resultan eficaces. En la fase inicial, entre 2003 y 2007 creció el gasto público y descendieron la pobreza y la inflación; en la segunda fase, entre 2008 y 2015 continuó subiendo el gasto y cayendo la pobreza, aunque comenzó a incrementarse la inflación; en la tercera fase, entre 2016 y 2019, disminuyó el gasto, pero siguió aumentando la inflación y se disparó la pobreza. En 2020, bajo el rigor de la pandemia, ocurrió el peor escenario: crecieron simultáneamente el gasto, la pobreza y la inflación, en el contexto de una caída abismal del PBI. Este año la situación sigue siendo muy grave: se asiste a un rebote esperable del producto, junto con una atenuación del gasto, pero con altísima inflación y el nivel de pobreza más elevado desde 2007.    

Mitos y realidades del 15N

Es muy importante un hecho para entender la situación que enfrenta la democracia argentina: en el lapso que va de 2011 a la actualidad han gobernado dos coaliciones de distinto signo ideológico, siendo los resultados más o menos parecidos. Ninguna de estas administraciones logró bajar la inflación, reducir la pobreza y hacer crecer el producto. Si empezaron distinto, concluyeron igual: con cepos para contener la salida de dólares de una economía que hasta que no acuerde con los organismos multilaterales llegó al límite del financiamiento. La emisión monetaria, la presión impositiva y el endeudamiento chocaron con una barrera infranqueable después de más de una década de estancamiento. Estamos ante un dramático fin de época.

Los políticos radicalizados, ciertos medios de comunicación, las redes sociales y algunos intelectuales acompañaron con creciente desinterés este proceso de deterioro. La contienda entre pueblo y república proliferó a espaldas del empeoramiento de las condiciones de vida de la gente, tornándose un negocio económico o simbólico para los que participan en ella. Constituye un combate típico entre prejuiciosos: se eligen los datos y los argumentos que justifican la posición propia y se ocultan los que la contradicen, se recurre a la falacia ad hominem, se usan la descalificación y la violencia verbal como recursos de la comunicación. Transcurre el tiempo de la negación del otro.

Pero esto es más ruido que nueces. Lo protagonizan las minorías intensas, menos del 40% del electorado que, sin embargo, marcan el ritmo de la política. Constituyen las facciones interesadas en agudizar los enfrentamientos. Los que proclaman, de un lado, que el peronismo explica nuestra decadencia y debe ser erradicado y, del otro, que el responsable de la desgracia es el liberalismo extranjerizante; los que sostienen que el Estado tiene que dominar la economía contra los que creen que el capital debe someter al trabajo; los que piden acribillar pibes chorros en lugar de educarlos; los que sacralizan una república que deja afuera un tercio de la población versus los que invocan un pueblo al que debe someterse el resto de la sociedad.

Pero esto, felizmente, no es todo: falta que se pronuncie la mayor parte de la gente. La que está alejada de esas contradicciones, planteadas como si fueran irreconciliables. Por eso, hoy votarán dos Argentinas: la minoritaria, que espolea y vive de fomentar la guerra de unos contra otros. Y la mayoritaria, que demanda sensatez y acuerdos duraderos antes de que todo vuele por el aire.

Como pocas veces en el pasado, la tensión es enorme, porque el país está al borde de un insondable vacío. En los próximos días sabremos si el abismo nos devorará o lograremos salvarnos de él con el resto de lucidez que nos queda.

*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.