Suele imaginarse que el líder católico jamás podría ordenar un castigo público contra un díscolo que lo impugna y ofende. Menos que perdure el encono después de dos años y medio contra un pelilargo alborotador (Javier Milei) que entonces lo tildó de “maligno” al Papa. No previó el lenguaraz economista que esa provocación satánica, tarde o temprano, tendría un vuelto, una venganza que se reservaba en la cabeza de un jefe de Estado o un comandante militar, gente a menudo menos piadosa e hiperestésica que el Santo Padre.
Sin embargo, por curiosidades históricas que Milei no contempló, Francisco hoy reúne tres condiciones: 1) es Vicario de Cristo y transmisor de fe; 2) también preside un Estado, el Vaticano; 3) y antes de su designación, pertenecía a la cúpula de una congregación que siempre se consideró un Ejército, con un general a cargo, la Compañía de Jesús, esos rebeldes y a veces excomulgados jesuitas que hasta 1983 —fecha en que cesaron sus litigios internos dentro de la Iglesia—, cuando la orden reconoció que su fidelidad al mando de los católicos nunca “había sido perfecta”.
Desde ese momento se inclinaron ante el máximo en la tierra y esa obediente alineación jerárquica—enderezada por la mano dura de Juan Pablo II— les permitió que tres décadas más tarde el argentino Jorge Bergoglio se convirtiera en el primer Papa jesuita.
El “diablo” contra el “maligno”
Si el Vaticano pudo con la Compañía en conflicto de 4 siglos, difícil aceptar con paciencia cristiana el desafío de un candidato presidencial no precisamente correcto, Milei, quien en la porfía añadió en su calificación al Belcebú de la cruz complicidades con gobiernos totalitarios y sangrientos, como si no distinguiera la duplicidad terrenal y espiritual que ejerce el Sumo Pontífice.
Además parece no advertir que, en el caso de ser gobierno, él mismo deberá mantener relaciones y comercio con administraciones totalitarias y sangrientas. A menos que se instale en la Casa Rosada como un líder religioso y no como Presidente. No es su fantasía de talibán.
Por esas destempladas imputaciones del candidato respondieron los “soldaditos” del “general” Bergoglio, de los curas villeros a los veteranos sacerdotes Ojea y Fernández —oficiales de alta graduación en la obediencia— que emprendieron una suerte de limpieza étnica para segregar a Milei de la política, defenestrarlo y convertirlo en un hereje como si no creyera en Dios igual que ellos.
A ver si en esos ataques, que incluyeron hasta una misa, lo convierten en un Giordano Bruno o Galileo. Finalmente, la Compañía del vasco Ignacio de Loyola, la “caballería ligera”, nació para quemar y condenar, entre otros, a los reformadores científicos del Renacimiento.
Queda pendiente una valla: si la cuarta máxima jesuita, como se sabe, es el combate a los ateos, no se entiende la ferocidad contra el creyente Milei —también fervoroso lector de la Torá y observador de los ritos ortodoxos judíos— a menos que la Iglesia imagine al liberalismo como un enemigo superior, una ideología devastadora sobre los católicos. Inclusive, superior al castigo comunista.
También se pueden agregar otro tipo de inquinas personales: nadie imaginaba al Papa hablando de “Adolfito”, transformándolo a Milei en un Hitler en miniatura. Poco sutil y burdo, inclusive por el cambio de puntería, al permitir que su propio ejército, del padre Pepe a García Cuerva, pudiera confraternizar mate y medias lunas con Sergio Massa. Como si participaran de la campaña electoral.
Francisco siempre apartó como apestoso a Massa
A pesar de que Francisco siempre apartó como apestoso al hoy ministro-candidato y se negó en una década a concederle una audiencia, reclamada por intermediarios, mensajes influyentes, y hasta por una carta manuscrita y contrita, con pedido de perdón. Ni respuesta hubo a esas súplicas, fue un elusivo ejercicio de burla.
Como se sabe, el Papa siempre le atribuyó a Massa complicidad con el matrimonio Kirchner por intentar reemplazarlo como Arzobispo, conspirando y avalando en su contra a un famoso prelado de Santiago del Estero que se destacaba por su atención a los pobres y, en particular, a ciertos adolescentes que lo hacían feliz. Merced a las filmaciones recogidas de discreta circulación, in fraganti, se frustró el intento de golpe religioso y pocos saben dónde escondió la Iglesia a esa eminente autoridad preferida de los Kirchner y de Massa.
El mismo Bergoglio relataba en esos tiempos la forma en que lo perseguía el kirchnerismo, que lo escuchaban, registraban sus entrevistas y hasta suponía que le intentaban introducir meretrices para enlodarlo en el Arzobispado.
La última batalla del Papa con Milei envolvió a otros practicantes, por ejemplo, separó al economista de su protector Eduardo Eurnekian, devoto de la iglesia armenia (apostólica, cristiana, no romana) y de honda comunión con el Vaticano. Como él mismo, razón por la cual se sulfuró con las expresiones contrarias a Francisco de su ex empleado y, al margen de las amistades o colaboraciones, lo cuestionó desde distintos ángulos: por la dolarización, por sus opiniones atrevidas contra la Iglesia, lo supuso dictador antes de que asumiera y, de paso, encomió a Patricia Bullrich como salvadora. Un exceso más en un país de excesos.
Complementado por la respuesta de Milei, quien se apartó de la fe religiosa para sostener que Eurnekian se había enfadado porque le iba a revisar una concesión sobre la hechura de pasaportes y DNI ganada por el creyente armenio. Tiene, inesperadamente, la apoyatura de un adversario para esa objeción, Florencio Randazzo (el vice de Juan Schiaretti), vinculado a una empresa de tecnología que ha perdido con Eurnekian dos licitaciones sobre el mismo negocio. Todo tiene que ver con todo, diría la pensadora Cristina.
RG / ED