Hay cosas sobre las que hay que ponerse de acuerdo”, señaló Cristina Fernández de Kirchner en su “Aló Presidenta” del jueves en Misiones, al criticar a los diputados que no votaron afirmativamente el proyecto de Ley de Presupuesto 2014. Curiosa aspiración de imposible concreción para un gobierno que considera que la búsqueda de acuerdos con la oposición es la representación de una apostasía. Es que, por otra parte, y tal como ha ocurrido en años anteriores, el Presupuesto 2014 es un dibujo de tales dimensiones que la posibilidad de llegar a lograr la unanimidad requerida por la jefa de Estado tenía el valor de un esfuerzo vano.
Como tantas de las cosas que suceden con el kirchnerismo, hay afirmaciones hechas desde el oficialismo que son exactamente al revés de lo que exhiben las mismísimas planillas oficiales. Así, por ejemplo, donde se habla de superávit, lo que habrá es déficit; y donde se habla de desendeudamiento, lo que sucederá, en verdad, es un creciente endeudamiento.
Veamos, si no, unas pocas cifras: para 2013, el Presupuesto proyectaba un superávit de $ 1.085 millones. Ahora, en cambio, los números del Gobierno muestran que lo que hay es un déficit de $ 46 mil millones. A pesar de ello, la mayoría de los analistas económicos independientes reconoce que, a fin de año, esa cifra –la del déficit– trepará a los $ 60 mil millones. Por otra parte, en el Presupuesto de 2014, se estipula un superávit de $ 3.500 millones. Lo que nadie explica es cómo se hará para pasar de un déficit de 60 mil millones a un superávit de 3.500 millones. Esa es la “magia” del kirchnerismo.
El año que viene la Argentina tiene que hacer pagos de su deuda externa que ahondarán el rojo de las cuentas públicas. A ello hay que agregarle el monumental desembolso que habrá que hacer para seguir abasteciendo el requerimiento energético del país. Según los cálculos actuales, esa cifra oscilará entre los 15 mil y los 16 mil millones de dólares. Todos estos números representan no sólo desafíos para el actual gobierno, sino también para el que lo sobrevenga a partir de 2015. Estos datos, sobre el que quienquiera que aspire a suceder a Cristina Fernández de Kirchner deberá reflexionar muy bien, exigirán un arduo estudio para idear soluciones que la realidad le exigirá con premura.
El Gobierno ha puesto a trabajar a la maquinita de hacer billetes a toda velocidad. El clima interno que se respira allí es horrible. La semana estuvo tomada por los fuertes rumores sobre la posible renuncia de Guillermo Moreno. A ciencia cierta, nadie sabe con precisión qué es lo que va a pasar con él. El secretario de Comercio Interior es un campeón del fracaso. Nada de lo que ideó y puso en práctica funcionó. Sin embargo, la Presidenta, que lo defiende a capa y espada, le sigue otorgando un rol preponderante y un sitial privilegiado dentro del desbande que constituye el inarticulado rejunte de funcionarios que ocupan los diferentes cargos del área económica. Lo peor para Moreno es que ahora ya ni el florido repertorio de sus aprietes –bravuconadas, insultos, groserías y ofensas– surge ya efecto.
Todo es poco en esta carrera contra reloj orientada a tratar de revertir el resultado adverso de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). En la provincia de Buenos Aires, a cuyo gobernador acusaban de ser un pésimo administrador que no se hacía cargo de nada y al que le retaceaban fondos para pagar el aguinaldo de los docentes, ahora el dinero fluye en abundancia. La incógnita por develar es si esto continuará después del 27 de octubre. A Daniel Scioli, el kirchnerismo de paladar negro lo quiere cada vez menos.
Acorde con lo que es norma en el oficialismo, el manejo de la así llamada “nueva política” de seguridad en territorio bonaerense exhibe los mismos defectos de discrecionalidad, arbitrariedad y favoritismo político de los que el Gobierno hace gala todo el tiempo. Así, pues, el grueso de los efectivos de Gendarmería está siendo desplegado en los municipios kirchneristas. A los que no lo son les llegan menos –en algunos casos, con el desconocimiento absoluto del intendente del lugar– o, directamente, no les envían a nadie.
Envuelta en su tirria contra los medios, la Presidenta ha echado mano en estas últimas semanas a una nueva teoría conspirativa, según la cual los medios argentinos –sobre todo la televisión– no dan cuenta de las noticias internacionales con el objetivo de que los argentinos no se enteren de cuán mal le va al mundo y de cuánto mejor, en comparación, le va al país.
Al decir esto, Fernández de Kirchner demuestra un desconocimiento profundo de la realidad. Para mencionar tres ejemplos que la contradicen, ahí están Pedro Brieger, Telma Luzzani y Raúl Dellatorre, que conducen un muy buen programa sobre temas internacionales en Canal 7; Pepe Gil Vidal que, con igual calidad, hace lo mismo en TN, al margen de sus columnas en Telenoche; y Andrés Repetto con su labor en Telefe.
Al decir cosas como éstas, la Presidenta demuestra una vez más cuán profundamente la ha afectado el Síndrome de Hubris, un mal del poder.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.