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La encerrona

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Nicolás Posse. Algunos de los gobernadores escucharon su voz por primera vez. | cedoc

Celebra parte del Gobierno lo que considera que fue un éxito: el resultado de la convocatoria a la primera reunión entre funcionarios y mandatarios provinciales para poner en marcha el Pacto de Mayo. La iniciativa, lanzada por Javier Milei siete días antes de la cumbre de cuatro horas del viernes 8 en la Casa Rosada, terminó siendo una invitación imposible de rechazar por los gobernadores.

Cierto es que la foto política de este tiempo expresa algún desequilibrio de fuerzas entre la Nación y las provincias. Lo saben tanto el Presidente como los jefes de los veinticuatro distritos. Aunque en público digan otra cosa. Es entendible.

Básicamente, el poder central ejerce su preponderancia a fuerza de billetera. Vacía, claro, al amparo del lema oficial “no hay plata”. Milei lo ha expuesto de manera brutal al anunciar y ejecutar multimillonarios recortes a los envíos discrecionales de fondos, aquellos que están por fuera de las transferencias de la coparticipación de impuestos. Canceló obras públicas, fondos fiduciarios, subsidios al transporte público, gran parte del incentivo docente (al que rehabilitó esta semana para salarios e infraestructura) y redujo a la mínima expresión los famosos ATN (Aportes del Tesoro Nacional).

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Milei desconfía de quienes se resisten a la rendición incondicional que implica haber ganado las elecciones

Además reciben menos coparticipación. La eliminación de la cuarta categoría del impuesto a las ganancias, impulsada el año pasado por Sergio Massa y aprobada por amplia mayoría legislativa –bloque de Milei incluido–, impactó fuerte en las finanzas provinciales.

A la motosierra se suma la licuadora: el desacople de los salarios respecto a la inflación afecta también la recaudación de Ganancias. Y el frenazo de la economía y el del consumo golpean el otro gran tributo coparticipable: el IVA. Ese mismo frío ya hace sentir sus consecuencias en la caída de la recaudación de impuestos provinciales, en especial Ingresos Brutos (Axel Kicillof impuso un adelanto a las grandes empresas). Y se aguardan porcentajes récord de impagos o moras del inmobiliario, que en varios lugares del país tuvo aumentos voraces.

Ante este panorama financiero desolador, a los gobernadores no les quedó otra que subirse a esta estación del tren libertario. Con prontitud y hasta con entusiasmo lo habían hecho quienes aún se escudan en el extinto sello de Juntos por el Cambio. Pero algunos peronistas mostraron los dientes, empezando por el bonaerense Kicillof, que al final dio el presente. De ese grupo rebelde solo faltaron el formoseño Gildo Insfrán y el riojano Ricardo Quintela, que enviaron a sus vices.

A lo largo de las cuatro horas que duró el encuentro en el Salón Eva Perón (que aún mantiene el nombre), oficialistas, pseudooficialistas y opositores hicieron catarsis. La mayoría vio por primera vez y conoció la voz de Nicolás Posse, el jefe de Gabinete, que explicó que buscan que se apruebe una nueva ley Bases de unos 200 artículos. Los ejes: facultades delegadas acotadas, lo mismo que privatizaciones y desregulaciones, atendiendo a los cambios que ya se habían hecho en el proyecto frustrado.

“Lo escuchamos con cara de orto”, comentó en off uno de los gobernadores presentes. Esos rostros debieron acentuarse cuando Posse presentó que en la ley se incluirá la modificación de la movilidad jubilatoria (que consagrará la licuación actual de los haberes) y el regreso de Ganancias para la cuarta categoría. Suenan a sapos difíciles de tragar, pero nada es imposible si la zanahoria conlleva fondos para las ahogadas provincias.

Kicillof pisa el acelerador

Pero no todo es dinero en la vida. Que en Balcarce 50 estuvieran representadas las 24 jurisdicciones expresa también la actual temperatura política. Ante un Presidente que mantiene niveles altos de aceptación social –pese al apabullante efecto del ajuste– y que los desnuda en su relato como parte de la “casta”, los gobernadores intuyen que es momento de mostrar entre apoyo y cautela. O, como en el caso Kicillof, tirar de la cuerda sin romper.

Es consciente Milei de esta ventaja, pero sabe que corre el riesgo de ser efímera. Según las previsiones oficiales, lo peor del frenazo económico y de la caída de los ingresos se verá en los próximos dos meses. Con un agravante: la posibilidad de que la proyectada V (que tras el derrumbe sobrevenga velozmente la recuperación) se transforme en una U y las mejoras recién comiencen a notarse en el último trimestre del año.

Enfocado el 99% en la economía y en cambiar de raíz el sistema que la rige en la Argentina, el Presidente delega en Karina Milei y en Posse el manejo de la administración pública. Y en Guillermo Francos las cuestiones políticas. A ellos se suma el asesor premium Santiago Caputo, que le da volumen al marketing libertario, por el cual todo parece épico, como supo hacer el kirchnerismo en su apogeo.

Con matices, ellos intentan convencer a Milei de que para atravesar el desierto económico hace falta construir puentes en la política. Sin embargo, el jefe de Estado desconfía de quienes se resisten a la rendición incondicional que implica haber ganado las elecciones. Olvida convenientemente que los gobernadores y los legisladores también están legitimados por el voto popular.

En ese recelo presidencial anida la sospecha de que la clase dirigente le quiere hacer trampa. Como suele suceder, les hizo caso a sus consejeros, aunque a su estilo. Aceptó convocar al Pacto de Mayo y lo vistió de patria y grandeza, para dar una señal de diálogo y consenso.

En la intimidad, Milei cree que es una pérdida de energía. A su favor, considera que gana tiempo y vuelve a exteriorizar quiénes consienten el cambio y quiénes no. Al menos mientras la sociedad mantenga la idea de que estos cambios le permitirán vivir mejor. Esa tolerancia social es un activo para el Presidente y de ahí el éxito de la encerrona a los gobernadores. Pero su finitud podría alterar la ecuación. Ya ha pasado.