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La frase de la novela

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Este solcito primaveral entra por la claraboya de mi Torre de Marfil y me da tenuemente en el rostro, provocándome una modorra irresistible. Así que antes de cumplir con este compromiso dominical decidí dormir una siesta, asunto de levantarme con pilas y escribir algo brillante. Pero sufrí una horrible pesadilla que me dejó temblando. Soñé que había un reality televisivo titulado ¡Adivine quién es más fascista!, a cuyo ganador se le entregaba una especie de Martín Fierro llamado “el Sergio Lapegüe de Oro”. Los finalistas eran la película Metegol, la movilera de TN con el apellido precisamente de un entrenador de fútbol, el dueño de un restaurante de la zona de Ezeiza que en sus ratos libres trabaja como político, y el editorialista de Página/12 obsesionado con “la izquierda paleozoica”, como si un par de partidos que no llegan al 4% fueran los responsables de todos los males de la nación. En el momento en que el jurado popular estaba a punto de entregar el nombre del vencedor, por suerte me desperté, con las manos congeladas y la boca seca. Inmediatamente comprobé que mi pesadilla no tenía relación alguna con la realidad, y un enorme alivio se apoderó de mí. Decidí entonces concentrarme en la columna de hoy, y en una vieja anécdota con la que esperaba comenzar el texto. Hace años, intentando defender un libro que me había gustado (¿pero de quién hay que defender los libros? ¡Los libros se defienden solos!) mencioné, al pasar, que la novela en cuestión “no había tenido la repercusión que se merecía”. La frase estaba escrita con buena onda, casi como un elogio. Pero el autor del libro me escribió, bastante enojado, diciéndome que sí había tenido mucha repercusión, que habían salido notas aquí y allá, y que las ventas, según le habían informado en la editorial, no estaban siendo malas. La repercusión o el reconocimiento es un asunto subjetivo y quizás tenía razón aquel autor: a él le alcanzaba con esa recepción, que a mí me había parecido poca. Prometí entonces no escribir nunca más una frase así, así que tampoco lo haré ahora, sobre todo teniendo en cuenta que recuerdo varias reseñas favorables. Me refiero a La Reja, primera novela de Matías Alinovi, publicada por Alfaguara. La Reja es una novela de una escritura escandida, como si mantuviera una métrica que remite a formas clásicas del verso, que no rompen en unidades menores su funcionamiento autónomo. Porque la novela de la novela de Alinovi es la construcción de la frase, la sucesión de una frase tras otra, hasta dar con un efecto enfático y barroco a la vez: “La perspectiva sinuosa de Moreno se impone majestuosa y conurbana”. Moreno es el partido del Gran Buenos Aires, donde se da la ocupación de una casa de fin de semana, el escenario de un intento de recuperación de la casa en medio de un evidente conflicto social o de clases, donde merodea la cuestión del estatuto capitalista de la propiedad. Yo leo La Reja como la gran intervención literaria en el debate de los últimos tiempos sobre los alcances del realismo o de cierta vuelta a un materialismo fallido. Una intervención que hace volar en pedazos los presupuestos triviales de ese horizonte, en la que lo que vuelve material al texto no es el objeto elegido sino la espesura de una lengua, la sospecha radical frente a cualquier transparencia.