Algunos lectores se preguntarán por qué esta columna está dedicada a un tema alejado del borbollón de política preelectoral que ocupa –de manera razonable, por momentos excesiva– los espacios en el periodismo vernáculo. Hay una razón: salvo faltas o errores de los que también se podrá leer más adelante, la cobertura que PERFIL está haciendo de estos expectables momentos previos a la segunda vuelta del ballottage es de muy buena calidad, equilibrada y criteriosa. Por tanto, no hay razones de peso para objetar en profundidad ninguna de sus publicaciones. Iré, entonces, al tema de hoy, que también tiene que ver con lo que el periodismo debe o no hacer, cuáles son sus límites y de qué manera puede incidir negativamente en la opinión pública cuando no vacila en reemplazar la buena práctica del oficio por una equivocada –o intencionalmente aplicada– fórmula de impacto inmediato.
La primera carta que se reproduce hoy en el correo, firmada por la presidenta de la Red Internacional de periodistas con Visión de Género en Argentina, Liliana Hendel, es disparadora de estas líneas, abriendo el análisis de una temática ya abordada por este espacio en un par de oportunidades: los límites a la libertad de expresión cuando se ponen en juego cuestiones muy íntimas de las personas, sean o no éstas famosas, conocidas, habituales protagonistas en los medios de comunicación. El episodio que la lectora señala con crítica postura ocupó buena parte del tiempo en radio y televisión, se viralizó en las redes sociales y recaló en páginas de medios gráficos. La modelo Carolina Ardohain, Pampita, y su marido actor, Benjamín Vicuña, tuvieron una discusión conyugal en la intimidad de su casa en Santiago de Chile. Ese diálogo fue grabado por alguien de su cercanía y desembocó en un programa dedicado a la farándula en un canal de aire argentino.
Esa es la noticia, que no el contenido de ese entredicho conyugal. La lectora tiene razón en demandar de este diario una más cuidadosa conducta cuando se trata de reproducir lo publicado en otros medios. Coincido con ella en que es tan grave difundir la grabación de origen como replicar los textos porque el mal es el mismo: llevar a la audiencia/lectores el fruto de un contenido periodístico mal habido. PERFIL no suele cometer estas imprudencias cuando la intimidad de las personas ha sido violada en el cerrado ámbito de la privacidad hogareña. Ha sido un error de concepto el que llevó a publicar los detalles de ese diálogo (incluyendo textuales) en las páginas 54 y 55 de la edición del domingo 1°.
Crece en todo el mundo, también en nuestro país, el criterio de evitar estas malas prácticas profesionales. Por más atractivo que pueda resultar para un periodista o un medio el material entre manos, es preciso separar con claridad cuándo es publicable y cuándo no. Por ejemplo: si un personaje conocido es fotografiado o sus palabras son registradas en un espacio abierto, al que tiene acceso el común de la gente (además de fotógrafos y escribas), sólo es preciso evaluar la calidad y los contenidos de imágenes y palabras.
Sabido es que la insistencia de los papparazzi resulta molesta para ciertas celebridades, que suelen quejarse por ello y demandar judicialmente a los medios que publican sus imágenes “robadas” en sitios públicos. En general, esas demandas no prosperan porque rige allí el criterio de división entre esto y lo privado. Pero cuando se trata de un espacio cerrado, propio, vedado al común de las personas, esa intimidad es inviolable. Los más veteranos recordarán lo desagradable que fue ver aquella fotografía publicada del fallecido líder radical Ricardo Balbín en su lecho de muerte. No sólo desagradable: también violatorio de los más elementales criterios de ética periodística. En sentido opuesto, quiero recordar cómo la prensa de Francia guardó en secreto lo que todos sabían: que el ex presidente François Mitterrand tenía una hija extramatrimonial, Mazarine Pingeot, con la cual mantuvo una relación abiertamente clandestina –valga el oxímoron– durante buena parte de los 40 años que ella tiene hoy. Recién en 1996, cuando Mitterrand murió, Mazarine y su madre salieron a la luz pública y entonces, sí, la prensa se ocupó del tema. Un loable ejemplo de buen oficio periodístico.
Barones varones. El lector Pedro Oyos comenta en la página anterior lo que considera un error en la tapa del mismo domingo 1°: allí, una “v” reemplazó a la “b” con la que se nombra usualmente a los “barones del Conurbano”. A mí también me pareció uno de esos “conejos” que escapan a editores y correctores. En realidad, me informaron, fue una humorada: quienes titularon la portada creyeron que el cambio de una letra por la otra sería interpretada como tal, como un juego que cualquiera entendería. Debo confesar que no funcionaron mi sentido del humor ni los de otros que tampoco lo apreciaron así