Esta semana me conviene adoptar la vieja teoría del reflejo: la presente columna será bastante desordenada, porque la situación que estamos atravesando es bastante desordenada. Punto y aparte: un problema resuelto. Sencilla pirueta discursiva que no es muy distinta, en definitiva, de las que practican de manera incesante los medios oficialistas. Ejemplo: como Massa ha sido la principal figura ganadora en las recientes primarias y –consecuencia natural–, los medios han hablado mucho de él, tac: “Massa es el candidato de Clarín”. El título apareció en algún diario oficialista: círculo cerrado, asunto resuelto, a otra cosa. ¿Quién dijo que informar –sobre todo cuando se practica periodismo militante– es una tarea complicada? La mejor maestra es la señora Presidenta, aunque sus piruetas discursivas (tal vez piense que la función presidencial se lo autoriza), son mucho más ambiciosas, buscan moldear el largo plazo: insiste en recordarnos permanentemente, a propósito de cualquier tema, que el gobierno kirchnerista ha sido el mejor que ha tenido el país en toda su historia.
En su ola de tuits enviados desde San Petersburgo el miércoles, Cristina se queja de que en los últimos treinta años de democracia “nunca hubo un gobierno al que se atacara, difamara e insultara como el que me tocó encabezar desde el año 2007”. Interesante. Cuando uno habla (o escribe), el discurso también hace sus propias piruetas, que nuestra conciencia no siempre controla. En primer lugar, ella está diciendo que el gobierno de Néstor no fue tan atacado, difamado e insultado como el suyo: la frontera temporal de “2007” está señalada sin ambigüedad. Se podría interpretar que el tuit siguiente intenta corregir ese lapsus aunque, desde el punto de vista lingüístico, no lo hace: “Un gobierno que, junto al del presidente Kirchner, construyó el crecimiento con inclusión social más importante de nuestra historia”. ¿Por qué será que el gobierno de Néstor fue menos atacado, difamado, insultado que el de Cristina? ¿No será porque fue, con todo, bastante mejor? La pregunta queda, por supuesto, flotando en el vacío. En segundo lugar, ¿qué significa tanto ataque, difamación e insulto? Tal vez ‘ataque’ pueda ser considerado más ambiguo, pero en fin, son términos extremadamente fuertes: si se los tomara literalmente deberían dar lugar, en el caso de un presidente, a acciones legales. No es el caso; en el discurso de la Presidenta son calificaciones nunca ejemplificadas ni justificadas: suelen estar simplemente acompañadas de observaciones agresivas y/o irónicas sobre los medios. La cosa no va más allá. En tercer lugar, ¿Cómo se explican esos ataques, difamaciones, insultos? Los elementos para responder, ya están enumerados en el primer momento de esa misma ola de tuits, donde se introducen conceptos e imágenes muy pesados a propósito de varios otros temas: la metáfora, que dio tanto que hablar, de las “balas de tinta”; “intentos de desestabilización”; “alzamiento contra la Constitución. Edad de piedra. Y voces del presente”; “Lo que algunos –muy pocos, pero muy poderosos– están intentando hacer en Argentina”; “Como a algunos personajes no les fue mal jugando con fuego… quieren hacerlo de nuevo”; “elegante eufemismo de destitución del Gobierno” [con referencia al círculo rojo de Macri].
El posicionamiento de la señora Presidenta en lo que resta de su mandato presidencial está, pues, muy claro. Las críticas a su gobierno seguirán siendo procesadas, en el futuro, como lo fueron hasta ahora: como ataques, difamación e insultos. Se explican por un proyecto de desestabilización, inclusive de destitución, de su gobierno, llevado adelante por unos pocos actores, muy poderosos, que son los actores que se expresan en los medios de la oposición. Otro tuit de la misma ola: “Me gustaría que dijera los nombres [a propósito del círculo rojo de Macri]. Aunque al menos para mí no es necesario. Basta leer diarios, escuchar radio o mirar televisión…” En esta última frase, la curiosa ausencia del habitual artículo definido (‘los diarios’, ‘la radio’, ‘la televisión’) es un pequeño indicador, poco feliz, de que está hablando de los enemigos.
Las cartas están sobre la mesa. No puedo evitar recordar viejas imágenes de mi vida en las que, a altas horas de la madrugada, estoy observando lo que unos y otros piden (o no) en el comienzo de otra mano de póker y pensando, con cara de ídem: huy… ¡qué lío que se viene!
*Profesor emérito. Universidad de San Andrés.