“Tengo que simplificar mi vida”, me dice una amiga, cafecito de por medio. Le digo que me parece muy bien y la invito a explayarse sobre el tema porque no alcanzo a entender cómo se simplifica la vida, una vida, la vida de una persona.
Se me ocurren algunas soluciones, todas absurdas o ridículas o impracticables o todo eso junto. Por ejemplo me la imagino a mi amiga vestida con túnica blanca caminando en silencio hacia una especie de arco de triunfo que dice arriba en letras de mármol “Simplificador”. No, no; lo descarto enseguida y se me presenta otra vez mi amiga pero en jeans y remera sentada sobre el césped (tiene jardín mi amiga, y gatos y tortugas) desmontando un aparato tipo esqueleto de futuro edificio en el que cada pieza, aunque todas oscuras como el miedo, cada pieza tiene una forma distinta y bastante complicada.
Bueno, no, tampoco. ¿Y borrar? Pasar un trapo sobre la vida y hacer desaparecer todo o casi todo, aunque espero que a mí no porque nos conocemos desde hace, me parece, siglos.
Y por ese rumbo, ¿deshacerse de todas las personas que la rodean incluyendo parientes cercanos? ¿Ve? Eso no está nada mal: hay muchísima gente que podría simplificar su vida sacando del medio a personajes indeseables. Ah, sí, ¿y quién dictamina cuáles son los personajes indeseables? Cuidado, no sea que tengamos que recurrir a sabios, a santones, a psicoanalistas, a la gorda del barrio que tira el cuerito; cuidado, que todos y cada uno de ellos lo que te sacan es un pedacito de esa sensatez tan querida, tan cómoda, tan doméstica a la que estabas acostumbrada, muchacha.
¿Y entonces? ¿Cómo se simplifica la vida? Podría ser desprendiéndose del televisor, los relojes, el almanaque, la agenda, el teléfono, el celular, aaah, sobre todo el celular, la computadoras, sí, la computadora, y reemplazándola por un cuadernito de tapas blandas y un lápiz Faber número dos, aunque yo prefiero los blandos, hasta el número cinco.
No, un momento, qué estás haciendo, me digo: ¿vas a terminar dictaminando “todo tiempo pasado fue mejor”?, no seas idiota, ¿querés?
Bien, no seré idiota; acogeré otros defectos pero no la idiotez.
Simplifiquemos, amiga mía. ¿Sabés lo que vamos a hacer? Aceptemos todo lo que nos da placer. Amigos, escribir, pintar, ir al cine, estudiar, nietos, ir al campo, luna azul, champagne si cuadra.
Que ya el destino se va a ocupar de apalearnos de vez en cuando. Simplifiquemos, dale.