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Los años pasan

A medida que pasan los años noto que a la vez disminuyen y se complejizan mis certezas acerca del modo de generar los cambios necesarios para volver el mundo un lugar habitable. ¡Dichosos los tiempos de mi escuela primaria, cuando escribí mi primera redacción explicando cómo solucionaría los problemas del país el día que fuera presidente! No quiero retacear información al lector ávido de develar enigmas: compraría una máquina para billetes de alta cotización que repartiría por los confines entre mis compatriotas más necesitados. La plata no hace la felicidad pero ayuda. Saqué un muy bien diez.

Pasado cierto tiempo, decreció en mí la confianza en mis capacidades para desempeñar las más altas funciones del Ejecutivo –cosa que es un error, teniendo en cuenta la fauna variopinta que desempeñó, desempeña y desempeñará el deshonrado cargo– y aumentó mi curiosidad por averiguar cómo podrían resolverse los problemas que aquejan al globo terráqueo. Por cierto, uno sabe que cuando un político ofrece soluciones definitivas y eternas, o se propone como el sujeto idóneo para procurarlas, se engaña a sí mismo o está mintiendo como el peor de los canallas. Así que, a medida que tomaba distancia práctica de cualquier realpolitik, mayor atracción sentía por los sistemas que se proponían como resoluciones absolutas y, sobre todo, por el efecto que el ideal de esos sistemas producía en los sujetos que los sostenían. Una ligera lista de esta clase de tipos y de tipologías podría incluir lo que llamamos las grandes figuras de este siglo, y cuyos nombres oscilan entre el idealismo (aunque se encubra de pátina materialista), el fracaso, la ilusión y la carnicería humana.

En definitiva, la fe mueve montañas, sobre todo las que se derrumbaron. Ya no creo en las soluciones fáciles para los problemas complejos ni en las soluciones complejas para los problemas de resolución sencilla, y me paso los días contemplando en televisión cómo los luchadores profesionales se machacan la jeta en la jaula del mundo de la MMA, aplastándoselas unos a otros a patadas y trompazos.

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