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Los manejos históricos de Máximo Kirchner y Gerardo Morales

Coinciden este fin de semana en elegir nuevos jefes los peronistas bonaerense y radicales de todo el país. Casi seguro se consagra Máximo Kirchner en un lado y Gerardo Morales en el otro, ambos con mayoría discutida y judicializada.

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Los manejos históricos de Gerardo Morales. | ilustración de Pablo Temes

Coinciden este fin de semana en elegir nuevos jefes los peronistas de la provincia de Buenos Aires y radicales de todo el país. Casi seguro se consagra Máximo Kirchner en un lado y Gerardo Morales en el otro, ambos con mayoría discutida y judicializada. Como si fuera una licitación. También los dos partidos coinciden en atravesar un singular proceso: pérdida de identidad, infiltración o progresivo desteñimiento. Por ejemplo, dos de los últimos candidatos a Presidente de la UCR, Leopoldo Moreau y Ricardo Alfonsín, se ganan el mendrugo con los rivales de toda la vida, como tránsfugas de una historia propia. Mientras, el hijo de Cristina llega a los tropezones, impuesto por el dedazo de su madre, con un cartel indiscutido en su frente. Dice: “no peronista”. También lo acompaña una versación superficial sobre las biografías del General y Eva, característica de la mayor parte de los integrantes de su secta, La Cámpora. Pero nadie le tomará examen sobre esas bolillas fundamentales.

Dos ambientes distintos: en la UCR reina el escándalo, en el PJ bonaerense un tufillo de fronda. Morales, gobernador de Jujuy, llega al cargo con claro dominio de votos en el núcleo centenario. Pero se le resisten, hasta en enfrentamientos físicos, la fracción que conducen Lousteau, Yacobitti y, por intermedio de su hijo Juan, el veterano Coti Nosiglia. Las dos partes no debaten la identidad radical, ni la falta de substancia partidaria, extraviada tal vez desde que se inscribieron en la coalición con Macri y Carrió. Ahora, Morales se indigna con sus rivales, dice que se rinden al intendente porteño Rodríguez Larreta. Los otros, a su vez, creen que el mandatario del Norte está al servicio de los Fernández. Uno jura que el alcalde capitalino contrata a cuanto radical de Nosiglia y Lousteau anda suelto, y se entrenan para forjar una futura candidatura presidencial de Rodríguez Larreta (quien anteayer, para disipar nubarrones, se reunió en Tabac con Angelici, embajador de Nosiglia). Los otros, airados, sospechan que Morales disfruta de concesiones especiales de la Casa Rosada como provincia más beneficiada —favores que luego devuelven los legisladores jujeños en las votaciones en el Congreso—, que le toleran proyectos mineros sin discusión (litio, ejemplo) y hasta evitan reprocharle la prisión de Milagro Sala, a la que Alberto ya ni le habla y Cristina le manda como consuelo a Parrilli, su asesor intelectual. Por si fuera poco, a Morales lo enfocan como polea de transmisión de Wado de Pedro, vértice en su relación non sancta con el médico Manes.

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También los radicales se nutren de pleitos personales: tradicionalistas como Morales, Rozas, Sanz o Jesús Rodríguez, rechazan el advenimiento porteño de la grey universitaria y Lousteau, a quien Juan Llach recordó “como alguien que ha estado sin distinciones en todos los últimos gobiernos”. Sorprende el rechazo a la personalidad de Lousteau. Esta reyerta también se extiende a los Nosiglia. Les imputan, además, la voluntad de intentar un “gerontocidio” para liquidar a las capas superiores del radicalismo. Aunque ese hervor adolescente es falso: la juventud radical ahora está comandada por una estudiante treintañera del litoral cercana a Morales. Como es obvio, el alboroto se desató luego de la última elección, cuando una nueva fortuna política se acumuló en la UCR con perspectivas de Bitcoin para el 2023. Y, como dice un viejo simpatizante, no es la misma paz en el velatorio de un muerto sin plata que en el funeral de un cadáver millonario: los deudos se pelean por la herencia.

Menos comprensible es la puja en el PJ: nadie sabe la razón psicológica que inspira a Máximo Kirchner para presidir a los bonaerenses afiliados. A menos que desee mostrarse con un atributo diferente al dedelegado de mamá. O mami, como la llaman los intendentes. Tal vez, un propósito oculto es penetrar el aparato con delegaciones de los grupos sociales, disminuir el control de los intendentes, encuadrarlos. Hacer entrismo, tiene el expertise de los padres. Parece un difícil menester: después del acto en Plaza de Mayo, se reconoce que aun con mucha plata, poder y presiones, Máximo y La Cámpora no movilizan seriamente. Tampoco funcionaron en las elecciones y los objetivos al parecer impolutos de Larroque en su propio espacio lo condicionan al propio vástago. Le cuesta pasar de Firmenich a Perón.

Ella no deja de ser Ella

Hasta ahora, el cargo que ocupará Máximo sólo ha servido para oficializar la lista de candidatos en las elecciones, ya que esa responsabilidad siempre fue ejercida por el gobernador, léase Duhalde. U otros. En el caso de Kicillof, como se sabe, le transfirió ese don a Cristina. Ni quiere meterse en ese pleito en el que participan con astucia los intendentes, hoy en el aguante para ver si recuperan la reelección en sus distritos. Aunque Martín Insaurralde se ha pegado al Kirchner junior, nadie advierte un cariño semejante en los jefes distritales. Por el contrario, le desconfían porque el “curita”—apodo obvio por la incipiente tonsura— supone que su acceso al PJ, este sábado, cuestionado o no en la Justicia, tratará solo de mejorar a su clan de La Cámpora en ubicaciones partidarias para dominar la provincia. Como si pensara en su futuro personal a costa de ellos y de Perón, aunque no tenga al general en sus oraciones, menos sus 20 verdades y apenas sepa el estribillo de la marcha entonada por Hugo del Carril.