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esencia

Los pompones de Dios

16-4-2023-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Cuando mi hija era bebita nos sentábamos ante el televisor a ver Pequeños planetas, una serie de dibujos animados en la que dos pomponcitos de peluche y luz, con apenas ojitos y puntitos por nariz y un trazo por boquita, recorrían el universo uno o múltiple saltando por planetas hechos solo para ellos. Planetas de vapor o de sombras móviles o de rocas flotantes, o planetas de cascada o de verdor. No sé si a Ana le gustaba el programa tanto como a mí, que de niño ya había quedado fascinado, sin conocerlas aún, con las pompas de jabón de los mundos que tramaban algunas filosofías. Antes de que la senilidad arrincone mi memoria, buscaré Pequeños planetas en el sitio digital donde quedó resguardada. Y entretanto pienso en un pintor que tuvo esa misma destreza para la revelación de los mundos infantiles, y otras cosas también. Marc Chagall.

Hablando de las formas de la ternura, suele citarse la frase de Antoine de Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos, solo se ve bien con el corazón”. Pero esa cita, además de aniquilar el conjunto entero de las artes visuales, propone como verdad la más ramplona de las místicas, invita a creer porque es absurdo en aquello que no tiene representación. Ni siquiera los dioses antiguos obraban así, pues conocían los poderes de sus múltiples existencias. Hasta Jehová, que prosperó multiplicándose por tres, sabía no ser único y se decía celoso de otros dioses y pretendía imperar siendo el único en el corazón de los hombres. Tanto daño han hecho las fes (¿tiene plural la fe, o es solo singular?), tan estimulantes han sido para las diversas narrativas, y sin embargo, aun si se viera bien con el corazón, solo nos encontraríamos con bombeos de sangre y una masa de carne y grasa y venas del tamaño de un puño.

Chagall veía con los ojos y pintaba con sus manos lo que había visto y no podía olvidar, y creía, con los jasidim, que había que anudar el pasado con el presente y mostrar cómo la cosa más pequeña de la naturaleza esconde una chispa de ese fuego místico que es una emanación directa de la divinidad. Eso se ve en su mirada de niño que descubre las cosas por primera vez. Solo que él las veía cuando ya las había perdido, por las guerras y el exilio. No existe nada tan poderoso como la desgracia (y en su caso llevaba el nombre de Hitler y de sus hordas bárbaras) para cultivar la dulce nostalgia de los paraísos. Su mundo es el de teologías complicadas reducidas a su esencia, pequeños planetas perdidos en un espacio que no se podrá recuperar.

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