Este Mundial, además de la copa, nos dio el mejor síntoma del grado de toxicidad social que tiene el exceso de polarización política. Si nos sirviera para irradiar consciencia del mal que hace a la gente buena, Messi es el mejor ejemplo, generaría un efecto terapéutico comparable a haber salido campeones.
A Lionel Messi no se lo percibe como una persona maleducada, ni descortés. Que una persona a quien se le asignan esas virtudes haya pasado delante del ministro de Interior que fue a recibirlo en Ezeiza sin haberle dado siquiera la mano indica algo más que los humores o personalidad del propio Messi.
El argumento de que Wado de Pedro y otros representantes de La Cámpora, como parte de su interna dentro del Frente de Todos, hayan ido a Ezeiza con el fin, primario o secundario, de asegurarse una foto con Messi que luego no tendría el Presidente, no hubiera existido si la Selección hubiera aceptado la invitación a la Casa de Gobierno como hicieron hasta ahora todas las selecciones campeonas del mundo al llegar a sus países. El desaire no era a La Cámpora ni a Alberto Fernández ni tampoco al Frente de Todos, sino al Estado del cual el presidente es su significante.
La justificación esgrimida de que tampoco aceptaron sacarse fotos con Macri en Qatar como si en el país hubiera una guerra civil o con dos presidentes como en Venezuela (o tres agregando al vicepresidente) evidencia también un desconocimiento de la democracia y el sistema republicano en su conjunto. Instrucción Cívica es el nombre con el que se enseña en algunos colegios los derechos y deberes de los ciudadanos como integrantes de un cuerpo político. Hace un tiempo era una materia obligatoria que dejó de serlo y habría que analizar volver a dictarla (educar al soberano) porque la institucionalidad de una sociedad no solo depende de sus gobernantes, sino también de todos los gobernados.
“Profundizar la grieta es traición a la patria”, dijo Larreta tras fallar la Corte Suprema
La mejor demostración de que Messi y los integrantes de la selección nacional tampoco son antipolítica o anarcoliberales es que ninguno de ellos tuvo empacho en dejarse abrazar y fotografiar por el gobernador de su provincia (Messi con Perotti en Santa Fe, por ejemplo) o el intendente de su ciudad. Demostración, además, de que la grieta es un fenómeno especialmente porteñocéntrico o AMBA-céntrico, incluyendo el conurbano bonaerense, y de que en el mal llamado interior del país es infinitesimal. Quizás también lo sea en la mayoría de la población de AMBA, solo que la política y los medios de comunicación están en AMBA catectizando injustamente a toda una zona geográfica con su prédica.
Horacio Rodríguez Larreta cosechó críticas de miembros de su partido por “dejarse copar el Obelisco” durante las manifestaciones de júbilo por el triunfo de la Selección el martes, y de parte del periodismo más crítico a los K por creer que con carteles rosados que digan “Basta de grieta” lograría algo. Fue durante la conferencia de prensa de Larreta, tras el fallo de la Corte Suprema dándole parcialmente la razón al restituirle más de la mitad de la coparticipación federal perdida. Lo acusan de tibio e ingenuo por no comprender que contra “la dictadura” del Gobierno no hay otra forma de combate que oponiendo la misma forma de agresividad o aún mayor.
La frase de Larreta “profundizar la grieta es traición a la patria” resulta hoy la mayor declaración de cambio posible porque hasta ahora lo que se practicó fue el intento siempre frustrado de hegemonía, tanto desde el kirchnerismo como del macrismo, los dos ismos que nos gobernaron la última década, ya sea siendo oficialismo u oposición, ambos responsables de esta neodecadencia.
Lo distinto sería la no búsqueda de hegemonía, utópica visión de una sociedad homogeneizada como posible, ciega también de la complejidad inherente a un país diverso y vasto. Lo verdaderamente nuevo y moderno sería el consenso entre las distintas visiones del mundo que nos caracterizan.
Previo al asesinato del fotógrafo de Editorial Perfil José Luis Cabezas, uno de sus mejores retratos había sido el del jefe de la Policía Bonaerense Pedro Klodczyk, que fue tapa de la revista Noticias bajo el título “Maldita policía”. Hoy el mal de la Argentina permitiría parafrasear el título de aquella tapa diciendo “Malditas grietas” que nos separan mucho más allá de nuestras verdaderas diferencias al punto que ni siquiera la selección nacional campeona pudo ir a la Casa Rosada para no quedar contaminada de halos diabólicos a pesar –otro síntoma– de que Alberto Fernández vació la Casa de Gobierno para que los jugadores tuvieran la certeza de que no habría ninguna foto con ningún funcionario. “Jetones de la política”, así calificaban los familiares de los jugadores a los funcionarios nacionales.
Malditas grietas que impiden al país, incluso en la fortuna de conseguir un campeonato mundial, no aprovecharlo económicamente de forma integral. Hay estadísticas que muestran que aquellos países que ganaron el mundial de fútbol crecen en promedio medio punto más por año que en sus años anteriores. Tiene lógica suponer que las exportaciones con marca del país ganador, como el turismo al país ganador, se incrementen. Y que así como Merkel fue al mundial de Brasil o Macron al de Qatar, el país que llega a la final generalmente cuenta con su presidente en el palco, aumentando la visibilidad de su Estado con irrepetibles minutos de publicidad a escala mundial.
Tampoco pudo ir Alberto Fernández a Qatar porque la grieta hizo que una parte de la sociedad acusara a los argentinos que iban a Qatar de chetos, holgazanes, frívolos y garcas.
Malditas grietas que como un agujero negro atrae a su centro toda política, economía, justicia, medios y hasta el deporte.