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Malena Galmarini, un espejo de Cristina y Carrió que resulta dañino para Massa

Cuesta creer que al ministro de Economía hoy le encanten esas apariciones imprudentes de Malena. En apenas diez días produjo actos que nadie sabe si lo benefician.

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Malena Galmarini. | Pablo Temes

Durante la tempestad es preferible que las mujeres permanezcan en el camarote. Máxima náutica, aplicable quizás a la voluntariosa asistencia de la esposa de Sergio Massa a su marido: en apenas diez días produjo actos que nadie sabe si lo benefician. Primero, entusiasta, presidió un pogo futbolístico en la Casa Rosada el día de la jura. Inapropiado, por lo menos.

Más tarde, Malena Galmarini lo acompañó en alguna ceremonia y lo llevó de la manito a una inauguración de una guardería en el Tigre, paraje de sus amores —si es que la votan— con el propósito político de objetar al intendente Zamora, al que ni invitaron, un viejo socio y ahora enemigo, enredándose en una pelea barrial justo cuando se trata de bajar el dólar, negociar con el FMI, encontrar a un macroeconomista para el gabinete y bajar la inflación. Casi disputar con un vecino por la planta invasora de la medianera cuando te han designado para mediar en la guerra de Ucrania: hasta el propio ministro de Economía se bajó la estima en esa recorrida, una novedad inesperada.

Sin rumbo muy claro

La pequeñez del episodio partidario hasta molestó a una silenciosa Cristina, quien evita comunicaciones (al menos, con Alberto Fernández) y, según mentas, le advirtió telefónicamente a Massa que se olvidara de hacer propaganda política, proselitismo, cuando debe ocuparse por emergencias más complicadas. Casi napoleónica, juraba como el corso: “Puedo perder todo, menos el tiempo”. Fiel a su estilo, le reprochó que un funcionario de su estatura no debía distraerse con menudencias interesadas y, palabras más, palabras menos, le recordó una dudosa maternidad: “Zamora es mío”. Para alegría, dicen, de un hombre de Daniel Scioli, Ignacia Castro, hoy con el intendente y de feroz interna con los Massa.

Perón era un machirulo que llegó a sostener: Evita fue un producto mío. Lo dijo después de muerta, claro (reportaje grabado de Tomás Eloy Martínez). Han pasado 70 años de aquella partida. A Massa ni se le ocurre esa tropelía oral pero atiende la crítica unánime que recibió su esposa luego de anunciar graciosamente que el aumento de tarifas era una redistribución y, en particular, cuando expuso a los usuarios de varios edificios lujosos por pagar el servicio que le cobra la compañía de agua. Típico escrache chinoísta, un mensaje oportunista y condenatorio contra los habitantes de esas viviendas, algunos críticos del gobierno, clásico de una batilana según el lunfardo.

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El ministro de Economía, Sergio Massa, y su esposa y titular de Aysa, Malena Galmarini. FOTO: NA

Para la barra brava debe ser un alimento excitante en la tribuna; sin embargo, cuesta creer que al ministro de Economía hoy le encanten esas apariciones imprudentes de Malena. Lidia con ese tema agresivo de su mujer hace años: uno de los mayores amigos de la familia, en una reunión doméstica, cuestionó que esas actitudes belicosas le restaban votos al esposo en lugar de sumarle adhesiones. También, alguno de los empresarios del círculo rojo que rodean a Massa discrepaba con la presencia de ella en las reuniones que se organizaban en su casa, ese quincho tan popular como la jabonería de Vieytes.

Habrá que ver, por otra parte, si ese amor encendido se manifiesta cuando deba recortar proyectos de la empresa que ocupa, Aysa, parte del connubio tripartito en el que el oficialismo se repartió el poder. O las “cajas”. Aunque tal vez sea como Aerolíneas Argentinas, intocable, compañía del kirchnerismo —como YPF— que hasta se anota para comprar siete nuevos aviones el año próximo. Exigencias de seguridad aérea, sin duda.

Arranque con errores

Para más de uno, Malena es un espejo de Cristina o de ese espectro de mujeres temperamentales tipo Elisa Carrió. En rigor, ella es una réplica de su madre, Marcela Durrieu —ex del Pato Galmarini de Casan—, una médica peronista que en la Cámara de Diputados fue más alborotadora que los otros dos ejemplos y, por supuesto, fue una activa defensora de la causa femenina, sorprendiendo su virulencia con la figura menuda que la contenía (no pesaba lo suficiente para saber, al sentarse, si votaba o no en su banca). Fue Marcela quien debe haber convencido a Sergio de volverse peronista apenas se casó con Malena (venía del liberalismo de Álvaro Alsogaray) así como el Pato lo hizo de Tigre para que abandonara a San Lorenzo.

Malena, entonces, protagoniza una secuela familiar, intemperante, que hasta puede justificar un protagonismo que tal vez no le corresponda como el ocurrido en la presentación de la nueva titular de Energía, la salteña Royón, a quien todavía le falta entrenamiento para el juego nacional. Lo de la mujer de Massa resultó dañino, semejante a las elucubraciones filosóficas de Tombolini, el encargado de precios, quien se arremanga la camisa para que se le vea el tatuaje de rosa mosqueta, y sostiene que el aumento de precios es una percepción. Como si la percepción no fuera superior a la verdad.

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La titular de Aysa, Malena Galmarini. FOTO: Télam

Tanto disloque de funcionarios y esposas empaña en parte la aún ficticia exhibición de un plan económico que, se supone, se habrá de constituir junto a la visita del ministro a Washington y Nueva York a partir del próximo 29. Junto con un número dos cuya designación ya pasó de madura ayer, martes, que viene horneado con retraso. Dicen que Massa no terminaba de decidirse por Gabriel Rubinstein hasta conocerlo con más profundidad, ya que lo había visto una sola vez antes del fin de semana pasado.

Debía conocer alguna propuesta del invitado, quien por salvar a la patria parece dispuesto a una jura sin miramientos ni condiciones. Y hasta es capaz de dar explicaciones si le preguntan por algún desliz que escribió en el pasado sobre Cristina Fernández de Kirchner. Tanta deliberación puede ser explicable: quizás Rubinstein sea de aquellos que abundan en las presentaciones, que hablan demasiado. Y ese hábito es insoportable para Massa, aunque en la vidriera le quede el último y único artículo que estaba dispuesto a comprar.