Habitualmente se define el Ego como a una sobreautoestima o egolatría o vanidad. Pero, el “Ego” es también la representación del “yo” en varias concepciones psicológicas.
Aunque el término “Yo” es difícil de definir por las distintas interpretaciones psicológicas, religiosas y/o filosóficas, todos entendemos que somos quiénes somos y quién es nuestro yo, nuestra individualidad.
Si bien estamos en un mundo dual, de muchos matices, tenemos claro que nuestros esfuerzos, sueños, sacrificios o goces son motivados o vividos por nuestro yo, más allá de que influya nuestro entorno. Desde muchas disciplinas han tratado y logrado desmaterializar nuestro ego y/o nuestro yo. Pero, aunque no han podido abatirlo, éste ha cambiado en el tiempo y en las diferentes regiones, debido a procesos evolutivos y/o inculcados “Ego sum qui sum”.
Argentina es un claro caso de amor al yo, al ego y eso es muy bueno, a mi criterio, al contrario de lo que dicen otros escritores. Por supuesto que “siempre en su medida y armoniosamente”.
Causa de esto es que vemos los sentimientos y expresiones sectorizados. Ante un ataque verbal o físico tenemos tres actitudes bien claras: quienes se repliegan, quienes se esconden y quienes se defienden. Todos ellos por amor al “Yo”.
Si se defienden comienza una guerra interminable o el principio de un caos, pues se pueden enfrentar con un cegado defensor y nunca se llegará a un acuerdo pacífico. Si se repliegan o esconden pasan a ser sometidos, esclavizados o subordinados desde el punto de vista social. Entonces, ¿cuál es el término justo para cualquier actor social?
Argentina es un claro caso de amor al yo, al ego y eso es muy bueno, a mi criterio
Una ventaja de nuestro querido yo, es que puede adaptarse, cambiar, organizarse, pasar de una actitud a otra y prevenir consecuencias, si se usa la inteligencia emocional.
Me preguntaron en un curso: ¿no es antagónico el uso de la palabra inteligencia con emoción? La inteligencia es racional, no es emocional. ¿Cómo se usan las dos en una sola acción?
Es una pregunta muy lógica, dado que nunca nos han enseñado a manejar las emociones. Hemos aprendido mucha racionalidad y poca emotividad. Es más, los hombres, a quienes ocupaban los puestos claves en las sociedades, se les tenía prácticamente vedado, hablar en forma inteligente desde lo emocional. Si lo hacían eran considerados “raros”. Para solucionar un conflicto hablaban o actuaban en forma racional o descontroladamente emocional. Hasta hace poco tiempo, existían los duelos, con pistolas o espadas de políticos o militares. Ni hablemos de las guerras. Esta falta de control del egocentrismo ha dañado nuestro mundo desde el principio de la historia con eventos y hechos dramáticos.
¿Qué sucede si el amor a nuestro “yo” sobrepasa el límite correcto? Y, ¿si esa persona tiene a cargo una empresa, una familia, un grupo o una institución (como el Estado)? Esa empresa, familia, grupo o institución entrará en caos recurrentemente por inadecuados caprichos, deseos y decisiones. Puesto que un excesivo amor al “yo” traerá desprecio por las otras personas a cargo, denigrantes expresiones hacia ellos, subvaloración de los otros, despotismo, y falta de inteligentes criterios, la visión será totalmente parcial y el juicio sobre los demás errado.
Por ello surgen las ideas de la humildad como virtud. La humildad es en este caso, la sabiduría de querer aprender permanentemente, de escuchar realmente a los demás, tengan o no tengan razón, para nutrir nuestro yo. Poder enseñar a quienes nos siguen y poder elegir bien a aquellos que van a acompañarnos en los diferentes caminos. Si esto no sucede naturalmente o a través de un aprendizaje, elegiremos mal una y otra vez a quienes nos acompañan en la vida o en el trabajo.
Es bueno amar a nuestro “yo”, si no lo amamos, no podremos amar bien a los demás, y si lo amamos en demasía, terminaremos por dañarnos a nosotros y a los otros. Por lo tanto, se trata de una capacidad interactiva: nos amamos mejor si amamos mejor a los demás..
*Escritora uruguaya residente en Argentina.