Tulio Halperin Donghi señaló que la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, en 1880, dejó a la Provincia descabezada y, a su vez, nacionalizada. Tal vez Axel Kicillof no lo leyó, pero lo sabe, y lo sabía al tomar la decisión de desacoplar, por primera vez desde 1983, las elecciones legislativas. No, no lo hizo para armar una “agenda bonaerense”, sino para delimitar un campo donde pudiese construir y desplegar poder propio, aunque más no sea bajo la forma de una negociación. Un escenario con ocho elecciones y ocho candidatos lo eximía de apelar a una figura nacional/provincial. Y lo logró, evidentemente. Las consecuencias de ese movimiento forman parte de la discusión en curso.
En septiembre, se va a plebiscitar la gestión de Milei y la capacidad del peronismo de retener su principal bastión. En la elección de CABA, se fue a la conquista de la fortaleza amarilla. Ahora, el que juega de local es el kirchnerismo y tiene que defender el 44% provincial y el 51% en la tercera sección. Entre una 3° sección peronista y un interior más oficialista, la disputa se va a concentrar en la 1° sección.
Es una elección peculiar, porque propone una doble contabilidad: de un lado, los legisladores electos; del otro, los votos. El que sume más votos no necesariamente va a sumar más legisladores, y viceversa. Por ejemplo, la suma de los electores de la 1° y de la 3° sección electoral conforman el 71% del padrón, pero solo el 36% de los legisladores. Ese dato se hace necesario a la hora de examinar las negociaciones. Por ejemplo, Kicillof entregó veinte de los 29 legisladores que el peronismo pone en juego, pero puso a sus candidatos a la cabeza de las listas de la 1° y la 3° sección. Cuando se anuncien los resultados, pocos van a prestar atención a la composición de la Legislatura provincial. Todos van a estar atentos a los porcentajes de votos.
En la disputa interna, Axel puede decir que logró torcer el brazo de la conducción para desdoblar las elecciones, para armar su propio movimiento, para obligar a una negociación (donde antes había lapicera) y para poner su candidata en el lugar que pertenecía a la mismísima Cristina. También, que consiguió preservar inmaculadas las listas a concejales, incluso con candidaturas testimoniales, tal como pedían los intendentes. El cristinismo podrá argüir que, junto a Massa, consiguió encabezar cinco secciones sobre ocho y ocupar dos tercios de los legisladores, lo que será un problema para el Ejecutivo provincial. Además, si el experimento sale mal (y las candidaturas testimoniales son un síntoma de que se trata de una probabilidad cierta), tendrán argumentos para culpar al rebelde. Lo cierto es que, por mirar demasiado el detalle, se pasa por alto una conclusión, que no por obvia es menos inquietante: el peronismo, después de 20 años, está sin conducción.
En el caso del oficialismo, la victoria de la astróloga sobre el Mago del Kremlin y Las Fuerzas del Cielo puede interpretarse como una noche de San Bartolomé, pero lo cierto es que, a diferencia de CABA, LLA no pudo presentar una lista propia. Javier le debe menos el armado a Pareja que a Ritondo, quien no rompió con el PRO. La lista oficialista es una coalición, en la que el violeta lidera al costo de resignar verticalidad. Eso significa que, hasta ahora, la crisis de los partidos no es capitalizada por Milei. Ni en términos políticos, ni en términos electorales.
Todas estas discusiones omiten un elemento sustancial y trascendente: la creciente abstención electoral. Si hasta el momento todas las elecciones mostraron un ausentismo muy importante, el que resulte de un segundo llamado (en octubre) puede ser catastrófico.
Se trata de un fenómeno ya advertido por los propios organismos de crédito internacional, que amenaza convertir al sistema electoral –y, por lo tanto, a los poderes resultantes– en cáscaras vacías, en el divertimento de unos pocos. Hasta que ya no sea ni eso, sino la Nada misma.
*Dr. en Historia. Investigador Ceics. Docente en UBA y UNSL.