Ya antes del estreno de la serie dedicada a él, Fito Páez daba la sensación de aumentar su popularidad diariamente, de ir consagrándose como una figura cuyo límite es el cielo. Corridos, por diferentes motivos, del centro de la escena roquera, Charly, el Flaco y Cerati parecen ceder al rosarino parte de su estela, derramar sobre él las mieles de la atención general. Figuras jóvenes buscan su padrinazgo, astros internacionales lo reconocen, buena parte de la prensa lo ama, arrasa con los premios; en materia de rutilancia, Fito da la impresión de coparlo todo. Los días intimistas de pandemia en los que nos cantaba para que pudiéramos quedarnos en casa al son de su voz parecen prehistoria; con la serie, Fito trasciende cualquier campaña para ser tema de conversación en reuniones y redes. Que si la trama es fiel a la realidad, que si el ninguneo que acusó Fabi Cantilo es pertinente o no, que si su vida fue realmente tan dura comparada con la de sus pares generacionales, que es envidiable que salga con mujeres deseadas por su belleza no siendo precisamente bello, que sus hijos, que la guita, que si sus películas valieron la pena, que cuál es su mejor disco y cuál el peor, que todo. Entre sus fans, Fito concentra más preeminencia que nunca antes y, ante sus detractores, puede decir tranquilo: “que la sigan mamando”.
En este marco signado por la fitomanía y teniendo que entretenernos con algo durante un largo viaje en auto, junto a un amigo, nos dedicamos a especular sobre una línea del hit Circo beat: “Psicodélica star de la mística de los pobres”. Hay que aclarar que, por distintas razones, ni mi amigo ni yo hemos sabido disfrutar de las producciones de Páez (nos pasa igual con los Redondos, cuya gracia nos dejó siempre afuera). Mis posibilidades de hacerlo se truncaron de entrada por cosas ajenas a lo artístico, ya que, de chica, fui involuntariamente atormentada por mamá cuando ponía El amor después del amor sin parar, socavando cualquier conexión futura con alguien que, escuchado por la fuerza y en loop, terminó funcionando como una suerte de trauma. De modo que los pensamientos en torno a esta frase, y a Fito en general, no surgen tanto de la admiración como de hablar por hablar, como se hace con casi todos los temas de agenda.
La combinación de palabras, para mi amigo, que repudia el extendido uso del inglés para hacer pasar por canchero algo que no necesariamente lo es, fue lo primero que saltó. Pero no muy en serio porque ambos sabemos que, para la lírica de algo que se llama rock, es un recurso más que válido. Nos pusimos más serios con “mística de los pobres”. ¿Qué define? ¿Cuál es el sentido final de una enunciación de este tipo? ¿Son conscientes los pobres de esa mística? ¿En qué consiste, según Fito, eso que los pobres tienen?
Nos dimos cuenta de que, más allá de nuestra incapacidad para deleitarnos con lo suyo, Fito tiene un talento que opera inapelablemente sobre nosotros, como si fuésemos sus fans: con cuatro palabras, inspiró una hora de charla.