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Negocios y política, barras y estrellas

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A sólo dos kilómetros de la Capital Federal y con conexión directa con el aeropuerto internacional, los terrenos del Mercado Central siempre fueron un manjar apetecible para los grandes emprendimientos inmobiliarios. Pero cuando los representantes de la marca Sheraton llegaron con la propuesta de levantar un hotel sobre un sector de las 300 hectáreas que rodean al mercado, las autoridades los desanimaron con una respuesta inesperada: ningún hotel iba a levantarse sobre aquellas tierras mientras Alejandro Granados, por entonces intendente de Ezeiza, explotara un Holiday Inn a cinco kilómetros del aeropuerto. En el capitalismo vernáculo, las leyes de la competencia de Adam Smith tienen sus excepciones.

Ahora Granados es el ministro de Seguridad de la Provincia y resiste la influencia de Mario Montoto, quien en el juego de espejos del poder también entrelazó negocios con relaciones políticas. En el caso de Montoto, los peldaños lo llevaron en cuatro décadas desde la agrupación Montoneros hasta su papel actual como proveedor internacional de la seguridad bonaerense. En la dimensión pública, las miles de cámaras que instaló con su firma Global View fueron el buque insignia de sus negocios. Pero las cámaras no son lo único que facilitó Montoto a las fuerzas. Ahora Granados lo sabe.

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Sus orígenes tampoco le impidieron entablar contratos con gobiernos de otros signos políticos, ya fueran macristas, socialistas o radicales. Cuando anunció que la japonesa Nec se hacía cargo de las cámaras que antes había vendido a través de la firma Global View, Montoto apareció en la conferencia de prensa junto a Carlos Martinangeli, tan interesado en el futuro del club Quilmes como el senador Aníbal Fernández. De hecho, los amores futbolísticos no son la única coincidencia que se les atribuye a ambos. Fernández tuvo a su cargo la policía durante el primer gobierno de Cristina Kirchner. Martinangeli sigue a cargo de las cámaras de Nec.

Cuando en el gobierno nacional surge el nombre de Montoto se lo suele entrelazar con dos ámbitos de poder. Uno es la gobernación que encabeza Daniel Scioli. Otro es la embajada de los Estados Unidos. Su sintonía con la lógica de la seguridad que propone el gobierno norteamericano lo enfrentó con Nilda Garré cuando la actual embajadora estaba a cargo de la cartera de Seguridad.

La semana pasada, mientras compartían una paella con Scioli en la finca La Ñata, el inesperado asesor político del gobernador, el empresario carnicero Alberto Samid, elogiaba el endurecimiento escenográfico de la política de seguridad en la provincia de Buenos Aires. Samid mantiene su esperanza en un entendimiento que lleve a Scioli como candidato a presidente y a Massa como gobernador. Claro, en La Ñata la idea suena encantadora. “Al pibe no le da para presidente”, le dijo Samid a un amigo empresario. El problema es que “el pibe”, es decir, Sergio Massa, cree lo contrario. Y sólo espera la oportunidad para enfrentar a Scioli. La tregua entre ambos que logró Samid es sólo temporal.

Como Montoto, tanto Massa como el gobernador tienen buena relación con los representantes de Estados Unidos. Lo sabe, por caso, el empresario Gustavo Cinosi, tal vez el nexo con la embajada norteamericana más afín al gobierno nacional y dueño de un hotel en Pilar. Sí, de la cadena Sheraton.