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renuncias

No tenía por qué

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Yo pienso, en cambio, que Darío Lopérfido no tenía por qué renunciar a su cargo de ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Lo que dijo sobre los desaparecidos puede deberse tan sólo al desconocimiento o a la mala fe, por supuesto, dado que desde un primer momento se estableció que la cifra de treinta mil desaparecidos respondía a un cálculo de totalidad de casos proyectando los casos no declarados a partir de los casos probados, lo que era a un mismo tiempo expresión de la persistencia del miedo ante un aparato represivo intacto (denuncias nunca formuladas) y repudio de la clandestinidad de la acción criminal del Estado (archivos nunca abiertos).

¿Ignorancia o mala intención? Es un dilema que el Gobierno nos plantea continuamente (desde los dislates históricos sobre la independencia argentina hasta la indicación de que se dejen las medias puestas quienes no pueden pagar el gas). Por eso Lopérfido debía permanecer en su cargo: porque era perfectamente adecuado al gobierno que integraba. La exigencia de que fuese mejor que el resto parecería responder a la premisa de que la cultura pueda ser o deba ser mejor. Y aunque a veces, por cierto, lo es, muchas otras veces no lo es en absoluto. Y eso era lo que venía a decirnos Lopérfido. Una visión menos adorniana, en el sentido de que la cultura sea aquello que hay que salvar o que vaya a salvarnos, y más benjaminiana, en el sentido en que Benjamin decía que no hay documento de cultura que no sea un documento de barbarie.