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Columna de la USAL

Ante el cambio climático, interesados y... ¿resignados?

Con la 4° Cumbre de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente como telón de fondo, el autor reflexiona sobre los desafíos que enfrenta la agenda ambiental.

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Joyce Msuya, Directora Ejecutiva Interina de la ONU Medio Ambiente. | AFP

La Directora Ejecutiva Interina de la ONU Medio Ambiente, Joyce Msuya, llamó a los países del mundo a trabajar de manera más enérgica por el cambio climático. "El tiempo se nos acaba. Debemos ir más allá de las promesas y la política. Más allá de los compromisos con poca rendición de cuentas. Lo que está en juego es la vida y la sociedad, en la forma en que la mayoría de nosotros la conocemos y disfrutamos hoy”. Esta fuerte apelación fue lanzada pocas horas antes de iniciarse en Nairobi, Kenya, la cuarta Cumbre de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, evento que centra el foco sobre "Soluciones innovadoras para los desafíos ambientales, la producción y el consumo sostenibles”.

El cambio climático es el más potente de los temas ambientales, si se lo mira también a nivel local, tal lo que dicen los sondeos de opinión pública. Casi 8 de 10 entrevistados para la encuesta "Los argentinos y el Cambio Climático", realizada a nivel país por la USAL, expresaron no tener dudas sobre la existencia de aquél, pero no siempre lo rotundo es sinónimo de positivo. En términos de sicología social la aceptación mayoritaria de un flagelo, sin demandas concretas hacia los decisores, puede también significar resignación ante un fenómeno sobre el cual, el inconsciente colectivo da por sentado que es poco lo que se puede hacer.

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¿Será así? ¿Será factible alguna manifestación masiva de los ciudadanos de a pie, reclamando más acciones concretas de parte de gobiernos y empresas, en favor de la mitigación y adaptación al cambio climático? Ya que andamos por el carril de las preguntas, ¿cuándo se apreciará una efectiva vinculación de los reclamos sociales, con la agenda de los impactos negativos que el Cambio Climático provoca sobre la calidad de vida, de los que peor viven?

Paradójicamente, EE.UU el país cuyo presidente sostiene un negacionismo tozudo frente al cambio climático, es una de las víctimas que más sufre los efectos de lo que niega. En la cuna del blues y del jazz, por donde el huracán Katrina entró sin que lo inviten, viven hoy 390 mil ciudadanos menos que en aquel momento donde New Orleans perdió su calma tal vez para siempre, como lo expresa una de sus vecinas y funcionarias, Lissanne Brown quien expresa: “Nos dimos cuenta de lo vulnerables que somos. Tenemos más angustia por la suba de las aguas y las tormentas cada vez más grandes. La temporada de huracanes ahora dura seis meses, mucho tiempo para estar estresados”, subraya esta investigadora del Instituto de Salud Pública local.

El mercado también habla y lo hace sin especulaciones ni disimulos, como el caso de la calificadora Moody´s que ya anunció que trasladará los costos de los riesgos climáticos, cuando analice los créditos para estados y ciudades. Sin embargo, estos datos son menores frente a las secuelas que dejó María, el huracán que en 2017, se ensañó con Puerto Rico, considerada como la “tercera tormenta más cara de la historia de los EE.UU”, según datos relevados por Jeff Goodell, el jefe de redacción de la revista Rolling Stones. Irma destruyó o dañó a 300 mil hogares, con una cifra de víctimas aún en revisión, que ronda los 3 millones de personas y 100 mil millones de dólares en pérdidas.

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Después que Katrina provocara uno de los peores desastres ambientales de los EE.UU., la crónica periodística reflejó con crudeza el tema de las prioridades de la agenda pública: “Preocuparse por el futuro es un lujo para la gente privilegiada. Mis amigos acá están preocupados en conseguir algo para poner en la mesa esta noche, no por lo que pase en esta ciudad en 20 o 30 años”. Reflexión que podría traspolarse al escenario de cualquier economía en desarrollo, donde se ha planteado erróneamente un escalonamiento de políticas en las que la agenda ambiental parece ser la última de la fila.

Basta repasar el ramillete de confusiones que inducen a la opinión pública a avalar certezas que no son tales de un modo absoluto, como por ejemplo hablar de la responsabilidad del Estado. Se pasa por alto aquí que de acuerdo a nuestra Constitución Nacional, los recursos naturales son de las provincias y que por tanto hay responsabilidades concretas, que resultan fáciles de licuar en la generalidad de la categoría "estado", sin precisar qué estado o estados están involucrados, según sea el tema del que se trate.

Desde los estados, se replica que antes que las políticas ambientales hay otras urgencias, como acabar con el hambre, la desnutrición infantil, la falta de infraestructura, entre otros temas de indudable importancia. Surje a ojos vista que, por comodidad o por ignorancia, no se asocian todos los temas en el marco de ese paradigma que ya la Cumbre de Río en 1992, introdujo con la categoría de la sostenibilidad. Allí es donde emergen los déficit de comunicación, que impiden un correcto planteo de esa agenda integral de políticas públicas, que demandan una urgente revisión por parte de autoridades, empresarios, dirigentes, legisladores, diplomáticos, formadores de opinión, etc. Será de otra forma imposible, construir un discurso que sea coherente con la magnitud del desafío. Se trata de una cuestión arraigada culturalmente, que origina todo tipo de patologías comunicacionales.

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Si en la economía más desarrollada del planeta existe una evidente asimetría en percepciones sobre el cambio climático, entre su principal cabeza política y los referentes de la economía real, ¿qué se puede esperar del mundo en desarrollo?, podría pensarse sin rubor. Sin embargo, allá y acá subyacen serios problemas de comunicación por parte de dirigentes, empresarios, científicos, académicos, periodistas, intelectuales e incluso artistas. La interpelación que se lanza ante tamaño desafío, es la de cómo optimizar la comunicación del cambio climático. De qué manera contribuir a lubricar cada uno de los engranajes, incluidos en todo el proceso de traslado de contenidos entre las fuentes de información, los gobiernos, las empresas, sus decisores y la opinión pública. Es el espíritu que anima al Programa de Comunicación del CC de la Yale University: ayudar a que la preocupación se convierta en acción.

Dicho programa se aplica ahora también en la Argentina con el soporte técnico y académico de la USAL y fruto de ello, surgen indicadores que permiten hacer un seguimiento sistémico del comportamiento de la opinión pública argentina y en base a ello encarar líneas de investigación que redunden en una mejor calidad en la gestión de la comunicación sobre el cambio climático. Un paso más en dirección a eliminar esas excusas que suelen aflorar, cuando se pretende maquillar a los déficits de gestión, transfiriendo sus falencias sólo al escenario de la comunicación.

(*) Director de la Escuela de Geografía y Ciencias Ambientales de la USAL, Coordinador del Instituto de Medio Ambiente y Ecología (USAL)