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Pocos aciertos, muchas crisis y fin de la Luna de Miel para Jair Bolsonaro

La personalidad del mandatario, con rasgos de violencia y autoritarismo, generó la intempestiva salida de Gustavo Bebianno, Secretario General de la Presidencia y uno de los hombres clave del armado político.

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El presidente de Brasil Jair Bolsonaro. | AFP

Una nueva crisis tuvo lugar en el Palacio del Planalto. La salida del gobierno el pasado lunes 18 del hasta entonces Secretario General de la Presidencia, Gustavo Bebianno, se dio en el marco de un escándalo por candidatas truchas en el partido del gobierno, el PSL, quienes recibieron financiamiento público pero nunca habrían realizado campaña alguna y obtuvieron cantidades insignificantes de votos en las elecciones de octubre.

Gustavo Bebianno fue el coordinador de la campaña de Jair Bolsonaro, hombre de su confianza y presidente del PSL cuando tuvieron lugar esas candidaturas irregulares. Por ello el escándalo lo tiene como uno de sus protagonistas y explica su salida. En parte, porque existen quienes están más comprometidos en la investigación ya en curso y sin embargo aún continúan en sus lugares, como el ministro de Turismo, Macelo Álvaro Antônio, y el actual presidentel del PSL, Luciano Bivar. Este último en un primer momento justificó la existencia de candidatas truchas criticando al sistema de cupo femenino.

Según él, al no haber ninguna candidata para llenar el cupo incluyeron a candidatas a modo de relleno: “los hombres prefieren la política más que las mujeres. Si usted hace una elección para bailarinas y coloca un cupo de 50% para hombres, perderá bellísimas bailarinas”. Para entender la salida de Bebianno, de quien Bolsonaro llegó a decir alguna vez que sin él no habría llegado a ser Presidente, hay que remitirse no solo al escándalo de las candidatas truchas sino sobre todo a rasgos insoslayables de la personalidad y el pensamiento del propio mandatario.

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Con esta nueva crisis parece haber finalizado prematuramente para Jair Bolsonaro el llamado período de Luna de Miel, posterior a la elección de un nuevo presidente. El mejor momento para su popularidad fue luego de la primera vuelta electoral, que tuvo lugar el 7 de octubre y en donde obtuvo un contundente 46%. Luego de llegar al 60% de intención de voto de cara a la segunda vuelta, podría haber obtenido un resultado aún mejor que el 55% final de no haber sido por su propia radicalidad y violencia.

Es que entre la primera vuelta y la segunda sucedieron una serie de episodios que le restaron votos, en definitiva reductibles a una ola de violencia política contra la izquierda y las minorias, sobre todo sexuales, que se inició en la misma noche del triunfo de Bolsonaro y que son fruto del propio discurso violento de quien fuera diputado federal por casi tres décadas. El caso más emblemático fue el asesinato del mestre de capoeira Moa do Katendê en Salvador.

La agencia de noticias Pública contabilizó al menos 50 ataques por motivaciones políticas a lo largo de todo el país tan solo en los primeros días de octubre. Aqui en Pernambuco entre otros hechos la aparición de listas de “izquierdistas” que serían prohibidos en las universidades y un clima de persecución que propició la cancelación de la obra de teatro “Puto” del argentino Ezequiel Barrios. También se conoció un video que en el que uno de los hijos de Bolsonaro dice que para intervenir a la suprema corte de Justicia brasileña solo bastaría con enviar dos cabos y un jeep.

El ingreso de la policía en diferentes universidades, por orden de tribunales electorales y con el fin de fiscalizar supuesta propaganda política en establecimientos estatales, fue violatorio de la autonomía universitaria y la libertad de expresión y también formó parte de los hechos que encendieron las alarmas de muchos brasileños antes de la segunda vuelta. La frutilla del postre fue cuando Bolsonaro desde su casa y a una semana de las elecciones dio un discurso por celular para las multitudes que se movilizaban en varias capitales del país. En aquella ocasión dijo que Lula se pudrirá en la cárcel y habló de una limpieza nunca vista en la historia de Brasil.

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Así, la intención de voto de Bolsonaro, que llegaba al 60%, perdió cinco puntos en la última semana producto del propio triunfo en primera vuelta. Es que aquel triunfo envalentonó a Bolsonaro, que había guardado silencio durante la internación luego del atentado y que intentó dar una imagen de “paz y amor” en el último trecho de la campaña. Sobre todo, con el triunfo en primera vuela los violentos se sintieron legitimados, y ello dio lugar a la ola de violencia política que alarmó incluso a muchos más de los que dejaron de votarlo. El Bolsonaro presidente se ha cuidado bastante de ejercer esa violencia.

Violencia, impulsividad y autoritarismo son rasgos de su personalidad, al menos para empezar. Esa personalidad generó la intempestiva salida de Gustavo Bebianno, hasta entonces Secretario General de la Presidencia y uno de los hombres clave del armado político de Bolsonaro. Puede decirse que esta última crisis pone punto final a la Luna de Miel, ya que los mismos votantes de Bolsonaro vieron con desconconcierto el caos del gobierno. Pero peor es el clima entre los medios brasileños, que no escatiman en criticas, y en particular los gráficos que avanzan con investigaciones de impacto.

La salida de Bebianno muestra una vez más rasgos preocupantes de la personalidad y la postura confrontativa del presidente brasileño. Por ejemplo, como surge de las conversaciones que se filtraron entre Bebianno y Bolsonaro y lo narrado luego por el ministro saliente, entre otras cosas este quería generar nexos con los medios de comunicación, en particular el multimedios O´Globo, y encontró en Bolsonaro una oposición radical: “enemigo pasivo sí. Ahora, no vamos a traer al enemigo dentro de casa” le dijo el Presidente eliminando la posibilidad de un acercamiento.

Un Bebianno pragmático y en busca de entendimiento con los diferentes actores, no solo los medios de comunicación, versus un Bolsonaro beligerante que diferencia poco campaña de gestión de gobierno. Pareciera que tiene la inteligencia suficiente para distinguir la diferencia, intenta cuidarse, pero su indómita personalidad lo arrastra torpemente. Hay muchos indicios y testimonios de que la utilización de candidatas truchas realmente fue tal y el propio Presidente de la República solicitó a la Policía Federal, vía el ministro Sérgio Moro, que investigue el caso.

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Es evidente que Bolsonaro pretende despegarse del escándalo y en ese sentido tiene un aspecto positivo que mencionaremos más adelante. Sin embargo, antes que a Bebianno la investigación compromete en primer lugar al actual ministro de Turismo, Macelo Álvaro Antônio, que era entonces presidente del PSL en Minas Gerais y cuyos asesores están directamente involucrados en cuatro presuntas candidaturas truchas. En segundo lugar Luciano Bivar, actual presidente nacional del PSL pero máximo referente en Pernambuco, en donde habría una única candidata trucha pero beneficiada con la elevada suma de cuatrocientos mil reales.

La situación de Gustavo Bebianno era inicialmente mucho menos comprometida, al menos con la información disponilble. Si el motivo de la pelea con Bebianno fuera exclusivamente la crisis de las candidatas truchas entonces no debería haber empezado por Bebianno y si por el más periférico y más comprometido ministro de Turismo. La salida de Bebianno se explica solo en parte por el escándalo.

Los hechos. El 12 de febrero pasado, cuando fue consultado sobre si era el protagonista de una crisis dentro del gobierno por causa de las mencionadas investigaciones, Bebianno respondió que no y que de hecho ese día había conversado tres veces con el presidente. Acto seguido Carlos Bolsonaro -apodado por su padre como El Pitbull- escribió en la red social Twitter que Bebienno mentía y que no había conversado con su padre en ese día. Luego, el mensaje fue retuitiado por el Presidente de la República y ratificado en una entrevista televisiva al día siguiente. Bolsonaro ratificó lo dicho por su hijo, tratando publicamente de mentiroso a quien era hasta entonces uno de sus principales hombres en el gobierno.

Pasó casi una semana para que Bolsonaro tomase la decisión de exonerarlo. En el medio se filtraron los audios de las conversaciones entre ambos (que dejan claro que Bolsonaro y Bebianno sí habían conversado aquel día, desmintiendo al Presidente) y supuestos dichos del ministro saliente que este mismo luego negó. Esos dichos que llegaron a la prensa vía asesores de Bebianno se referían a Bolsonaro como un psicópata y mentiroso.

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Por cierto, la revista Época a fines de octubre convocó a psicoanalistas para que tracen un perfil de Bolsonaro. Las descripciones de su personalidad incluyeron paranoia, megalomanía, narcicismo, autoritarismo y crueldad. Las críticas por la crisis escandalosa que terminó en la salida de Bebianno cayeron sobre su hijo, Carlos Bolsonaro. A raíz de aquel tuit tratando de mentiroso a Bebianno y el hecho de que había una pelea preexistente este y Bebianno.

La influencia que Carlos y los otros dos hijos ejercen sobre su padre quedó en el tapete y para la mayoría de los comentaristas políticos es una de las causas del caos en el gobierno, criticando en este caso más a Carlos que al propio Bolsonaro. Sin embargo en última instancia el problema no son los hijos, sino el propio Bolsonaro. Poner el acento en los hijos como fuente de inestabilidad hace perder de vista que esta puede ser causada por el propio Bolsonaro y su personalidad. Aliados y próximos al gobierno también apuntaron sus criticas hacia los hijos y en especial Carlos, lo que tiene sentido politicamente ya que realmente se trata de su círculo de mayor confianza. Separar a Bolsonaro de la influencia de sus hijos puede traducirse en mayor poder para otros sectores, como por ejemplo los militares.

La crisis afectó a la opinión pública e incluso a sus defensores más férreos. Pero no a todos en la misma medida. Mientras los medios de comunicación, en especial los gráficos, viven un clima de crítica al gobierno casi permanente, la sociedad acompaña el proceso de desencanto pos electoral de manera mucho más lenta. Con pocos aciertos para mostrar en poco tiempo, y más escándalos y crisis que otra cosa, hay una línea de acción sobre la que el bolsonarimo ha podido apoyarse. El enfrentamiento entre la nueva y la vieja política. Ese es uno de los leitmotiv del bolsonarismo y hasta aquí apareció en dos oportunidades. Primero fue con la elección del presidente del Senado, donde el Ejecutivo intervino para hacer perder al gran favorito, Renan Calheiros (uno de los mejores exponentes de la vieja política, sobre todo por las causas de corrupción) e imponer a un inexperimentado Davi Alcolumbre. Aquello fue el primer triunfo político del nuevo gobierno y fue en sintonía con la demanda de renovación política.

En segundo lugar, ese leitmotiv se vio en este caso de las candidatas truchas del PSL. La intención de Bolsonaro puede leerse como un mensaje rápido y feroz de que no avalará la corrupción. La jugada tomó más relevancia por lo escandalosa y caótica, pero sus seguidores lo vieron efectivamente como parte de la lucha anticorrupción. El gobierno de Bolsonaro puede continuar jugando la ficha de la nueva versus la vieja política, por ejemplo con el paquete de medidas anticrimen presentado al Congreso la semana pasada por el hiperpopular Sérgio Moro, y que tendrá una fuerte oposición sobre todo en lo que respecta a la propuesta de tipificar como crimen el financiamiento ilegal (conocido como caixa 2). Incluso muchas resistencias de la reforma previsional pueden terminar siendo escenificadas en esos términos.

 

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En ese juego maniqueo la fortaleza de Bolsonaro no serían las articulaciones políticas y sí la presión social. Otro aspecto bien valorado del gobierno de Bolsonaro es su rol activo en la crisis venezolana. Y en relación a la personalidad y el pensamiento de Jair Bolsonaro hay que resaltar que el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, con quien Bolsonaro tiene mucha afinidad, ha perdido significativamente poder a manos de los militares. De mínima estos tienen poder de veto en las decisiones de política exterior. Algunos incluso hablan directamente de tutelaje en la política exterior por parte de los militares. Pues bien, el grupo al que pertece Ernesto Araújo es el de los anti-globalistas y discípulos de Olavo de Carvalho. A su vez, de todos los grupos que componen al heterogéneo gobierno, a saber: los economistas liberales, los políticos conservadores (dentro de los cuales se incluyen los olavistas) y los militares, los olavistas son quienes más terreno han perdido y al mismo tiempo es el grupo con quien Bolsonaro tiene más afinidad de pensamiento.

El filósofo autodidacta que pregona la lucha contra el marxismo cultural lo conoce a Bolsonaro al menos desde 2016, pero ya desde antes tanto él como sus hijos eran adeptos de sus ideas. La intervención en la crisis venezolana puede darle réditos políticos al interior de Brasil, eso dependerá del desenlace. Sin embargo la visión de los militares se impone a la del ministro Araújo y por extensión a la de Bolsonaro. En las elecciones de octubre Bolsonaro supo capitalizar el descrédito de la clase política, fuertemente afectada por la corrupción, y la reacción conservadora contra el igualitarismo propuesto por el Partido de los Trabajadores.

Bolsonaro ganó en octubre con ese antipetismo y su crítica a la vieja política, presentandose como un hombre común, sin grandes cualidades. Los escándalos y las crisis a las que se ha expuesto dejan en claro que aquel triunfo ya es cosa del pasado. Como en el fútbol, cuando un seleccionado alcanza la glória máxima de salir campeón del mundo eso no significa que sea el mejor del mundo. Significa que lo fue, es pasado. Ser campeón no es igual a ser el mejor, sino que significa haberlo sido durante el tiempo que duró el campeonato. Para seguir siendo el mejor Bolsonaro debe cambiar su juego, porque el “campeonato” ya no son las elecciones y sí la gestión de gobierno.

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Con lo caótico que ha sido este inicio se le pedirá más moderación, menos enfrentamiento y más gestión. Muchos tal vez comiencen a ponderar más tener un gobierno ordenado y con capacidad de gestión, que uno que venga a “sacar todo lo que está ahí”, como decía Bolsonaro en la campaña. Existen en el gobierno quienes pueden ofrecer esa capacidad, como el ministro de Economía ultra neoliberal, Paulo Guedes, o el ex juez Sérgio Moro e incluso los militares, más formados y moderados que el propio Bolsonaro y el resto de los políticos de profesión que lo rodean. Pero ellos pueden ocupar ese rol siempre y cuando el presidente así lo permita, sea por acción o por omisión.

El primer obstáculo para ello es la propia personalidad y el pensamiento de Jair Bolsonaro. El Bolsonaro candidato fue exitoso; el Bolsonaro presidente aún no encontró su fórmula de gobierno. El éxito puede tener la apariencia de los aplausos y los flashes, pero en el fondo es más parecido a la lluvia y la descripción que de ella hace Jorge Luis Borges: “Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin dudas sucede en el pasado”.