En la columna del ombudsman del domingo 20, puntualizaba lo negativo de naturalizar el insistente empleo de palabras insultantes, soeces, políticamente violentas, cargadas de odio, que el presidente Javier Milei y su tropa de seguidores (fanáticos, en su mayoría) emplean para aplicarlas a todo aquel que piensa distinto, que no coincide con las políticas de gobierno o simplemente prefiere expresar su rechazo a tales excesos verbales.
Hay una palabra que los periodistas debiéramos reproducir con cierto espíritu crítico si queremos ejercer adecuadamente nuestro oficio. Esto es así porque conlleva una carga amenazante, empleada en general para calificar acciones de guerra o de represión violenta. Exterminar, aniquilar, no son verbos cualesquiera. Significan, según la Real Academia Española: “Acabar del todo con algo (…) matar o eliminar por completo de un lugar un conjunto de seres vivos (…) desolar, devastar por fuerza de las armas”.
Las palabras aniquilar y exterminar fueron reiteradamente utilizadas últimamente por los adláteres de Milei, sus voceros oficiales u oficiosos, sus tuiteros y seudoperiodistas afines. La idea, explícita en sus discursos y mensajes vía redes sociales (fue más clara aún en ese remedo ultraderechista de feria realizado en Córdoba con exclusión de todo periodismo independiente) apuntó contra toda expresión no libertaria (izquierdas varias, periodistas, empresarios no alineados, etc.).
Si la caracterización obvia de esta palabra es ominosa, lo es más aún en la Argentina; fue aplicada en varios decretos puestos en vigencia en 1975 que validaron, como mal de origen, la dictadura militar abierta el 24 de marzo de 1976. El primero de ellos, firmado por la presidenta María Estela Martínez de Perón el 5 de febrero de 1975, ordenaba poner en marcha lo que se llamaría Operativo Independencia contra la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo en Tucumán y argumenta un sinónimo de exterminar: aniquilar. La presidenta tomó licencia luego de eso, y el titular provisional del Senado, Ítalo Luder, confirmó el concepto con tres decretos en octubre, ampliando el accionar contra toda organización considerada terrorista o subversiva. Cinco meses después se abría uno de los períodos más oscuros de la historia argentina, con miles de muertos, desaparecidos, torturados, violados, sus hijos apropiados, exiliados, perseguidos. Una dictadura que defiende buena parte de quienes hoy hablan de aniquilar, exterminar, combatir como si fuesen enemigos en una guerra “santa” (no es menor la presencia de ministros de iglesias evangélicas conservadoras en estos actos, claramente apoyados por Milei y sus seguidores) en la que no hay adversarios sino enemigos.
“El Reichsführer (cargo que tenía Heinrich Himmler, responsable en gran medida del Holocausto) describe con frecuencia el exterminio de los judíos como una gran responsabilidad asignada por el Führer. Por lo tanto, no hay debate: esta tarea requiere una devoción incesante y un espíritu de continuo sacrificio propio de él y sus hombres”. Así lo describe Saul Friedländer, historiador francés. El propio Himmler, en un célebre discurso del 4 de octubre de 1943, dijo: “Me estoy refiriendo a la evacuación de los judíos, el exterminio del pueblo judío. Es una de esas cosas que se dicen fácilmente: ‘El pueblo judío está siendo exterminado’, lo dice todo miembro del partido (nazi), esto es muy obvio, está en nuestro programa, eliminación de los judíos, exterminio, lo estamos haciendo, ja, un pequeño asunto”.
No pretendo establecer un paralelo entre aquel nazismo y este mileísmo. Tampoco entre la dictadura, sus antecedentes y su drama. Pero, como afirma el dicho popular, “el pez por la boca muere”. Y negando otro: las palabras no se las lleva el viento.