El último martes se vivió un día de furia en la Babel de Olivos. Entre el hastío de una convalecencia que se le hizo interminable y las malas noticias provenientes de los ámbitos judiciales, el mal carácter de la Presidenta hizo eclosión. El enojo y el consiguiente maltrato estuvieron a la orden del día. Hubo gritos y reproches para todos los que suelen compartir el restringido entorno de Cristina Fernández de Kirchner. Algún problema judicial la molestó.
Ante este horizonte lleno de acechanzas, la urgencia por consolidar un plantel de funcionarios judiciales que le asegure a la jefa de Estado impunidad se hace indisimulable. Por eso hay tanta insistencia y premura en sancionar la ley de Reforma del Código Procesal Penal. La esperanza del kirchnerismo está puesta en la afinidad política de los nuevos fiscales por nombrar. Ante tanto entusiasmo deberían, sin embargo, tomarse un minuto para aprender un poco del pasado. Habrá que ver si la afinidad de hoy se mantiene cuando haya una nueva administración.
El quantum de causas judiciales que complican al Gobierno ha aumentado sensiblemente en las últimas semanas. Ahí están los allanamientos a las sedes de 25 clubes dispuestos por la jueza María Romilda Servini de Cubría por los fondos del Fútbol para Todos. El llamado a indagatoria de los hermanos Miguel y Máximo Zacarías, de notable cercanía con los Kirchner, por el caso de la efedrina. El avance del juez Sebastián Casanello sobre las posibles cuentas de Lázaro Báez en los Estados Unidos. Y, finalmente, los allanamientos a las oficinas de Hotesur, la empresa que explota el hotel Alto Calafate, dispuestos por el juez Claudio Bonadio. Seguramente habrá más.
El nivel de corrupción engendrado en el seno del poder durante el kirchnerato ha dejado huellas por doquier. Incluso no hay que descartar que en el futuro alguien invoque el principio fraus omnia corrumpit (el fraude todo corrompe) para reabrir la causa de enriquecimiento ilícito de los Kirchner, escandalosamente cerrada por el juez Norberto Oyarbide.
En paralelo, el kirchnerismo ha venido haciendo de sus pequeñas victorias en materia económica una suerte de grandes logros que se festejan con tono épico. Un economista que conoce esas pequeñas batallas aseguró, algo desconcertado, al ser consultado sobre la situación con los holdouts: “Todavía están festejando que lograron controlar el mercado cambiario azul, pero cada vez que se piensa en el frente externo se acaban las sonrisas”. La alegría y la reacción positiva de los mercados en realidad tuvieron que ver con el cambio en el relato. “Lo que se festejó y trajo algo de aire fue la decisión de pagar. Los tenedores de bonos todavía tienen muchas herramientas para complicar el acuerdo con la Argentina”, sentenció la misma fuente. Esto explica por qué Axel Kicillof en sus últimas declaraciones públicas salió a poner paños fríos a tanta expectativa.
La idea de los técnicos argentinos es poder sentar en la mesa de negociación a todos los tenedores de deuda que no ingresaron al canje. Estamos hablando de los holdouts (NML, Elliot), más el 7% de los denominados “me too”. Veamos algunas de las futuras complicaciones.
El primer impedimento es legal, ya que la sentencia de Griesa establece que se debe acordar primero con los fondos que han sido beneficiados por su sentencia. Eso suma 1.600 millones de dólares. Un economista de corte opositor se preguntó: “¿Alguien cree que el 7% que no está incluido en la sentencia del juez va a querer arreglar con el país sin antes conocer cómo se resolvió el pleito y qué se les ofreció a los buitres?”. En concreto, ésa es la razón de ser del término “me too”, que describe la exigencia o trato igualitario para ese 7% que no entró al canje y no está en litigio o no tiene sentencia respecto de lo acordado con los grandes litigantes.
El segundo elemento que mina las expectativas argentinas de alcanzar un trámite exprés tiene que ver con la espalda financiera de los holdouts. Un economista recién llegado de Nueva York confirmó que el fondo Elliot les está ofreciendo representación a algunos de estos “me too”. Como tienen un resto financiero menor y son proclives a un rápido acuerdo para poder cobrar aun con una quita importante y retirarse, los holdouts les están ofreciendo apoyo, incluso comprándoles los papeles que tienen cláusula pari passu.
“Va a ser una negociación muy dura”, describió un joven economista que compartió con el ministro los tiempos de militancia en la UBA. Kicillof sabe que si los fondos buitre se ponen duros y consiguen una amplia representación de los “me too” pueden endurecer las condiciones de un arreglo, pidiendo mayor cantidad de efectivo en lugar de aceptar nuevos bonos como parte del combo destinado a saldar los US$ 1.600 millones que les corresponden según la sentencia de Griesa. “Eso sí –aclara la fuente con una sonrisa–, si todo sale bien, prepárense para la embestida de Axel”.
Un párrafo final para Elisa Carrió. Ella sabe que es poseedora de una cuota significativa de poder dentro la estructura política que ocupa. Si no, su salida de UNEN no hubiera generado el estrépito que produjo. Se siente el centro de todo.
Manifiesta un particular desprecio por las opiniones de quienes no coinciden con ella. Toma resoluciones intempestivas sin tener en cuenta sus consecuencias negativas. Es impulsiva. Esta suma de patrones conductuales encaja perfectamente dentro de la sintomatología del síndrome de Hubris. Paradojalmente, todo esto la acerca a la Presidenta. Claro está que hay entre ellas un contraste evidente: la honestidad. Con igual cantidad de años en la vida política, Fernández de Kirchner se ha hecho inmensa y sospechosamente rica, cosa que no ha ocurrido con Carrió. La diferencia es fundamental.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.