COLUMNISTAS
FIN DE CICLO

Postales del naufragio k

En el retroceso ofensivo del Gobierno se revela la sensación de fracaso. El “efecto Buenos Aires” y la democracia vecina.

EN TRANSITO
| Pablo Temes

Recuerdo muy bien aquel viaje en taxi. Fue a principios de noviembre de 2009. Yo había participado de la Feria del Libro de Santiago. Chile vivía un clima electoral cargado de tensiones. En poco más de un mes se elegiría un nuevo presidente y, por primera vez desde el retorno de la democracia en 1990, todas las encuestas coincidían en que Eduardo Frei Ruiz-Tagle, el candidato de la Concertación, la convergencia de partidos de centroizquierda que había piloteado con éxito la transición posdictatorial, sería derrotado. Había llegado el turno de “la derecha”. El empresario Sebastián Piñera estaba listo para desembarcar en La Moneda. El taxista no tardó demasiado en contarme su historia militante. Era, me dijo, “un socialista de Salvador Allende”. Para los chilenos, ésa es una definición todavía hoy impregnada de significados. Es ideológica, pero también sentimental: Allende, el presidente que prefirió matarse antes que entregarle el poder al dictador Augusto Pinochet en 1973, sigue partiendo aguas. Se está de un lado o del otro. Es una herida que aún sangra.
Le pregunté:
—¿Qué va a pasar ahora?
—¿Ahora? —rió con tibieza—. Ahora va a gobernar Piñera.
—¿Y?
—¡Y nada! Tampoco nosotros hemos sido geniales. “El momio” (algo así como “gorila” en chileno) cumplirá su mandato y, si nosotros somos capaces de hacer las cosas bien, volveremos en la próxima elección. Estamos en democracia, ¿no?
 Apenas una semana antes de esa conversación camino al aeropuerto, Michelle Bachelet había cortado la cinta de inauguración de la mayor muestra literaria del país.  La celebración se hizo en la vieja estación Mapocho, convertida en bellísima sala de eventos. Era, en la práctica, la primera despedida no oficial que se le realizaba a la presidenta de todos, quien culminaba su primer mandato (en Chile no hay reelección) con ochenta por ciento de imagen positiva. El auditorio estalló en una ovación. Sonrojada, la jefa de Estado bajó la cabeza. Parecía serena. Tan serena como ese “socialista de Salvador Allende” que acababa de darme una clase elemental de pluralismo democrático. La historia posterior es conocida. Piñera cumplió sus cuatro años de mandato con absoluta normalidad, el país afrontó dos terremotos, el peso chileno mantuvo su estabilidad, el PBI continuó creciendo y Bachelet volvió a asumir la presidencia el 11 de septiembre del año pasado. La rueda siguió girando.

Imágenes del naufragio (I). En la mañana del miércoles pasado, Mauricio Macri llegó al Chaco para realizar un acto de campaña pero no pudo salir del aeropuerto de Resistencia por la puerta principal. Emerenciano Sena, al frente de un comando de piqueteros, se lo impidió. “El caudillo del Norte”, como gusta que lo llamen, declaró: “Si la gente quiere dejarse violar, que lo haga, yo no me voy a agachar para que Macri me viole”. Sena es el único dirigente social argentino (y presumo que mundial) que se dio el gusto de ponerle su propio nombre a un movimiento de desocupados, MTD-Emerenciano, y a un complejo habitacional, Barrio Emerenciano, construido con abultados fondos provenientes del Estado nacional y asentado sobre una montaña de denuncias por presuntos negociados, explotación de personas, violentos enfrentamientos y malos tratos. Su enorme poder se erige sobre la base de una alianza estratégica con el ex jefe de Gabinete, Jorge Milton Capitanich, actual gobernador, líder del peronismo local y próximo intendente de la capital provincial, quien fue, además, testigo de la boda de Sena con Marcela Acuña, el 7 de diciembre de 2012. Emerenciano opina, como el actor Gerardo Romano, que Macri es Hitler.

Imágenes del naufragio (II). Ese mismo día, pero por la tarde, la Cámara de Diputados aprobaba, por imposición de la mayoría automática, fuera de temario y en medio de un gigantesco escándalo, los pliegos de dos nuevos auditores para integrar la AGN, el organismo encargado de controlar los actos de gobierno: Juan Forlón, presidente hasta un rato antes del Banco Nación, y Julián Domínguez, secretario de Justicia y derrotado candidato a intendente de Lanús, ambos militantes de La Cámpora y hombres de confianza del hijo presidencial, Máximo Kirchner. Mientras la oposición los recibía en la escalinata al grito de “¡truchos! ¡truchos!”, los muchachos que tendrán la misión de auditarse a sí mismos saludaban a la barra con los dedos en V, un gesto de alto valor emocional durante la resistencia peronista pero que hoy se usa como un jueguito de niños ricos aferrados al poder. Triste.

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Imágenes del naufragio (III). Viernes de campaña feroz. Otra vez Cristina recargada. En esta oportunidad no oculta a Daniel Scioli, el candidato que trata de mostrarse diferente y no lo dejan. Inaugura el nuevo Polo Científico Tecnológico de Palermo, una monumental obra muy valorada por los investigadores argentinos. La Presidenta baila, juega con los “chiches” del complejo. De blanco, exultante, no se priva de nada. Muestra un video sobre Alfonso Prat-Gay, uno de los referentes económicos de la coalición opositora Cambiemos. Lo descalifica por “unitario”. Después compara a Macri con Fernando de la Rúa (es curioso: el oficialismo presenta a su contrincante, de manera indistinta, como un temible dictador o como un postulante débil) y advierte sobre la posibilidad de que un nuevo jefe de Estado se vaya en helicóptero. “Y ahora estoy preocupada. Porque la Ciudad tuvo tres jefes de Gobierno. Dos se candidatearon a presidente y uno fue electo. Y ése que fue electo, en 1999 se tuvo que ir en 2001 en helicóptero, dejando muertos. Estoy preocupada de que en 2015 alguno que tenga esa misma visión y venga del mismo lado pueda también llegar a sentarse en el sillón de Casa Rosada”, advierte la Presidenta.
 El kirchnerismo retrocede disparando. Pero, a diferencia de lo que sucedía hasta antes de las elecciones del 25 de octubre, soporta sobre sus espaldas el peso del fracaso. La provincia de Buenos Aires, corazón del peronismo, será gobernada por la oposición. Eso ya es irreducible. Y hay una cola de acreedores esperando para pasarles las facturas a los mariscales de la derrota. “Algo pasó y no nos dimos cuenta”, confesó también esta semana Maurice Closs, gobernador K de Misiones y ¿candidato? a ministro de Turismo en caso de triunfar Daniel Scioli.
  Estamos en democracia, ¿no?