Esta semana hubo dos lanzamientos presidenciales. Uno formal, el de Horacio Rodríguez Larreta. El otro informal, el de Alberto Fernández. Por ser dos líderes del Gobierno y la oposición, lo que llama la atención no son las discrepancias, sino lo que los asemeja.
Con 24 horas de diferencia, ambos sorprendieron con una estética parecida. Tono cinematográfico y la elección de una escenografía similar: el sur argentino. También coincidieron en la manera de decir, pausada y calma, y en ciertas ideas generales.
El Presidente no mencionó su reelección, pero todo sonó a eso. Celebró los 40 años de democracia, habló del país federal, repudió la invasión a Ucrania, reivindicó la soberanía sobre Malvinas y llamó a la unidad nacional.
El jefe porteño no mencionó la celebración democrática, ni a Ucrania ni a Malvinas, aunque su posición es la misma (sí se refirió al país federal). Su discurso tuvo como eje la antigrieta. Instó a dejar de pelear y calificó de estafadores a los que se aprovechan de la grieta: “O terminamos con la grieta o la grieta termina con la Argentina”.
Quien aspire a gobernar con éxito tendrá que animarse a desafiar esa prohibición...
Ese, el del fin de la polarización extrema, había sido uno de los ejes de campaña de Fernández en 2019 y sigue siendo uno de sus argumentos preferidos.
Tanto uno como el otro aprovechan sus críticas contra la grieta para marcar diferencias con los sectores más polarizados de sus espacios.
Que, no por casualidad, son los que tomaron rápida cuenta de los respectivos discursos.
Al Presidente le respondió Grabois, otro presidenciable del FdT. Lo trató de “tibio”.
Es la misma acusación que por lo bajo le hace la expresidenta Cristina Kirchner y la que se escucha desde el comienzo de la pandemia. Más precisamente desde el segundo trimestre de 2020, cuando el cristinismo acusaba a Alberto Fernández de “levantarle el precio” a Rodríguez Larreta al sumarlo a cada acto para comunicar las novedades sobre el covid.
... política y mediática, y convocar a quien pierda. Y quien pierda tendrá que animarse a ir
A Larreta también le respondió una presidenciable de su espacio. Fue Bullrich, y usó la palabra de Grabois, “tibio”. Con razón, ella se sintió aludida por el calificativo de “estafadores”. Su respuesta fue: “No hay lugar para dialogar con quienes son parte del problema y profundizan la decadencia de nuestro país”.
Es la misma acusación que por lo bajo le hace el expresidente Mauricio Macri. La sospecha de exceso de dialoguismo también proviene de aquel segundo trimestre de 2020. La última vez que los dirigentes oficialistas y opositores se mostraron, sin pelearse, frente a una sociedad que respondía con una aprobación superior (en el caso del Presidente, del jefe porteño y de algunos gobernadores) al 70%.
Que tanto Fernández como Larreta compartan ciertos modos e ideas y que reciban de sus colegas partidarios el mismo tipo de acusación no oculta sus muchas diferencias. Hubo una que ambos expusieron, sin profundizar, pero que simboliza bien dos filosofías distintas de encarar los desafíos económicos: el concepto de igualdad.
El Presidente señaló que “es hora de plantearnos la utopía de la igualdad”. Larreta, que quería “un país en el que igualar sea igualar para arriba”.
El riesgo de convencer a Cristina
Lo que en realidad debaten es la doctrina del igualitarismo. Aquella escuela filosófica que entiende que todos deben ser iguales ante la ley, con igualdad de oportunidades e igualdad de resultados. Uno de sus defensores extremos fue el Che Guevara (“si no hay café para todos, no hay café para nadie”), mientras que en el otro extremo están los que la consideran un atentado a la libertad individual, como Von Mises y Hayek, dos de los referentes ideológicos de Milei.
Históricamente, el relato peronista reivindica la “utopía de la igualdad”, a la que asocia con el Estado de bienestar. Mientras que quienes están más cerca de las ideas liberales privilegian la meritocracia y creen que lo contrario es el origen del fracaso económico. Larreta, que abrevó tanto en aguas peronistas como liberales, propone una lógica intermedia en la que el Estado garantice oportunidades e igualdad ante la ley. Pero entendiendo que, sobre esa base, la responsabilidad de los resultados es de cada persona.
Detrás del debate filosófico aparece el conflicto sobre los modelos económicos. No lo mencionaron en forma explícita en sus discursos, pero sí lo esbozaron.
Siguiendo la tradición de que los candidatos peronistas no hacen campaña prometiendo ajuste (“Si contaba lo que iba a hacer, nadie me hubiera votado”, decía Menem), Fernández anunció nuevos proyectos e inversiones en la Antártida. Incluso una sede de la Biblioteca Nacional y una corresponsalía itinerante de la agencia Télam.
Larreta sí mencionó, sin mencionar, la necesidad de ordenar las cuentas públicas. Puede haber pasado desapercibido, pero al preguntarse “¿estamos dispuestos a hacer las transformaciones que se necesitan?”, lo que se pregunta es si hay un acuerdo social para lograrlo.
Por si no se entendió, cuando horas después se lo consultó sobre las consecuencias sociales de un ajuste, respondió: “Si los primeros meses no son movidos, tenemos un problema, y es porque no fuimos a fondo con los cambios”.
En un país ideal, los dirigentes que piensan distinto se pueden sentar a dialogar para ratificar lo que los separa y encontrar consensos sobre los que avanzar. En ese país, tan normal en tantos lugares, se podrían tomar estos dos discursos como una base sobre la cual acordar puntos de coincidencia para el día después de los comicios.
En la Argentina, ese diálogo está prohibido, política y mediáticamente.
Sin embargo, quienes aspiren a gobernar con éxito, y no solo a ganar una elección, van a tener que animarse a desafiar lo establecido.
Podrían empezar por algo sencillo.
Quien gane se compromete a convocar al otro.
Y el otro, simplemente, se compromete a ir.