Milei no importa. Importa que un 30% eligió en las PASO a alguien como él y quizá sean más los que lo vuelvan a elegir.
Milei no importa porque, si él no estuviera, ese porcentaje que demanda a alguien como él generaría la oferta de otro Milei.
Porque es un nuevo sector social que viene a romper con lo que desde hace cuarenta años se considera políticamente correcto. Con sus dirigentes y sus ideas fuertes: la reivindicación del rol del Estado en áreas como Educación, Salud y Seguridad; la inimaginable comercialización de órganos humanos; la prohibición de un mercado de armas de fuego; la reivindicación de los juicios a los dictadores; el reconocimiento de que existió un terrorismo de Estado; un código de relacionamiento que evite insultos y gestos violentos para referirse al que piensa distinto.
Hasta hace poco, cualquiera que rechazara alguno de esos valores hubiera merecido el repudio social. Que hoy exista este sector que no sólo no lo cancela, sino que lo vota, explica bien por qué Milei es consecuencia y no causa del fenómeno. Y por qué, después de décadas, el sentido común de la época está jaqueado por uno nuevo que amenaza con reemplazarlo.
Qué sentido común. La instalación de un sentido común de época lleva años. Son ideas que una mayoría acepta con fuerza de ley en un momento y que no se vuelven a discutir hasta la aparición de un nuevo sentido común que lo confronta.
En los años 60 y 70, el establishment cultural, mediático y político creía que la democracia era una alternativa de gobierno que iba y venía (más iba que venía), que el capitalismo era el sistema ideal, que toda autoridad era indiscutida, que el aborto era tabú, que los gay eran enfermos o al menos, tenían un problema que había que ocultar y que, en general, la sexualidad no debía ser parte de la agenda pública.
Quienes se oponían a ese establishment eran pocos y, en su mayoría, jóvenes que horrorizaban a sus mayores con ideas provocativas y escuchaban una música underground que se llamaba rock y se cantaba en castellano.
Algunos de esos jóvenes tenían militancia política en partidos minoritarios (trotskistas, maoístas, genéricamente marxistas), o en sectores al principio, marginales del peronismo y del radicalismo. Otros eran hippies pacifistas, ecologistas y practicantes del amor libre. O eran jóvenes enojados con el sistema, sin pertenencia a ningún grupo.
Debieron pasar años, incluso después del regreso de la democracia, para que aquellos chicos marginales crecieran y fueran ocupando lugares de relevancia dentro de las estructuras gubernamentales, judiciales, educativas, laborales y mediáticas. Y fue en este siglo que sus ideas se hicieron mayoritarias hasta formar el nuevo sentido común de época. Lo mismo ocurrió en el resto de los países occidentales.
Los rebeldes aquellos se convirtieron en establishment y ellos y sus herederos, hoy son acosados por la rebelión creciente de otros jóvenes que reaccionan, como ellos antes, frente a lo establecido. Cruzan a todas las clases sociales y son la base de los que bancan a Milei.
Por eso los nuevos rebeldes vienen del conservadurismo, deprecian al progresismo, se ríen de las políticas de género y ponen en duda todo lo que hasta ahora aparecía como verdad inapelable.
A tal punto reaccionan contra la razonabilidad media de la sociedad, que eligen ser representados por quien se jacta de su irracionalidad y cuya mano derecha es su hermana médium, quien lo contacta con seres muertos y le transmite los consejos políticos de sus perros clonados.
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Por eso, no se trata sólo del rechazo a un sistema económico que no da los beneficios esperados. Es la pugna entre un sentido común que no quiere morir y otro que brega por nacer.
El sentido bienpensante que se resiste a cambiar es expresado, por ejemplo, en la carta de los intelectuales que califican a Milei de “amenaza a la democracia”, en los 170 economistas antidolarización, en los empresarios que no saben cómo la inestabilidad emocional de Milei pueda afectar sus inversiones, en los periodistas que registran sus oscuridades y en los analistas que nos sorprendemos cada semana con lo que hace.
De Luisiana a Berazategui. En cambio, el nuevo sentido común es expresado por personas de distintos niveles socioeconómicos molestos con el sistema vigente y el sentido común que lo sostiene. Ya sea porque son pobres de toda pobreza o sectores medios y altos que creen que este sistema limita sus potencialidades. No les importan demasiado las propuestas concretas del anarcocapitalismo. Lo que los motiva es la necesidad de terminar con verdades establecidas, que ya no los satisfacen.
Y Milei es la oportunidad que encontraron para corporizar ese malestar y verbalizarlo públicamente sin miedo a sentir vergüenza.
Esa suerte de rebelión contra el progresismo se dio antes en los Estados Unidos. Trump fue quien, como Milei ahora, estuvo en la mira del establishment cultural. Su antecedente inmediato había sido el Tea Party, un heterogéneo grupo de conservadores y libertarios.
Arlie Hochschild es una socióloga que durante cinco años investigó a ese movimiento en Luisiana. El estudio quedó reflejado en su libro “Extraños en su propia tierra: ira y luto en la derecha estadounidense”. Allí se pregunta por qué la región más pobre del país votaba a candidatos que se oponían a la ayuda social. Su conclusión es que había un profundo malestar con las políticas “bienpensantes” que, entre otras medidas, destinaban fondos públicos para minorías que no habían hecho lo suficiente para merecerlo. El malestar simbolizaba el voto contra la cultura dominante que corporizaban en Obama. Trump fue el amplio ganador en Luisiana de las últimas dos elecciones presidenciales.
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Página/12 contó ayer el caso del dueño de una pyme de Berazategui que reunió a sus empleados (la mayoría votante de Milei) para advertirles de lo que ocurriría si el candidato cumpliera con sus promesas de campaña. La respuesta que recibió fue que había “mucha bronca”, en general, y con los planes sociales en particular. (“Cómo puede haber gente con planes que gane más que nosotros que trabajamos todo el día”). Cierto o no, era un reclamo similar al que comprobó el estudio en Luisiana.
Milei es muy diferente a Trump, quien compitió desde uno de los partidos tradicionales y cuyas excentricidades parecen menores en comparación a la deriva esotérica del argentino. Pero ambos representan el mismo malestar de un sector social frente al sentido común de época y sus efectos prácticos.
La pugna en la Argentina entre dos sentidos común, no significa que el que expresa Milei se imponga como la nueva corrección de su tiempo. Tampoco que perdure el que hasta hoy existe.
Quizá se trate de un turbulento tiempo de cambio del que surja un sentido común nuevo y superador. Que conserve lo mejor del actual y sepa modificar algo de lo que genera tanto malestar.