A casi nada de andar, el supuesto paso avasallante de Sergio Massa mutó a tropiezos en función casi continuada.
El más grave, por ahora, es la ausencia de medidas concretas que den certezas para enfrentar la crisis. Cierto es que el nuevo ministro de Economía asumió el miércoles 3. Pero se sabía de su unción una semana antes. Y hace meses que venía pugnando por el manejo de la botonera económica.
Acaso que sus primeros anuncios sean apenas una hoja de ruta cuasi “guzmanística” se vincule a la dificultad en el armado de su equipo. Los nombres estelares que siempre se mencionaron y que incluso aceptaban sus convites gastronómicos prefirieron no subirse a este barco.
De hecho, Massa no ha podido aún proclamar a quién ocupará la vital Secretaría de Programación Económica, el virtual viceministerio.
Fuentes confiables aseguran que, entre los ofrecimientos del cargo, uno fue dirigido a Marina Dal Poggetto, que declinó. Aceptó sin embargo el lavagnista Gabriel Rubinstein, pero la ventilación de sus posturas anti K congelaron hasta nuevo aviso su arribo.
Trabas similares se desnudaron ante la salida del neuquino Darío Martínez de la Secretaría de Energía. El acuerdo de Massa con Cristina Fernández de Kirchner para el desembarco y que Alberto Fernández quedara sumido a un rol protocolar especificaba que el kirchnerismo mantuviera el control energético. El reemplazo de Martínez dará señales claras respecto a ese pacto.
Amén de los nombramientos, la crisis demanda definiciones concretas para encarrilar un escenario que acelera hacia el desborde, en muchos sentidos. Y también gestos que sean empáticos con la angustia social. Flaco favor le hizo a satisfacer esa expectativa el rimbombante acto de asunción de Massa, con medio millar de invitaciones variopintas y un optimismo sospechosamente llamativo. Una suerte de realidad paralela.
Como cualquiera, el nuevo ministro de Economía es merecedor de fe y paciencia. De él depende que se la gane, porque el incendio acecha y no hay tiempo para tonterías. Ya no.