“Pero nuestros viáticos los vamos a cobrar, ¿no?”. Separado de la recién llegada Silvina Batakis en la reunión de Gabinete del miércoles solo por la maciza figura de Juan Manzur, al ministro de Agricultura, Julián Domínguez, lo alteró en exceso la “anécdota” que acababa de contar la nueva ministra de Economía respecto a las restricciones de los gastos en viajes oficiales al exterior con el ejemplo del reciente periplo de un secretario de Estado que pasó 60 mil dólares para él y su delegación. Hay que entender a Domínguez: iba a estar en Roma al día siguiente en un encuentro de la FAO, mientras el Presidente y el kirchnerismo volvían a apuntar sobre el campo para excusarse sobre el incendio del dólar.
Esta historia, relatada por fuentes oficiales y negada por allegados al ministro que al cierre de esta columna continuaban bajo el calor europeo, acaso refleje el grado de descomposición interna en el que está sumido el Gobierno, que no logra parir señales o medidas que den calma.
El caso más emblemático es el del propio Alberto Fernández. Sus apariciones y discursos públicos lucen cada vez más alejados de los problemas reales, a los que proclama combatir con eslóganes huecos. De la “guerra a la inflación” al “no me van a torcer el brazo” corrieron ríos de frases que contribuyen con su inacción a perforar los pisos de aceptación popular, según los números que maneja hasta la Casa Rosada.
¿La aparente calma que antecede al ciclón?
Contra lo que manifiesta en on, gente cercana al Presidente está más preocupada por lo que a veces dice en privado, como ocurrió esta semana en su visita a la localidad bonaerense de Pila, a la que nunca había visitado ningún jefe de Estado y a la que fue para inaugurar un asfaltado y una salita sanitaria.
En un momento, Alberto F pidió que lo dejaran solo y Julio Vitobello (su inseparable secretario general) vio con preocupación a la distancia cómo empezaba a escribir aceleradamente en su teclado del celular. “Ya está, gracias”, les dijo el Presidente un par de minutos después a quienes lo acompañaban, tras publicar un hilo de tuits de respaldo a las nuevas diatribas lanzadas por Cristina Fernández de Kirchner el día anterior contra la Corte Suprema y la Justicia.
Más tarde, en medio de un asado en Pila con funcionarios visitantes y locales, hizo una suerte de catarsis que obviamente iba a filtrarse. Compungido, de acuerdo a testigos, se lamentó de la falta de apoyo dentro del Frente de Todos, en especial de la vicepresidenta. “Para liderar, yo debería romper con Cristina. Y eso no lo voy a hacer”, dicen que dijo mientras algún comensal miraba de reojo en su teléfono el capítulo 300 de la disparada del dólar.
Reanudado el diálogo con el Presidente, como ella quería y él no, CFK remarca su agenda judicial. Vislumbra allí pronóstico de tormentas. Pero intercambia con Alberto F, y a veces con Sergio Massa, alternativas económicas.
La base central de entendimiento tripartito es ahora culpar de todos los males actuales al ex ministro Martín Guzmán, que evalúa propuestas para romper su silencio. Otros dos economistas que sonaron como posibles reemplazos de Guzmán habrían caído en la oscilante consideración vicepresidencial: Emanuel Álvarez Agis (por un lapidario informe reservado sobre el pésimo manejo monetario, fiscal y político que derivó en la extenuante corrida cambiaria actual) y Martín Redrado (por su opulenta fiesta de boda de tres días en un palacete italiano a orillas del Lago di Como).
Cristina mantiene su preferencia por escuchar la mirada económica de Axel Kicillof, otro de los que azuzaban el fuego contra Guzmán. Y también las críticas al ex ministro le sirven de menú de entendimiento básico con Batakis, con la que habla más de lo que se sabe, pese a que le escamotea respaldo público.
Con un Presidente descentrado de la gestión, una vicepresidenta políticamente avara y un jefe de Diputados en la sala de espera, Batakis intenta maniobrar con lo que puede y lo que tiene. No es mucho: dentro del oficialismo (tal vez por los recortes que les anticipó ante la falta de caja) ya le endilgan no estar a la altura ni ella ni su equipo, al que califican más apropiado para una intendencia bonaerense que para un incendio nacional de proporciones.
Con esta mochila más que pesada (a la que se suma el malhumor que le causa la crisis de Boca), viaja Batakis a EE.UU., en busca de aprobar el examen de cualquier medida económica que a partir de ahora y durante al menos dos décadas deberá atravesar la Argentina: el del FMI. Habrá que ajustarse los cinturones. Más, sí.