La idea de la democracia nació en Grecia, cuna de la filosofía, donde los dioses tenían sexo, a veces eran felices, a veces les iba mal, se mezclaban con los mortales y se enojaban con ellos cuando se creían dioses por el hubris. En la mayoría de las culturas europeas y del Oriente Próximo, algunas religiones que se creían dueñas de una verdad única incidieron en el poder y fortalecieron el totalitarismo. Por razones que no es del caso discutir, eso sucede con la mayoría de los países islámicos.
En Occidente se dio la separación del Estado y la religión, las ciencias y la técnica se desapolillaron, rompieron mitos y la mayoría de nuestros países evoluciona hacia la democracia.
Progresivamente la gente entiende que no hay teorías ni líderes inmortales y que es bueno que distintas personas y grupos se alternen en el poder.
La democracia respeta la alteridad, el valor del otro por ser otro. Supone también el reconocimiento de que existen conflictos que son legítimos, grupos que disputan el poder desde distintas ópticas, ven la vida de manera distinta, y nadie debe tratar de uniformarlos dentro de un mito.
Esta idea choca con líderes que quieren poner en orden a todos, tanto en la vida pública como en la privada. Es el caso de la Europa de las monarquías absolutas, de la URSS, de la China de Mao, de Cuba, de la Alemania nazi, de la España franquista, de Irán, del Califato, de Corea.
En algunos países lo saben todo. A veces tienen trato directo con los dioses. No sólo ordenan el Estado, sino todo lo que hacen sus súbditos. Persiguen a los homosexuales, discriminan a las mujeres, matan a los disidentes.
Hay muchas contradicciones contemporáneas que están más allá de la de capital y trabajo. Los indios, las minorías, los gays, los animales.
Marx vivió una sociedad en la que el horizonte era muy pequeño. En el siglo pasado muchos creyeron que la realidad se reducía al enfrentamiento del proletariado con la burguesía. Supusieron la vigencia de una teleología ética, heroica, masoquista, Heraud, Cesar Vallejo, el Che Guevara, Pablus Gallinazo. Caído el Muro de Berlín, todos esos mitos se evaporaron y en la mayoría de los países hay democracias más o menos estables, que celebran elecciones periódicamente. En estos años aparecieron caricaturas de los proyectos revolucionarios del pasado.
Algunos, que dicen defender a los pobres, se enriquecen de manera desmedida a costa del Estado, crean sociedades clientelistas en las que los más humildes son utilizados como carne de cañón de la política. Pretenden perpetuarse en el poder, tienen ídolos de arcilla a los que veneran, suponen que no hay adversarios sino enemigos. En el colmo del autoritarismo, tienen agencias del Estado dedicadas a espiar a los opositores, usan las oficinas de rentas para atacar a los disidentes.
La democracia no sólo consiste en votar. Debemos tener elecciones libres, sin manipulaciones, con boletas sin falsificar. Debe garantizarse la libertad de expresión. No puede ser que grupos de empresarios, a veces cuestionados, compren medios de comunicación para usarlos en favor de “proyectos” sin contenido. Las FFAA y la Inteligencia deben servir al conjunto de la sociedad, no a una facción. No pueden ser parte de un partido como lo son en Venezuela y Nicaragua,
Debemos avanzar hacia la desconcentración del poder, hacia el federalismo y, sobre todo, el respeto a la división de poderes.
No se puede permitir que los gobernantes acosen, difamen, estigmaticen a los opositores. Hay que sacar de nuestra mente ridiculeces como los tribunales populares que se organizan para amenazar a la prensa, remembrando espantosas experiencias de los regímenes autoritarios. Debe haber reglas del juego claras, que deben ser respetadas por todos los actores políticos. Hay que romper las cadenas de todo tipo, que la libertad y la alegría se desaten. Si logramos ese piso, lo demás vendrá y haremos posible lo imposible.