Clásico: cuando uno piensa que va a llover, lleva un paraguas. Cuando un funcionario piensa que partirá del cargo, incorpora personal, amplía la plantilla ministerial, convierte a los contratados en planta permanente. Son las telas de la cebolla, no las nanas de Miguel Hernández. Ya empezaron las denuncias sobre esa suba de empleados, un propósito común que la oposición ha advertido en distintas áreas del Gobierno, pedidos de informes, la obvia inquietud por la extensión del gasto público. Un caso ya apareció en la Justicia: la formalización laboral de un secreto gentío adyacente a los servicios de inteligencia que conduce una dama (Ana Clara Alberdi), heredera de gentilezas del candidato a vice de Sergio Massa, Agustín Rossi, extitular de la AFI. Pero hay otros amagues de ingresos en esta tradición partidaria. Por ejemplo, en la Cancillería aguardan quizá un ascenso aluvional de embajadores para conservar la ascendencia del kirchnerismo en la política exterior en los próximos cuatro años (ya que suelen permanecer entre tres y cinco años en sus cargos).
Se trata de una suerte de derecho de pernada de los cancilleres, que no se aplicó en el final de Guido Di Tella, sea porque se opuso a dejar una herencia física o debido a que la dominante mayoría del Senado se lo impidió (los Verna, Branda, Alasino, etc.) por no incluir recomendados. Debería consultarse a su sucesor, el radical Adalberto Rodríguez Giavarini, para conocer este episodio. Aun así, Di Tella se preocupó por no incrementar personal, dejó ochocientas personas y hoy ya se superan las 3 mil en el Ministerio. Y van por más. Para no enlodarse con sospechas, hay que agregar que tampoco el canciller macrista Jorge Faurie (hoy candidato imposible en una provincia del Litoral) se escapó de esa tendencia cosechando críticas por ciertos traslados. Pero la alternativa actual del legado de Santiago Cafiero podría superar esa costumbre. Igual, no se trata solo de un número, sino de influencia política. O ideológica, ya que desde los tiempos de Héctor Timerman la Cancillería se tiñó de cierta inclinación nacional y popular, filochavista, antinorteamericana, tercermundista, entonces empujada por Fernando Zuain, segundo del finado canciller, hoy embajador en Moscú y todavía complicado en la causa Irán como autor y correveidile del documento secreto. Zuain dispone de una espalda ancha: le debe su carrera al influyente gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora.
La tentación de Massa, el "juntos" de Bullrich-Larreta y el bombardeo contra Milei
Si en algo coinciden Cafiero con su número dos Pablo Tettamanti, en el cargo desde la imborrable época de Felipe Solá, es la pertenencia a familias consagradas o aprovechadas del servicio público, vocación de abuelos, hijos, hermanos, sobrinos o nietos (el padre del vicecanciller fue un reconocido peronista de expertise en comercio exterior, profesional y neutro en su ejercicio). A él, en cambio, en esta tradición sanguínea se lo imputa como un profundo abanderado del encono contra la oposición. No lo acusan de oportunista sino de cerrado objetor de Mauricio Macri, a quien sirviendo como embajador en Moscú, su esposa lo criticaba en famosas cartas dirigidas a un diario conservador. Al parecer, su mujer no era una desalineada del matrimonio, decía quizás lo que él escondía. Otro dato sobre su inclinación política, en ocasiones poco respetuosa, es su retirada de una fotografía en una reunión del Grupo de Lima, en Canadá, cuyo comunicado no había resultado de su gusto. Típico del kirchnerismo, bien aceptado en el Instituto Patria. Su entusiasmo por cierta ideología hasta le permitió que lo consideren mentor de una línea de educación en el ISEN (donde en dos años cursan los aspirantes a embajadores) contraria al liberalismo y al Imperio. Parece exagerada tanta inspiración intelectual atribuida al personaje, como su dominio sobre Cafiero: al canciller lo conduce Luciana Tito, devota de la viuda de Kirchner, monje negro o jefa de gabinete: el apelativo que uno desee.
Como suele ocurrir, en la Cancillería se debate por el privilegio de las ubicaciones en el exterior, en particular la llamada línea Revlon, nombre que deriva de la moda por colocaciones en París, Washington, Roma o Madrid, las más codiciadas. También por incluir parientes, descubrieron su propia oligarquía. Ni se opina sobre los cerrojos ideológicos, las aventuras militantes de Tettamanti y señora, el dúctil personal se acomoda con facilidad a esas pretensiones. Y la de los fieles seguidores pagos. Finalmente, es su profesión, estudian para adaptarse. Luchan por mejorar en los cargos, como ya se nota en la oposición, preocupada por la forma en que Cafiero piensa congelar el damero de cargos. Por el momento, en las filas de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se observan criterios y sueños diferentes, han dejado de reunirse como amigos. La interna generó hostilidades y, en las filas del jefe de Gobierno aparecen como nítidos aspirantes a la Cancillería, en el caso de ganar, Martín Redrado y Alfonso Prat Gay, dos nombres a los que les echan insecticida sus colegas del equipo económico: no los dejan entrar en ese rubro, a uno por recién venido, al otro por sus dificultades pasadas y actuales para integrarse en un team. También parece que empieza a opinar Miguel Pichetto, protector de Andrés Cisneros y Poli Lohle. Quedan otros dos complementos soñadores para participar en la política exterior: el embajador Ricardo Lagorio (ya incluido en una lista para el Parlasur) y Fernando Straface, hombre de confianza de Larreta y organizador de muchas reuniones, como la que mantuvo con un expresidente norteamericano. Gratis, no. A Redrado quizás lo ayude el disgusto que Mauricio Macri le profesa, mientras que Prat Gay planifica una campaña que lo disocie de Elisa Carrió, su anterior promotora. Son un par de curiosidades que los reúne, solo en ese aspecto: ambos se sonríen, pero no se quieren.
En la cercanía de la Bullrich se advierte una figura principal para la política exterior: Federico Pinedo, el exvicepresidente, ya convertido en “canciller” por la cofradía de la candidata. En el último mes se aproximó Ricardo López Murphy, a quien Patricia duda en enviarlo a Washington como embajador o triturarlo en un ministerio que contenga a otros tres con la prioridad de Seguridad y Defensa. Mientras, en el oficialismo, Sergio Massa trabaja de continuo con Gustavo Martínez Pandiani, su consultor de extrema confianza, funcionario de “la Casa” y ya designado embajador en Suiza. Adonde tal vez ni siquiera viaje en el caso de que Massa acceda a la Presidencia. Se diría que está puesto a dedo en esa posición, al revés de Daniel Scioli, quien se incorporó como asesor en ese rubro en el Ministerio de Economía. Quizás nunca más salga de allí, si es que alguna vez lo consultan.