Las elecciones presidenciales enfrentaron al pueblo argentino a una falsa opción entre dos versiones de un mismo proyecto que, en sus rasgos esenciales y al margen de los matices que los diferencian, representan la continuidad del modelo neoliberal implementado en los años noventa.
No es un dato menor que Mauricio Macri y Daniel Scioli -así como una parte importante de sus respectivos equipos- hayan sido protagonistas principales y beneficiarios del gobierno de Carlos Menem.
Lejos de representar a las auténticas corrientes populares -peronismo, radicalismo, socialismo- son candidatos construidos por las élites mediáticas, empresariales y partidarias.
Los dos propusieron un programa que tiende a reafirmar la dependencia estructural de la Argentina. Para demostrar lo contrario, Macri debería romper con el diseño productivo basado en la exportación de productos primarios, que consolida relaciones neocoloniales con los dos polos principales del poder mundial -Estados Unidos y China-Rusia- similares a las de fines del siglo XIX y principios del XX.
Debería terminar con la farsa de una industrialización basada en el armado de piezas importadas -automotrices, electrónicos y similares- y en la importación de bienes industriales y promover un desarrollo industrial impulsando sectores básicos a través de empresas públicas -industria ferroviaria, naval y aeronáutica- capaces de crear decenas de miles de puestos de trabajo legítimos y fortalecer un desarrollo científico-técnico autónomo.
No obstante, tenemos pocas esperanzas, ya que durante la campaña Macri omitió mencionar que está dispuesto a revertir la entrega de nuestros recursos estratégicos a corporaciones extranjeras o locales y eliminar el inadmisible sistema de subsidios a las petroleras, la creciente extranjerización de la economía y las concesiones pesqueras en el mar. Omitió mencionar que pretende dar fin a la privatización de las exportaciones y los puertos y que se niega a aceptar las condiciones de pago de una deuda externa fraudulenta jamas auditada. En suma, omitió reconocer el fracaso de la República Neoliberal implementada desde 1990, pese a que ningún otro proyecto destruyó tanto el sistema productivo nacional; ninguno endeudó tanto; empobreció tanto; enajenó tanto nuestros recursos estratégicos y públicos; alimentó tanto la macro-corrupción.
Sus promesas eluden dar cuenta de la cruda realidad de la Argentina, como consecuencia de ese modelo que, más allá de los discursos o relatos, continuó vigente durante la supuesta “década ganada”. Un país saqueado cuyos costos lo pagan con sufrimiento y desesperanza las mayorías sociales y sectores cada vez más amplios de hombres, mujeres, jóvenes, jubilados y niños, considerados descartables por la lógica económica imperante: más de medio millón de chicos desnutridos y el 50% de la población activa está en negro, precarizada o desocupada. ¿Cuántos más accidentes destructivos -Jáchal en San Juan, Minas Gerais en Brasil- serán necesarios para prohibir la megaminería? ¿Cuántos más enfermos de cáncer para terminar con el glifosato o erradicar la locura del fracking? ¿Cuánta más pobreza y dolor se necesita para distribuir con justicia el ingreso nacional? ¿Cuántas más muertes por inseguridad y chicos destruidos por las drogas, para dar una batalla efectiva contra el narcotráfico y la corrupción de las cúpulas, que es la madre de la inseguridad?
La ciudadanía ha votado desde el hartazgo por tantos engaños y gestos autoritarios (y seria un error considerar ese voto como un apoyo irrestricto al programa del vencedor) lo que no quiere decir que apoya el proyecto de Mauricio Macri. La solución de los problemas que aquejan a nuestro pueblo exige la ejecución de un proyecto que hasta ahora no se ha explicitado.
*Senador Nacional Proyecto Sur.