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Sin miedo al cambio

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Cambiemos. El nombre de la coalición encabezada por Mauricio Macri, más allá del punch de marketing que pudiera tener, anunciaba unas cuantas aristas que resultarán estrictamente verdaderas en cuanto a lo que cambio respecta. La asunción del líder del Pro como presidente de la Argentina el próximo 10 de diciembre representará un nuevo capítulo en la historia democrática del país, con características inéditas: será la primera vez que tendremos un primer mandatario de centro pro-mercado y también la ocasión inicial en que un ocupante del sillón de Rivadavia ungido por el voto popular no puede caracterizarse ni como peronista ni como antiperonista.
Macri asumirá la responsabilidad de tomar las riendas del primer gobierno moderno de Latinoamérica, con criterios de gestión similares a los de las democracias más avanzadas del mundo. Una puerta que se abre hacia el siglo XXI y que, con la Argentina como caso testigo, podrá ser también atravesada en el corto plazo por otros países del continente. Porque aquí aparece otro elemento pionero: el de Cristina fue el primer caso de líder populista latinoamericano que no logró eternizarse en el poder. El contexto singular que se vive en toda la región hace que este balotaje pueda tener fuertes repercusiones entre los vecinos. La ola nacida con Hugo Chávez en la Venezuela de cambio de milenio parece estar apagándose luego de casi una década y media de expansión.

En Brasil, Dilma Rousseff atraviesa una crisis económica y política de enorme profundidad, que alcanza a sus principales colaboradores, a ex funcionarios y a los principales líderes del sector privado. De hecho, si la campaña argentina hubiese sido anterior, el voto brasileño tal vez hubiera tomado un rumbo diferente. Cualquier similitud entre las promesas y acusaciones de Rousseff respecto de su competidor, el socialdemócrata Aécio Neves, y las emitidas por Daniel Scioli en estas últimas semanas no fue pura coincidencia.
Dilma no es la única caída en desgracia. Los niveles de reprobación a las gestiones de Michelle Bachelet en Chile y de Ollanta Humala en Perú siguen en caída libre. La primera alcanza un número rojo del 70%, contra sólo un 25% que la califica de manera positiva. El segundo, que pone en juego su mandato en abril de 2016, ya rompió la barrera del 80% (en este terreno, Rousseff tampoco se lleva las de ganar: su aprobación araña, con esfuerzo, el 10%). Mientras tanto, en Venezuela todo parece derrumbarse de la mano de un Nicolás Maduro que cae en las encuestas para el próximo 6 de diciembre y que, sin embargo, redobla a diario las apuestas y las amenazas.

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Evo Morales ejerce la resistencia y pelea en Bolivia para obtener la aprobación popular que le permita seguir reeligiéndose. El próximo 21 de febrero, sus connacionales deberán responder si aceptan una segunda reelección consecutiva. Si prevalece el “sí”, Morales estaría otra vez en carrera para las elecciones de 2019 y apostaría a completar nada menos que 19 años en el poder.
Los avezados en matemáticas notarán que la consulta popular es para habilitar una segunda reelección, pero que Evo ya compitió tres veces y ganó. ¿Dónde está la diferencia? En que se considera sólo desde la nueva Constitución, promulgada durante el primer mandato, con lo cual, como dirían los niños, “ése no valió”.
En todos los países parece prevalecer un patrón común: el deseo de cambio en la población, tan fuerte en la Argentina que ni siquiera una sistemática campaña del miedo emprendida contra el candidato opositor logró deponer.
Macri tiene en sus manos la oportunidad única de poner en marcha la renovación del sistema político argentino y, de jugar bien sus fichas, de ser el faro que dé inicio a la transformación de la región.
El color elegido por su espacio político también fue premonitorio: es bien sabido que el amarillo es señal de que hay que andar con precaución.

*Politólogo.